“Los jóvenes pueden asumir con total responsabilidad la hermosa profesión de ser maestros, pero se les debe ayudar. Si bien la enseñanza pedagógica avanza, son tiempos diferentes, difíciles”.
Es la convicción de Damarys Ramos Báez, profesora con más de 30 años de experiencia en la escuela primaria República de Costa Rica, en la ciudad de Matanzas, institución donde por sus valores personales y profesionales se ha desempeñado como directora general durante los últimos tres lustros.
Aseveró que la vocación y el amor por la docencia son indispensables para formar al estudiante de cualquier nivel de aprendizaje. “En mi caso, un magnífico claustro de profesores, con rigor y mesura, lograron que materializara el sueño de ser maestra, que desde bien pequeña me ilusionaba.
“En la finca Monte Alto, en el municipio de Los Arabos, fue donde mi niñez transcurrió, en un entorno donde solo existía la escuela primaria Mariana Grajales. Mi juego preferido era el de imitar a mis maestras, Ramona y Alicia. Jugaba a la escuelita debajo de un hermoso flamboyán. Seis latas grandes me servían de alumnos y mi pizarra era la pared de una casita de tablas que mi abuelo materno, Raymundo, utilizaba para guardar las viandas. Allí pasaba horas y horas.
“Mi madre decía: ‘Esta niña se va a volver loca. Habla como si estuviera rodeada de muchachos’. Con el tiempo, dicha pared se pulió de tanto borrar con un paño húmedo. Incluso, tenía planes de clases y dos libros predilectos: Vida política de mi Patria y Relatos de historia de Cuba. Jamás falté a estas clases, ni olvidaré esos hermosos años”.
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Sin embargo, el educar no fue la única vía del conocimiento para Damarys. Participó, además, en círculos de interés de Salud y Agronomía, perfiles bien diferentes, pero muy útiles para la vida por su importancia social, alimentaria y económica.
“Impartí clases como monitora en la secundaria básica Pedro Albizu Campos, en la que dirigía el destacamento Quiero ser maestro. Combinábamos muy bien los estudios con el trabajo formador. En ese centro realicé con éxito las pruebas de aptitud afines a mis propósitos profesionales.
“Posteriormente, en la Escuela Formadora de Maestros Roberto ‘Coco’ Peredo, de Colón, hallé a personas que devinieron influencia para otras, dignas del Maestro de todos los cubanos.
“Guardo con mucho amor en mi memoria los nombres de nuestros profesores. Entre ellos, Roberto Dihígo, el director, así como los de Juana Regla, Frank, David, Gisela, Isoe y José Alberto; avezados hacedores de varias generaciones de los que en la actualidad hacemos Patria con la fragua de alumnos, y muchos de los cuales seguirán nuestros pasos en la pedagogía”.
Con profundo y sano orgullo habló del momento de su graduación, y de Elisa y Horacio, sus padres. Asimismo, del momento en que vio culminadas sus ansias de trabajar con niños, sobre todo del primer ciclo, y de su debut al traspasar el umbral de la primaria República de Costa Rica, de la que jamás se ha separado.
“Como había necesidad de cobertura en el municipio de Matanzas, me ubicaron en esta ciudad. El tercer grado sería mi inicio oficial en un aula. Me recibió la maestra Cristina Ojito García, cuyos valores humanos y profesionales me impresionaron. Su ayuda incondicional resultó decisiva para años posteriores. Contribuyó sobremanera a que mi estructura pedagógica fuera indestructible, útil, apasionada, como hasta ahora. Con ella aprendí a ser una verdadera profesional; entrega y dedicación constituyen elementos esenciales en la educación”.
Posee una prodigiosa memoria, pues seis lustros después de su entrada en la citada escuela no olvida a su primer grupo. Y, de este colectivo, a Yusuami Aldama. “Por ser, quizás, el más intranquilo, pero a la vez cariñoso y de buen corazón”.
Habla entonces de cierta preferencia. “Me gusta atender los grados iniciales del desarrollo. En especial el primero, porque considero que es cuando el maestro recibe el fruto inmediato de su labor. Ahí logra que aprendan a leer, escribir y a colorear. No hay palabras para describir ese momento. Es como algo mágico, logrado con amor y consagración”.
Refiere las distintas responsabilidades asumidas desde su entrada al centro, entre ellas los estudios para la maestría, que le fueron válidos para asumir la dirección en el 2008.
“El apoyo incondicional de mi hijo Daniel, del que me siento muy orgullosa, me impulsa a crecer cada día para formar hombres de bien. También cuento con un claustro de 25 docentes, de los cuales siete son másteres, 14 licenciados y cuatro maestros primarios. Además del valioso colectivo de la administración. Todos somos uno, y tenemos un único fin: la forja de alumnos integrales en aprendizaje y disciplina, listos para el futuro.
“Contamos también con los maestros que ahora se preparan, pues ellos serán nuestra continuación, mejor formados por la ciencia y la técnica, pero con idéntico fin: asegurar el futuro de la Patria que construimos y a la que aún nos queda mucho por aportar”.
Cuando nos marchábamos del centro escolar, nos mostró una acertada convocatoria: leer y estudiar la obra martiana. Afirma que el Apóstol es el alma de la escuela y el más importante de los recursos de esa obra de amor que es educar. (Fotos: Ramón Pacheco Salazar)