No los busques en los automóviles. No los busques en los restaurantes ni en las parejas de recién casados. No los busques en los títulos honoríficos ni en los salones de baile. Los duros están más lejos, me dice el poeta y enciende un cigarro, jorobado y apolismado, parecido a la realidad cuando te pasa la cuenta.
“No los busques en las tiendas de MLC para comprar su trozo de queso gouda y su pan de molde para prepararse un sándwich cuando en mitad de la noche se levanten sobresaltados por esa pesadilla en la cual, en vez de caer y caer, suben y suben y se pierden en el cielo y cuando despiertan aún están allá arriba”, le digo yo.
“No los busques entre la gente que, en las tardes, cuando el sol cansado de todo se pierde en los tugurios de la noche, salen a correr, con sus monos deportivos y sus teléfonos con música tecno y trotan al ritmo del beat. No los busques detrás de los dientes pichados en oro ni esposados a relojes Invicta que lucen como utilería de los Power Rangers.
“No los busques en las aduanas de los aeropuertos con las maletas cargadas de vestidos Shein que luego se venderán por el triple de su costo real. No los busques en las núbiles muchachas que exhibirán los vestidos Shein en sus post de Instagram: ellas toda joviales en primer plano y a su espalda, como telón, un edificio en ruinas. No los busques en el triste contraste entre el glamour y las cicatrices de la ciudad. Ellos no tienen tiempo para el glamour. Ellos no tienen tiempo para Instagram.
«No los busques en la mesa del bar en la cual han juntando cerveza Cristal tras cerveza Cristal, una al lado de la otra, una arriba de la otra, hasta que levantan un pequeño bosque de aluminio, y ni se te ocurra esperarlos afuera de las discotecas. No los busques en las tumbonas de una playa, untados con protector solar, como si fueran muñecos de cera, mientras piensan que la vida es como el bote aquel que se pierde en la lejanía: dejarse llevar por la corriente”.
Ellos están en las clínicas psiquiátricas, en las penitenciarías, recogiendo latas a las 11 de la noche, durmiendo en las Terminales de Ferrocarriles, sentados en los quicios de las aceras, sin bañarse, sin afeitarse, lejos de las colonias, lejos de los regímenes laborales, lejos de los pomos de talco, me explica el poeta.
“No solo ahí”, le respondo. “Los duros están en la cola para cambiar la balita del gas. Las montan en un cochecito hecho de cabillas soldadas y par de cajas de bolas de camiones Kamaz para poder freírse un huevo y par de tajadas de plátano macho. Están en las paradas mientras ponen a prueba su fe y oran porque la siguiente guagua vacía se detenga, porque la última siguió de largo muy campana, y en el hogar lo espera el lecho tendido, el ventilador que no quita el calor pero por lo menos engaña al cuerpo. Aquí se reza más en las paradas que en las iglesias.
“Las duras son las mujeres caracol, las que se echan la casa encima: las madres, las recolectoras, las que cuando llegan después del trabajo y los niños les preguntan si les trajeron algo, como truco de prestidigitador sacan, aunque sea, un chupa chupa o un caramelo rompemuelas. Son las que, en otro truco de prestidigitador, hacen magia en la cocina mientras los esposos siembran un monte de aluminio en el bar de la esquina.
“Están en esos botes que el hombre de cera que se solea los observa y piensa que la vida es eso, dejarse llevar por la corriente. Son los pescadores que se levantaron en la madrugada –cuando solo estaban despiertos aquellos que salían de las discotecas, sudados y borrachos, y los desvelados que se preparan su sándwich de queso gouda–, a fajarse con la corriente a ver si la mar, voluble y caprichosa, les permite saquearla un poco.
“Los duros están al lado de las cunas con un abanico en la mano, mientras espantan los mosquitos de su hijo en medio del apagón. Los duros les enseñan a los hijos que a los duros se les respeta, porque muchos de ellos no quisieran ser duros, sino estar trotando con su mono deportivo y su música tecno para quitarse esas librillas de más que ya abultan el vientre”.
Es así. Si eres bueno los verás cuando te miren a los ojos. Ellos te conocen bien. No te separes. No te cruces la calle. Míralos de frente, me reafirma el poeta.
Todos hemos sido o hemos tenido que ser duros en algún punto, porque la realidad viene a veces, como el cigarro que el poeta acaba de apagar, jorobada y apolismada. Quizás esa idea, de que el pesar nos une y donde estás tú pude estar yo, lo que debe hacer es ablandarnos un poco.
PD: Esta crónica se inspira en el poema Los duros, de Hugo Hodelín Santana, publicado por Ediciones Matanzas en el libro En la línea zaguera, en 2016. (Foto: Raúl Navarro González)
REQUIEN POR MATANZAS. LLORO POR LOS DUROS DE LA POESIA DEL BARDO HODELIN. AAAYYY MATANZAS SE NOS PIERDE.
MUY INTERESANTE EL ARTÍCULO PERO EL PAISAJE LUCE MUY DEPRORABLE ,PARECE UNA IMAGEN DE UN BARRIO DE HAITI,POBRE CIUDAD CUANTO DAÑO LE HAN HECHO,EL MARANCERO SIENTE POR SU CIUDAD EL INMIGRANTE PROV ORIENTALES TREN SUS INDISCIPLINAS Y CON EL ÉXODO INMIGRACIONES LA PROV VA QUEDÁNDOSE SIN SYS HIJOS NATURALES
PERIODISTA POR FUN CASO PARQUE WATKIN YA LO RESOLVIERON