Una rica variedad de objetos antiguos y actuales colman el entorno en la vivienda de Wilfredo, coleccionista de vocación. Fotos: Ramón Pacheco Salazar
Wilfredo Carmenate García es un apasionado de los objetos antiguos, pero él prefiere que en lugar de anticuario lo llamen coleccionista, quizá porque durante una buena parte de su vida o, dicho de otra forma, casi toda su existencia, la ha dedicado a la numismática: recaudar, intercambiar y expender monedas y sellos, fundamentalmente.
Su cuerpo y estatura imponen respeto por sí solos, pero su carácter afable desmiente esa primera impresión. Gusta de conversar, sobre todo de temas relacionados con su entorno, porque su vivienda, en la calle Plácido, aledaña al puente de La Concordia, Versalles, está colmada de sugerentes artículos.
Una tarde, a finales de septiembre último, con la lluvia como telón de fondo en cada jornada, acudimos a su hogar un equipo de nuestra redacción. El recibimiento no pudo ser menos apropiado: un encuentro con juegos de muebles elaborados con madera preciosa, para que duren más que sus dueños; lámparas; quinqués; piezas de diferentes materiales, colores, bellezas y valores… Enumerarlos no sería bueno, aunque sí interesante, porque no alcanzarían las hojas de la agenda.
“Todo comenzó en 1969, con los llamados kilos prietos americanos. Llegué a poseer una colección completa de entre 1900 y 2012. Los recibía de diferentes formas, enviados de varios lugares, y los vendía; aunque conservo una buena cantidad. Claro, siempre había dificultades para obtenerlos, pero como tenía una obsesión morbosa, llegaba a ellos. Los separaba por décadas, por orden”, manifestó Wilfredo, fascinado, con profunda emoción.
“Luego llegaron los sellos y postales, que sirvieron de cimiento a lo que vendría después, siempre con marcado amor por cuanto hacía. Recuerdo que al triunfar la Revolución surgió un álbum con sus principales héroes y hechos relacionados con la epopeya. Logré completarlo aunque la postal de Fidel (No. 1) era la más difícil de adquirir, por lo que significaba, pero la obtuve.
“Además, llegué a tener monedas de plata de Estados Unidos, México y Cuba. Con valores históricos, y sellos de nuestra Isla de 1879 a 1959. Estaban relacionados con la fauna y lo interplanetario, cohetes en particular.
“También eran de admirar mis sables, espadas y dagas de 1800, así como bayonetas españolas y americanas de la I y II Guerras Mundiales. Sin desdorar los arcabuces —pertenecientes a la citada nación ibérica—, Winchesters americanos y revólveres de 1840 y 1860, exhibidos y vendidos. Tampoco faltaron hachas indoprecolombinas, admiradas por quienes me visitaban.
“De personalidades incluyo fotos plasmadas en metálico de nuestro Héroe Nacional José Martí, vestido de general, perteneciente a un amigo capitalino. También bonos de la Guerra de Independencia firmados por Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria. Su fecha de elaboración era de 1869-1870, emitidos en Nueva York.
“No escapan a mis intereses como anticuario los instrumentos musicales de todo tipo, y entre ellos las guitarras, pianos de cola y lateral, oboes, flautas, mandolinas, acordeones y gaitas, en muy buen estado, bellos y atractivos”, manifiesta y respira hondo, como si el recuerdo por lo que ya no tiene impactara en su corazón, cual dolor punzante.
Habla, además, de cuadros (pinturas) de autores cubanos reconocidos, como Fidelio Ponce y Gil García, y contó al respecto inolvidables anécdotas relacionadas con ellos y otros artistas del género.
Se levanta del cómodo sillón y dirige sus pasos a una bella mesa-repisa y toma en sus manos una pieza asiática muy conocida en el mundo, pero en diversas dimensiones: estatua que representa a Buda, que, según creencias, transmite paz y equilibrio. Asimismo, muestra un león de mármol, además de señalar para el farol carretero que junto a otros yace sobre un amplio estante, cuyo entorno engalanan imágenes de naturaleza viva de diversos autores.
“Jamás pensaba convertirme en un anticuario, surgió en la medida en que me apasionaba por todo. Muchas personas me hablaban de cosas que tenían en sus casas, sin saber valorarlas, porque desconocían su significado, historia, contenido, material con que fueron hechas, y yo las adquiría. Claro, exige sacrificio, entrega de tiempo, recursos de todo tipo, e importante cuota de esos bichitos que nos llegan al alma como una enfermedad, para no salir jamás: vocación y amor.
“Por ejemplo, en mi condición de psicólogo pediatra, graduado en La Habana en 1974, exponía en la consulta objetos valiosos que gustaban a los niños y a sus familiares. Ellos me brindaban otros, que tarde o temprano botarían porque estorbaban al no darles uso o desconocer su significado.
“Duele que, por diversos motivos, no tenga muchos de estos objetos, pero satisface haberlos poseído, y me alegran cuantos tengo. Muchos me preguntan quién heredará estos bienes, pues mis hijos se hallan fuera del país. Entonces cuento lo que ellos me dicen apenas comenzar cualquier diálogo al respecto, y es que no van a continuar mi camino, este andar entre colecciones y ‘trastos viejos’, como les llaman por desconocer la importancia de esta maravillosa obra.
“Recuerdo que desde que eran pequeños le decían a la madre: ‘Parece que papá está loco, como reúne cosas viejas,… No queremos eso, qué va, que se queden aquí, con nosotros no irán para nuestras casas’. No saben el valor de esto. Fabuloso para quienes los miren con buenos ojos, como Lucía Texeiro, mi esposa, inseparable de mis ideas, hacer y compartir, con esa ternura que solo ella sabe ofrecer en cualquier circunstancia.
“Esto es alegría, satisfacción. No son objetos viejos, desechables, nada de eso”.
Al preguntarle sobre eventos de su vida en este universo que idolatra, alegres unos, dolorosos otros, nuestro coleccionista refirió la vez que le sustrajeron de su hogar una carta firmada por el Generalísimo Máximo Gómez Báez, enviada a un estomatólogo matancero que fue herido en la columna vertebral el primer día de su incorporación a la Guerra Necesaria, quien por tal motivo, en 1902, envió una carta al dominicano reclamando una pensión. La misiva de respuesta a tal petición es la que Carmenate García tuvo en su poder.
“También me robaron un pergamino de 300 años de antigüedad que contenía una figura mitológica. Me lo había obsequiado un amigo de La Habana. Ambos documentos los guardaba en una revista Bohemia que, a su vez, permanecía dentro del escaparate.
“Elegir entre antigüedades para un coleccionista es difícil, porque creo que hasta entre ellas se sentirían mal por diferenciarlas cuando tanto bien y buenos momentos me han prestado. No las diferencian los años, formas, representación, país al que pertenecen, o materia de la que están hechas, sino otro elemento no menos vital, sin precio alguno: el sentimiento humano, eso que sentimos cuando queremos de verdad a alguien o algo”.
Concluye, y su mirada se pierde entre las cuantiosas obras que desfilan ante nuestros ojos, porque, como dijo, jamás se cansará de mirarlas, y sí sentir el dolor al desprenderse de ellas, “sobre todo cuando la economía de casa aprieta demasiado el nudo”.
Anticuario o coleccionista, en Wilfredo Carmenate García no hay diferencia, se aprecia. Ambos epítetos los lleva con marcada profesión y dignidad.
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