La industria editorial cubana atraviesa un mal momento, los que acudimos a la Feria del Libro o frecuentamos librerías con asiduidad podemos dar fe de ello. Cada año la cantidad y variedad de títulos nacionales en los anaqueles disminuye sensiblemente.
Toda una constelación de publicaciones periódicas han visto reducida su tirada, muchas desaparecieron en su versión física, y los textos quedan varados en la imprenta, a la espera del material que les permita ver la luz.
El precio de la tonelada de papel se disparó en los años de la pandemia de la covid-19 y luego fue impulsado aún más por la crisis energética de la guerra de Ucrania.
Desde distintas posiciones dentro del sector de la cultura se apunta al libro digital como solución, pero lo que parece un simple cambio de soporte, muy a tono con la tendencia mundial, se complejiza en el contexto particular de nuestro país.
En primer lugar, aunque la escasez de materia prima resulta fundamental, no es el único problema que nos golpea. “Hemos tenido una carencia de insumos tremenda, pero igualmente los equipos, tanto informáticos como de reproducción, se encuentran en pésimas condiciones. Como muchos, trabajamos con medios propios, los que tiene cada uno en casa, que tampoco son óptimos”, expone Alfredo Zaldívar Muñoa, Premio Nacional de Edición 2012, máximo responsable del sello Matanzas y autoridad en el ámbito literario de la Isla.
El también poeta asegura que, si bien ya están convencidos de embarcarse en la aventura del e-book, tampoco resulta tan sencillo porque hay que montarlo y revisarlo en computadoras, y las suyas están casi obsoletas.
“Se requiere de cierta plataforma y del personal adiestrado para poder afrontar, no lo que supliría al volumen de papel, que para mí es insustituible, sino para tener otra posibilidad de acercarse al lector”.
Este escepticismo hacia los soportes virtuales es algo compartido por muchos. El propio Zaldívar reconoce que existen prejuicios por parte de los creadores de que su obra se publique únicamente en formato digital.
“Nadie tiene problemas con que salga así, pero se desea tener además su versión física, tradicional. Quizá sea una limitación nuestra, confieso que como autor también me pasa”.
En esa misma línea de pensamiento, el escritor Ricardo Riverón, fundador de la santaclareña Ediciones Capiro y actualmente vinculado a ella de manera independiente, se expresa tajante al respecto: “Creer que reemplazamos al papel es un sinsentido muy peligroso”.
Aunque se siente optimista porque conoció momentos terribles, a inicios de los 90, “cuando todo parecía perdido y luego hubo un renacimiento”, reconoce su preocupación. “En aquel entonces pensábamos en el libro; hoy, en que puede haber algo que llamo un sucedáneo.
“Tiene que existir una convivencia de ambos medios, para que los lectores puedan acceder al que quieran, al que prefieran. Quizás un día sí, con el devenir, todo vaya hacia lo digital, pero no hoy”. Enumera las que para él son ventajas del nuevo soporte: la conservación, las facilidades de búsqueda, y no logran convencerlo del todo.
“Maltrata más la vista, no tiene paginación, porque cuando usted amplía la página o la disminuye, cambia totalmente. También resulta más vulnerable a la piratería”.
Coincide con esta cuestión el escritor Yunier Riquenes, quien lleva, junto a Naskicet Domínguez, la plataforma autofinanciada de promoción literaria Claustrofobias. Aunque considera que cuando existan en Cuba e-books por un precio razonable, disminuirá el número de quienes buscan la opción pirata.
“Los cubanos llegamos tarde a varios fenómenos. Primero no aceptamos tanto lo virtual, luego vino la covid-19 y queremos que todo sea así. Hay un período de transición que respetar, para que las personas puedan adaptarse”.
Riquenes, el más joven de los anteriores entrevistados, también se muestra más abierto a las ideas novedosas. “Grandes estudiosos de la promoción afirman que con el uso de las nuevas tecnologías se lee más que nunca, a través de redes sociales, audiovisuales, y se consume el audiolibro”.
Los tres concuerdan en el obstáculo que supone la carencia general de soportes electrónicos para la lectura, pues, como bien señala el propio Zaldívar, no se trata de usar el celular o tablet, sino las herramientas adecuadas.
En el mercado internacional circulan muchísimos modelos con la conveniente opacidad de la pantalla, formato ligero, almacenamiento interno, conectables por USB o wifi. La mayoría tiene un precio por encima de los 100 dólares, muy lejos del bolsillo promedio.
Riquenes señala que existe un grupo menor que accede a las tecnologías, pero que carece de la infoalfabetización imprescindible, y añade que tampoco contamos con una plataforma eficiente para la literatura digital cubana.
“Las editoriales deben montar sus productos con Ruth Casa o con Citmatel, o sea, el Instituto Cubano del Libro todavía precisa acudir a terceros. Lo primero entonces es preguntarnos hasta dónde hemos desarrollado el engranaje para distribuir, comercializar y promover esta modalidad.
“Igualmente, si no circulas la información de los ejemplares disponibles, no solo de los más contemporáneos, sino también los clásicos, ¿cómo los acercas al lector? Hay que proyectar estrategias que permitan moverlos una y otra vez, en la medida en que cambian las generaciones”.
Por su parte, Riverón cuenta que desconoce la suerte de sus dos publicaciones virtuales. “No me ha llegado ninguna referencia y no creo que tengan un impacto real en el panorama literario”.
Para el responsable de Claustrofobias, está muy claro que no se estudia lo suficiente al segmento de público que consume e-book, ni se enfocan los planes editoriales contando con ellos. “Independientemente de que el Instituto Cubano del Libro y el Observatorio de Libro hagan encuestas, tendríamos que ver hasta qué punto son efectivas y cuál es su alcance real”.
Esas investigaciones podrían develar si es el libro digital esa mágica solución que ayude a resolver, o por lo menos paliar un poco, la presente crisis editorial. Los cubanos amantes de la lectura necesitamos reencontrarnos con nuestros autores preferidos, ya sea en la materialidad de una estantería o en el universo evanescente de los bytes.