Quizás Bernardino sea el único que, al menos en la ciudad de Matanzas, se dedique a limpiar botas. Este oficio, que tuvo gran popularidad varias décadas atrás, fue siempre considerado para niños pobres. Era común verlos con sus sillones en parques, portales y esquinas. La realidad de hoy es que los nuevos calzados no requieren de ellos.
A pesar de esto, todavía muchas personas, ya sean adultos acostumbrados o jóvenes retomando modas, pasan cada día por el sillón de Bernardino en busca de betún y cepillo para sus zapatos.
Inclina su cabeza frente al cliente, a su espalda entran y salen las personas del Coppelia y a su derecha el vaivén cotidiano de la terminal de ómnibus; interrumpen su calma.
Muchos han sido los oficios de Bernardino Reyes Pantoja. A sus 80 años las anécdotas son infinitas. La nostalgia por su natal Santiago de Cuba se aviva cuando recuerda sus tiempos de juventud: su paso por el III Frente Oriental junto a Juan Almeida Bosque; ocasión en que conoció a Celia Sánchez en La Sierra; los meses que trabajó como guardia en los límites con la Base Naval de Guantánamo; las veces que tuvo que atrincherarse por los disparos provenientes de la misma.
Estuvo en Granada 28 meses como operador de equipos pesados en una misión internacionalista. Luego regresó a Matanzas y se desempeñó en el campo, en la construcción por los municipios de Jovellanos y Jagüey Grande, hasta llegar a la finca La Violeta, donde reside desde hace 18 años junto a su esposa y una de sus hijas.
Bernardino ha sobrevivido a tres infartos. Amaba su desempeño en las labores militares, pero diversas enfermedades, así como una prótesis ocular no se lo permitieron.
Ahora es limpiabotas y le consuela contar la historia de su vida a los clientes, mientras le saca el brillo a los zapatos. (Por: Denny Brian Santana Torres y Lisandra Verdecia Morales)
Lea también: Campanas que hablan