Cuando comencé en Blasphemous tenía claro lo que buscaba, un metroidvania que me reportara sensaciones similares a otros títulos, como Hollow Knight, y que me ayudara superar la adicción por la dificultad que me dejó en su momento Dark Souls 3.
Reconozco que le di una oportunidad al título más por la estética que por la jugabilidad, algo tosca en los primeros compases de la aventura, pero lo que realmente me terminó por atrapar fue la profundidad de su historia y los secretos que escondía.
El argumento en términos generales trata sobre una terrible maldición que cae sobre la tierra y sus habitantes. En medio de este caos el jugador deberá encarnar al “Penitente”, con un diseño bastante peculiar cuyo rostro está oculto por una máscara y un casco que consiste en una corona de espinas y un capirote metálico.
El protagonista yace atrapado en un constante ciclo de vida y muerte, y para romperlo deberá hacer frente al mal que acecha la tierra y llegar al origen de su angustia. Aunque en definitiva todo es una justificación muy refinada para justificar, valga la redundancia, que recorramos el mundo del juego, hermoso y siniestro a partes iguales, para reventar a espadazos a todas las criaturas abominables que nos encontremos.
Después de dedicarle unas cuantas horas y adaptarme a sus mecánicas, los combates se comenzaron a sentir más intuitivos y las peleas con los jefes fueron memorables. Al punto de que mis primeras impresiones respecto a la jugabilidad quedaron en el olvido.
El combate no está tan pulido como otros juegos modernos del mismo género, aquí podría volver a mencionar a Hollow Knight, pero como las comparaciones son odiosas digamos que es divertido y lo suficientemente equilibrado para que sea justo y gratificante.
Lo único que si me frustró hasta el hartazgo fueron las trampas de pinchos, esos palos puntiagudos que sobresalen del suelo y cuya única función es complicar en demasía los niveles de plataformas.
Para que me entiendan, un demonio antiguo sediento de sangre te lanza por los aires de un solo golpe y puede que el daño sea considerable pero no mortal, sin embargo, al mínimo roce con uno de los dichosos pinchos, la muerte es instantánea.
Esta fórmula la empleaban los videojuegos antiguos para elevar drásticamente la dificultad y disimular de esta manera su corta duración. Creo que en la actualidad dicha mecánica carece de sentido y entorpece la experiencia jugable.
En términos generales, el estudio español The Game Kitchen saca un sobresaliente con este título que por demás fue un éxito de ventas y posicionó positivamente a la desarrolladora en la industria.
Un último punto que cabe destacar radica en que sus creadores optaron por referenciar a la cultura de su país, y eso en un medio con tantos lugares comunes y tan llenos de clichés argumentales siempre tiene un valor extra y se agradece.