Al fin, después de tantas batallas intergalácticas, exterminadores del futuro y viajes en el tiempo, se impone la hija de Verne, Wells y Méliès: la ciencia ficción triunfa en los Oscar, eso sí, con una película errada.
El exceso de candidaturas y galardones para Todo a la vez en todas partes, de los guionistas y directores Daniel Kwan y Daniel Scheinert, ante mis ojos no la hace mejor película, ni mejor dirigida, ni mejor montada ni mejor interpretada, que buena parte de sus compañeras de competición, ni mucho menos que varias joyas disueltas a lo largo del pasado año que no fueron incluidas.
¿Por qué mi agridulce sensación con el reconocimiento “mayor” que la industria ha dado a uno de sus géneros más importantes, no siempre reconocido pese a aportar en gran medida lo mejor de muchas épocas para el arte número siete?
Pues, simplemente, por el caótico, deshilvanado, monótono, débil, vulgar, chapucero y, en última instancia, anticinematográfico ejercicio que me supone la gran vencedora, además de la evidente tentativa de exaltar la inclusión sociocultural que tanto condiciona en estos momentos y desde hace algunos años la creatividad y el consumo del cine.
Arropada con los lauros que 2001: Odisea del espacio (1968), El planeta de los simios (1968) o La guerra de las galaxias (1977) a día de hoy no precisan para brillar como clásicos imperecederos a los que se vuelve una y otra vez, las sucesivas recogidas de estatuillas para Todo a la vez en todas partes serán, como diría el replicante de Blade Runner (1982), momentos que se perderán como lágrimas de la lluvia.