Nostalgias de un mochilero: Guantánamo City

Guantánamo es una ciudad preciosa. Por esa tendencia occidental de creer que el desarrollo solo se encuentra en el oeste de Cuba, siempre me imaginé a Guantánamo como uno de esos pueblecitos polvorientos que aparecen en las películas de pistoleros. 

“Solo falta la melodía de una filarmónica para graficar la desolación”, pensaba yo cuando, de golpe, choqué con una hermosa ciudad de amplias calzadas, edificios remozados y establecimientos gastronómicos de lujo por su ambientación, servicio y calidad de los alimentos y precios módicos, para más asombro. Al menos esa impresión me dejó en mi primera y única visita, por allá por el lejano 2015.

A falta de un bulevar tienen dos, en forma de H, según me contó una guantanamera devenida excelente guía, con gran conocimiento de su localidad y muy orgullosa de vivir allí.

Supe que las principales calles llevan nombres de los próceres de nuestras guerras de independencia (si me matan ahora no podré nombrar una sola arteria, mas sí recuerdo la limpieza y excelente trazado de la ciudad).

Además, se me quedó grabada la belleza de esa urbe. Rememoro también las noches, animadas por jóvenes trovadores que se reúnen en el Parque Martí; plaza donde se encuentra una iglesia pequeña, se me antojó la más diminuta del país, pero donde la juventud va en procesión, no a rendir culto al Señor: más bien a rendirle culto a la música. Las noches guantanameras se llenan de vida, de gente, de melodía.

Y si bien no escuché una filarmónica como símbolo de desolación, disfruté y bailé changüí. El changüí es, para los guantanameros, lo que para los matanceros la rumba y el guaguancó. Les llena de orgullo y lo regalan con ferviente entusiasmo.

En la Casa del Changüí me recibieron con cierto recelo, según supe. “¿A ustedes les gustará está música?”, se preguntó más de uno. Y nada más sonar el montuno, nadie quedó indiferente. En aquella instalación conocí la historia de ese ritmo oriental, de sus primeros cultivadores. Pero nada mejor que escuchar la música en vivo. Aquella primera noche “changüizamos” de lo lindo.

Después nos fuimos al parque Martí, donde late y fluye la vida nocturna guantanamera, convirtiéndola ante mis ojos en una de las urbes más cosmopolitas que he visitado.

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Sobre el autor: Arnaldo Mirabal Hernández

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