Cristian sube al escenario y el bajista le indica dónde está ubicada la batería. Camina apoyándose en ella hasta que da con el asiento y suelta la muleta. Justo en ese instante comienza la simbiosis.
El músico siente cada parte del instrumento, recorre sus dedos por los tambores y los platos, prueba el pedal y ubica los herrajes. Lo siguiente que ocurre es casi mágico, las baquetas se balancean al ritmo de la música y esta fluye como si esa fuera su naturaleza misma.
—¿Cómo te interesaste por la música?
—Desde pequeño me gustaba escuchar música todo el tiempo, me pasaba el día con la grabadora de la casa puesta o con el teléfono. A mí me gustaba oír de todo, lo mismo salsa, que reguetón, que rock and roll, era mi vía para descubrir el mundo.
“Mis padres me compraban pianos y baterías de juguete y yo le lograba sacar el ritmo a las canciones. Cada vez que escuchaba algo quería replicarlo con las manos, daba lo mismo si era un cubo o una mesa.
“A los cinco años fui a vivir a La Habana y en la escuela donde empecé a estudiar había un grupo de música cubana, y nada más lo escuché me enamoré de la batería. Cada vez que tenía un chance me ponía a practicar con el baterista o simplemente a oír lo que hacía.
“Más tarde comencé a practicar también en la casa con un bongó que conseguí y unos palitos, de esos que se usan para revolver los tragos. Me ponía los audífonos y trataba de seguirle los ritmos a las canciones como si aquello fuera una batería de verdad, y así fue más o menos como le fui cogiendo el gusto al asunto.
“En ese momento todavía era un pasatiempo, nada en concreto, hasta que fue pasando el tiempo; a mis nueve años fue cuando el baterista del grupo pasó para la secundaria, y yo asumí su puesto, aunque apenas llegaba a los tambores. No tocaba como ahora, pero me podía defender. Tocábamos salsa y música tradicional cubana.
“A los 10 años tuve una maestra que me enseñó más o menos cómo agarrar las baquetas, aunque finalmente terminé agarrándolas como pude. Ese ha sido el único contacto académico con la música que experimenté.
“Intenté entrar a la escuela de arte, pero no pude por determinadas situaciones. A los 11 años vine para Varadero a vivir y me compraron mi primera batería, una vieja, de uso. Entonces me cogió la cuarentena y aproveché todo ese tiempo encerrado en la casa para perfeccionar la técnica mediante tutoriales de youtube”.
—Cuéntame sobre tu discapacidad.
—Padezco de glaucoma congénito, es una enfermedad que provoca que suba la presión ocular. Nací totalmente ciego.
“A los dos años le dije a mi mamá que quería dibujar e imagínate tú, ella empezó a organizarme las crayolas por colores y me iba indicando para que yo pintara. Mediante ese ejercicio mecánico fui acercándome las crayolas a los ojos y lograba identificarlas ya sin la ayuda de ella. Ahí los médicos se percataron de que yo podía percibir luces e identificar siluetas.
“A los ocho años me hicieron un trasplante de córnea en el ojo izquierdo y fue un éxito los tres primeros meses. Me pusieron espejuelos, con un cristal gordísimo, más 12 y logré ver a mi mamá y todo lo que me rodeaba.
“Fueron meses realmente bonitos, pero desgraciadamente yo era un niño y no paraba de tocarme los ojos y al final lo que había avanzado se redujo a como estoy ahora, que solo puedo definir las cosas bien de cerca, como el teléfono, jugar PlayStation pegado al televisor y poco más.
“Realmente para mí, la discapacidad no ha sido un impedimento para hacer nada. En lo único que sí influye es cuando voy a tocar en un drum que no es el mío, eso me obliga a sentarme y conocerlo bien primero antes de aventurarme a tocarlo.
“Tengo que medir bien la ubicación de los platos, establecer una distancia, memorizar un poco la posición de cada cosa para que no falle nada. También los músicos tienen que adaptarse a mí, porque ellos pueden estar adaptados a organizarse en el escenario mediante señas, que por supuesto, yo no voy a ver. Normalmente le dan la tarea al bajista de comunicarse conmigo, porque bajo y drum van de la mano”.
—¿Cómo ha sido tu experiencia en el mundo de la música?
—A ver, sé que no los aparento, pero solo tengo 16 años y voy a cumplir dentro de poco 17. Empecé en el mundo del rock aquí en Varadero, un grupo que se llamaba Red Light. Después me fui unos tres meses para Cumanayagua, en Cienfuegos, con Cubanos en la Red y para el teatro Los Elementos.
“Cuando regresé también colaboré con la banda Médula, donde tengo que agradecerle mucho a Aníbal, quien me enseñó unas cuantas mañas con la batería. Ahora estoy tocando con Red Zone y con Bendita Esquizofrenia, dos grupos relativamente nuevos.
“Con este último he crecido mucho como músico porque he podido incursionar en otros géneros y me he visto obligado a mejorar para poder seguirle el ritmo al resto de los integrantes, que son talentosísimos.
“Empezar a tocar con Bendita Esquizofrenia fue algo inesperado. Yo conocí a Manuel, actual bajista de la banda, por un proyecto de covers que había empezado a montar y hablando le digo que yo estaba buscando un grupo al cual sumarme.
“Entonces, vinieron un día a mi casa y me hicieron una especie de audición. Ahí fue que decidieron acogerme como baterista. La primera vez que toqué con ellos fue en frente de mi casa con unos amplificadores.
“Nuestro primer gran concierto fue en el Cine Teatro de Cárdenas con todos los hierros y a partir de ahí comenzamos una relación de hermandad que ha sido realmente increíble. Yo ahora mismo doy la vida por Bendita Esquizofrenia, para donde ellos me digan que hay que ir yo voy, no los cambio por nada”.
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—¿Qué significó para ti tocar en un Festival Atenas Rock siendo tan joven?
—Fue una experiencia totalmente nueva para mí. La multitud de gente gritando y cantando nuestras canciones, los aplausos y el sonido, que estaba bestial. Pero el momento más impactante fue cuando terminé mi solo de batería y el público me vitoreó, fue una sensación que quiero que se repita todas las veces que sea posible.
“Subí al escenario sintiéndome mal porque estaba agotado y medio enfermo, pero a pesar de todo le puse mis ganas y le regalé al público la mejor versión de mí. Lo que nada más terminar el concierto empecé a vomitar y tuve que irme. Aun así, agradezco a todo el que fue a escucharnos.
“Mi meta es superarme todos los días y mantenerme tocando. Llegar a todos los lugares posibles e incursionar en los géneros que pueda. Yo creo que mi historia sirve para transmitir ese mensaje de que para cumplir los sueños el primer rival es uno mismo, por eso les digo a aquellas personas que creen que no pueden desarrollar su talento o alcanzar lo que aman, solo porque la vida se lo puso más difícil que al resto, que nunca se rindan y que al menos den la pelea”.
Es increíble nosotros fuimos sus maestras en la escuela especial Abel Santamaría, un pequeño bello que no se dejaba de tocar sus ojitos por mas q le decias no te toques. Grandes espejuelos y muy cariñoso. Felicidades mi niño eres grande
He seguido la historia de Cristian desde niño, el apoyo de su mamá, como aplastó barreras, y se ha hecho un gigante.