Succession ha terminado. Después de cinco años de excentricidades, insultos y muerte, la ficción producida por HBO y escrita por ese genio que es Jesse Armstrong ha llegado a su última línea en la historia de la televisión, con un punto final negrísimo.
La serie narra la carrera por el puesto de mayor responsabilidad, posición y prestigio en Waystar Royco, una multiempresa que además de crear noticias tiene también negocios como parques de diversiones y cruceros. El dueño de todo este gigante empresarial es Logan Roy, interpretado por Brian Cox, quien ha odiado al personaje desde la primera temporada.
Logan tiene cuatro hijos: Kendall Roy (Jeremy Strong), Roman Roy (Kieran Culkin), Siobhan Roy (Sarah Snook) y Connor Roy (Alan Ruck).
Cada uno de los hijos cree ser el indicado para convertirse en la próxima cabeza de la familia. Kendall es quien más se lo cree, alega que cuando tenía siete años ya se lo habían prometido. Siobhan huye de esta responsabilidad al comienzo de la serie, para después caer de lleno en este coliseo en busca de alianzas, tratos y los secretos más íntimos de sus enemigos. Después está Roman, el multimillonario que no puede tener relaciones sexuales con algún otro ser humano, pero al le que le excita enviar fotos de sus partes íntimas a ciertas personas. Y por último está Connor, el filántropo con millones que gastar, comprador de miembros falsos de Napoléon Bonaparte y quien puede que algún día sea presidente de los Estados Unidos de América.
A priori la serie se decanta por la comedia, y engaña con su atmósfera de falso documental. Atrapa y divierte y crea esta intimidad contigo como espectador porque te convierte en un millonario más que no puede participar en esta escaramuza, pero que elegirá un bando y gritará de emoción cada vez que uno de sus jugadores haga un tanto. Nada puede salir mal en una historia como esta.
Ve Succession y ríete con ese ricachón adicto a las drogas, carente de amor paterno y propio, con el que tiene miedo de las personas y un ego inmedible, y cree tener el derecho de eyacular sobre los ciudadanos de Nueva York. Conviértete en cómplice de un crimen cometido por uno de ellos. Ya aquí deja de tener gracia, y comprendes el poder inmenso que tienen estos personajes. No son para nada moralmente aceptables, y eso es exactamente lo que los hace reales. Succession es ir al psicólogo y disfrutar la sesión: los diálogos son excelentes, las actuaciones son perfectas, todo el mundo se complementa. Es Juego de tronos, pero en versión personas con traje y sin dragones.
Y es que esta serie encierra una estructura que estudia por separado a cada uno de sus personajes. Tom Wambsgans (Matthew Macfadyen), el esposo de Siobhan, empieza la serie proponiéndole casamiento a esta mujer y con el paso de las temporadas podemos notar el cambio que ocurre en ambos por protagonizar un matrimonio que parece más bien un proyecto inmobiliario. Y las conversaciones entre ellos, cuando ya todo se derrumba, son de las mejores de la televisión actual. Cuando Tom y Shiv hablan, todos callan porque existe un trasfondo dramático excelso entre ambos, ¡y nosotros lo sabemos! Porque hemos estado allí en cada una de sus discusiones, en sus planes, en sus bajas y en sus poquísimas altas.
Y cada uno de los hermanos es un manojo con patas lleno de promesas, un imperio prometido desde la niñez, siempre al acecho buscando una forma de demostrarle a su papá quién era el más capaz. Como consecuencia, cada uno será incapaz de mostrar sus verdaderas emociones, para ellos todo será una jugada.
En esta historia no hay cabida para los débiles, todo vale para alcanzar ese puesto que no solo te otorgará poder, sino que te permitirá vivir un día más en ese rascacielos rodeado de hienas y buitres.
(Por: Mario César Fiallo Díaz)