Sinceramente estoy pensando en comprarme una pesa. Creo que mi próxima inversión será en eso. Sí porque, teniendo en cuenta que una libra de lo que sea sube por día u horas, que te roben lo más mínimo repercute en el bolsillo y en la estabilidad emocional.
No es un chiste, ¡ojalá lo fuera! En los últimos días, cada vez que he verificado la mercancía comprada, confirmo que me han dado menos. No importa ya si es estatal o particular, si le pones cara de habilidosa para intimidarlos o si tiras la indirecta de que cuando llegues a la casa lo pesarás; muchos se las ingenian para “equivocarse” siempre a su favor.
Eso cuando somos afortunados y existe una pesa, porque hay quien despacha sus productos “a ojo de buen cubero” o se auxilia de envases como jarros, vasitos de helado, mazos, puñado o cualquier otra unidad de medida no establecida, si tenemos en cuenta que el expendio debe ser en libras o kilogramos.
Este tema no es para nada nuevo. El robo en las pesas siempre ha existido, pero ahora la “mano negra de la inflación” nos obliga a sentirlo con mayor fuerza. Y lo que antes dejábamos pasar para no resultar incómodos, porque solo representaba unos pesitos de más, hoy es imprescindible denunciarlo, pues casi todo cuesta un “ojo de la cara”.
Los trucos para quitar productos y más dinero al consumidor son múltiples y antiguos. Desde la colocación de plomo para que pese más la carga hasta el empleo de pesas no certificadas pudieran ser algunas de las estrategias para hurtar. Sin embargo, muchas veces no se requieren métodos tan sofisticados, basta con aprovecharse de la ingenuidad del cliente.
Tampoco ayuda que ya muchos establecimientos no dispongan de las llamadas pesas de comprobación o que muchas se encuentren en mal estado, y darse cuenta del timo quede a la buena suerte de contar con este instrumento de medición en casa. Pocos son los que una vez constatado el hecho regresan, reclaman y denuncian.
A ello se suman otras cuestiones que agravan la situación. Un análisis breve del contexto indica que no existe, por ejemplo, una correlación sensata entre calidad y precio. Cada quien –y acoto de nuevo, estatales y particulares– se toma la atribución de fijar importes y modificarlos una y otra vez, sin tener en cuenta variables como los costos de la fabricación y comercialización, o las restricciones legales en ese sentido.
De ahí que duela mucho más cualquier pedacito que te roben. En medio de un desabastecimiento atroz, carencia de recursos, inestabilidad brutal en los precios, hablar sobre protección al consumidor es casi una utopía. No obstante, es cuando debiera ser más urgente adoptar medidas severas con los violadores, por lo que representa para el pueblo adquirir alimentos.
Tampoco existe un control administrativo serio ni evidente a las ilegalidades antes mencionadas, ni seguimiento a los llamados precios topados, que la mayoría de las veces no funcionan y generan incomodidades entre la población.
Si bien en Cuba existe un amparo legal, establecido en la Resolución 54/2018 del Ministerio del Comercio Interior, que define los principios de la protección al consumidor, relacionados con la inviolabilidad de estos derechos, el desconocimiento de la población y la falta de actuación de las administraciones echan muchas veces por la borda el terreno ganado en ese sentido.
El robo en las pesas es un acto reprochable desde el ángulo que se mire, y en estos tiempos no queda más que estar a la viva para evitarlo. Y, por supuesto, nunca cansarnos de denunciar.
Recientemente disfruté la lectura de su reciente artículo en el impreso ¨Estar a la viva para equilibrar los pesos¨. Como soy, otro consumidor más, y esta problemática me afecta, me motivó a comentar su confesión de desear comprarse una pesa. Como que, en la última página, una caricatura en algo le daba chucho a su idea (la imagen aquí encabeza el artículo), quise darle un poco de elementos al escrito a enviar, a riesgo de aburrirla, pero, le aseguro, la intención es buena. No había encontrado el artículo en la versión digital, y ahora, le adoso igual comentario que el que le envié al correo.
Los instrumentos de pesaje mecánico que conocemos son las Básculas y Balanzas; los primeros basaban su principio de funcionamiento en sistemas de palancas de segundo grado conocidos así por tener no menos de dos puntos de apoyo y los segundos tienen como principio de funcionamiento los sistemas de palancas de un solo punto de apoyo.
Según ECURED; Balanza. Palanca de primer género de brazos iguales que mediante el establecimiento de una situación de equilibrio entre los pesos de dos cuerpos. Báscula Instrumento para medir pesos, generalmente grandes, que se colocan sobre un tablero o una plataforma horizontal o plato sobre el que se coloca el objeto que se quiere pesar. Actúan por medio de un mecanismo de palancas, que transforma la fuerza correspondiente al peso del objeto a medir en un momento de fuerzas, que se equilibra mediante el desplazamiento de un pilón a lo largo de una barra graduada, donde se lee el peso de la masa. Como las balanzas, compara masas, pero mediante una medición indirecta a través del peso.
La más conocida es la Báscula conocida como pata de gallina de la marca Fairkbanks, por su base (son menos comunes la que tienen una base en mesa o tablero), que están presente en todas las bodegas de forma original y en ocasiones copias bastante bien hechas, incluso en una en ocasión Cuba se fabricaron, bajo la marca Yara. Estas balanzas tienen la regla de medición graduada en libras avoir du pois y kilogramos aunque siendo estas fabricadas en su mayoría en los años 1940 en USA.
Los instrumentos de pesar electrónicos o de indicación digital se les clasifica como instrumentos de pesar solamente o vulgarmente (PESA) ya que el principio de medición se basa en la deformación mecánica de un elemento el cual tiene adosado un elemento sensor que varía sus parámetros eléctricos al deformarse mecánicamente y esto es procesado por un circuito electrónico que traduce esto en unidades de masa reflejándolo en un display en la unidad de medida seleccionada por el usuario del equipo, estos sin duda son más precisos que los ya conocidos como balanzas y basculas pero también son alterables ya que la calibración se puede realizar a conveniencia o alterando el valor real a mostrar.
En resumen, la mayoría de los instrumentos de pesar que se utilizan en el comercio minorista (y ahora por cualquier vendedor) son americanos o imitaciones de estos y la alteración del funcionamiento normal con beneficios para el vendedor es muy fácil. De igual forma es muy fácil alterar los ponderales, en su parte inferior estos constan de agujeros para calibrarlos con plomo, si se pone más cantidad de plomo, serán más pesados.
Puede encontrar dos tipos de básculas, de base tipo base mesa o tablero, en la cual el brazo o regla de medición, conectado a su parte móvil y graduado en libras y kilogramos, pasa interior a un cepo fijo y se extiende hasta un platillo colgante, preparado para colocar los ponderales o pesos de referencia. La de base pata de gallina se diferencia en que no aparece el cepo fijo y el brazo o regla de medición juega con más libertad.
Usted puede tener una idea si la báscula tipo base mesa o tablero, o base pata de gallina de su vendedor está más o menos fiel si, al estar vacío el plato, el centro del brazo móvil (marcado con una línea grabada en el metal) coincide con una flecha, grabada en el metal del cepo fijo. De igual forma, un peso conocido debe provocar igual efecto cuando se colocan en el platillo colgado al brazo los ponderales relativos a ese peso.
Otro gran problema, que hace letra muerta la famosa legislación de protección al consumidor que refiere, son las unidades de medida que utiliza el vendedor. Y no quiero referirme a los mazos, pomos, jarros y otros inventos. Me basta con el abuso que se hace, incluso por entidades estatales, de las equivalencias de las unidades legalmente establecidas, la famosa libra que para cada uno tiene una equivalencia distinta (Y está claro que la unidad SI para la masa, en Cuba, medición o pesaje, es el kilogramo kg, y que la libra universalmente aceptada como equivalencia, incluso la más utilizada en nuestro país es la avoir du pois de 453,59 g, aunque Comercio Interior inventó otra que equivale a 460 g, casi similar a la castellana). Hace unos días escribí al respecto, sobre lo insólito de continuar utilizando, incluso en resoluciones y normativas, unidades de medida del sistema inglés, en desuso hoy para los británicos, en contradicción con nuestra legalidad al respecto, no conforme al SENAMET, e incluso proclive al estímulo de prácticas corruptivas, pues no se conoce qué libra es de la que se habla (la troy de 373,24 g, la avoir du pois de 453,59 g, la libra latina o romana, de 273 g, la catalana (lliura) de 400 g y divisible en12 onzas, o la castellana de 460,0093 g y divisible en 16 onzas), entonces, se le da una patente de corso al pobrecito vendedor para escoger la que él desee, un caldo de cultivo obvio para el robo y la corrupción, además de que en las conversiones los errores los carga casi siempre el cliente, y al comprador, la que no le quede más remedio que aceptar