Trap-eando el piso

Trap-eando el piso

Foto: Caricatura

La bocina suena y el diminuto cuerpo se mueve al ritmo de la música. Contra una mesa y haciendo movimientos indescriptibles me muestra cómo se baila el “pasito de la rusa”. Al ver mi cara, que me imagino debe ser un poema, me dice que también se sabe el “pasito de Anitta” y ahí sí se tira al piso y con la inocencia de sus cinco años “perrea”. 

Por supuesto que los grotescos movimientos, que en una niña pueden verse hasta cómicos, van acompañados del canto. Palabras a veces difíciles de pronunciar, no por su complejidad, sino por la agresividad del mensaje que emiten. 

En la casa todos la graban con un celular y las palmas no pueden faltar al final de la presentación. “Ella sí está a la moda”, dicen, y la pequeña continúa buscando otros videos para enseñarme que el trap es lo que se usa ahora. 

Pues sí, ese subgénero de la música urbana al parecer ha llegado para quedarse y se ha instalado con fuerza en los celulares de los adolescentes, en las listas de reproducciones de los choferes, en las fiestas públicas, incluso en los medios de comunicación.   

El ritmo fuerte, unido a los estribillos fáciles de aprender, hacen que la fórmula haya sido un éxito comercial no solo en Cuba, sino a nivel mundial. Basta con saber que este año el Top 1, según la plataforma Spotify, fue Bad Bunny, mientras que entre las canciones más escuchadas estuvieron Me porto bonito y Titi me preguntó.   

El trap, aunque surgió a principios de los 90 del pasado siglo en los barrios más pobres de Atlanta, donde estaban las trap houses, casas donde se produce y vende crack y otras drogas, no es hasta la década de los 2000 cuando ocurre su explosión. Como sucedió con el reguetón, el trap latino es duramente criticado por sus letras, en las que se habla de sexo, drogadicción, violencia e infidelidades. 

Sus cultores pronuncian obscenidades que pueden ir desde la grosera descripción del acto sexual, hasta la incitación a violentar el cuerpo de cualquier mujer, consumir estupefacientes de todo tipo e incluso delinquir. Y eso es lo que tararean nuestros jóvenes hoy, a los que les sigue pareciendo atractivo por el background pegajoso que se baila y suena bien.  

Sin embargo, ni siquiera me asombra tanto que se cante o se baile por una cuestión de ajustarse al contexto o pasar un rato de entretenimiento. Lo que más me llama la atención es que, al igual que ocurrió antes con el hip hop, el rock, o el reggae, trascienda el mero hecho de ser un género musical más para convertirse en una manera de vivir, vestirse, hablar y expresarse de las nuevas generaciones.

Que se normalice la vulgaridad, el irrespeto, la cosificación del cuerpo, la agresividad y que, desde niños, etapa donde se define la personalidad, se consuman y aprehendan estas prácticas, al menos para mí, como madre, es una preocupación constante y motivo de ocupación.  

Sin dudas, la comercialización y promoción de estilos de vida exitosos, al margen de la ley y carentes de valores siempre serán una fórmula fácil para reportar sustanciosas ganancias a la industria de la música. 

Aunque el trap, con sus arreglos electrónicos densos y sombríos y su frivolidad, haya llegado para quedarse, somos nosotros quienes decidimos si trapear el piso, sucumbir moderadamente ante el estilo pegajoso o formar parte de la nueva oleada de traperos que no por democráticos son lo mejor.  

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Sobre el autor: Jessica Acevedo Alfonso

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