Lo reconozco, no tuve corazón para poder ver completo el último partido del Mundial. Cada vez que marcaba un gol Francia, me encerraba en el cuarto y me cubría la cabeza con la almohada; pero el ruido de los vecinos, la algarabía, traspasaba las ventanas atrancadas, la carne de la almohada.
Quizás hoy entendimos qué rayos es tener el corazón en la mano, un corazón esférico, un corazón pateado, un corazón que solo se siente realizado en el fondo de la red.
Recuerdo a Borges, que no le importaba el fútbol –pero igual es argentino y hoy, sobre todo hoy, Argentina es sagrada–, cuando escribió en su Poema Conjetural: ‘‘Al fin me encuentro con mi destino sudamericano’’.
Muchos hoy encontraron su destino sudamericano, hoy la Patria Grande es un poquito más grande; porque el deporte tiene eso, aúna, afiebra, infarta y te hace sacar el alma por los pulmones cuando se grita ¡gooool, cojones!
Los messianos, los mersianos, los marcianos, los que creen que hay vida en otro planeta, porque hay hombres que parece que no son de este, celebrarán a uno de los más grandes de la historia del futbol, aunque su mote sea La Pulga. Pero las pulgas pueden saltar 30 veces su tamaño. Las pulgas pueden saltar por encima de la historia.
Hoy se piensa en Diego. Hoy en los altares de Diego se prende una vela. Hoy el maradonismo va a hacer su corpus cristi. Hoy echamos el cuerpo en tierra y decimos gracias Dios, gracias Diego por el fútbol. Hoy el barrilete cósmico es más cósmico aún.
Hoy la barbarie, como escribiera Sarmiento, otro argentino, la pasión barbárica, el amor que desborda, abofetea a la civilización. Hoy José Ingenieros le lanza una trompetilla a Voltaire.
Desde debajo de la almohada, con el pecho al rompérseme, recuerdo a Cortázar, al Charly, a Spinetta, a Riquelme, a Carlitos Gardel, Hoy no digo ‘‘no llores por mí, Argentina’’: hoy nosotros lloramos por ti, Argentina.
(Foto: Tomada de La Nación)