Amsterdam: el mundo según David O. Russell

Ficha técnica

Título original: Amsterdam

Año: 2022

País: Estados Unidos

Dirección: David O. Russell

Guión: David O. Russell

Reparto: Christian Bale, Margot Robbie, John David Washington, Robert De Niro, Anya Taylor-Joy, Rami Malek, Chris Rock, Michael Shannon, Mike Myers, Taylor Swift

Duración: 134 minutos

Algunos directores se atreven a concentrar su visión personal del mundo –como en su criterio debiera ser, no tal cual es– más en una película que en otras, y casi siempre es cuando su cine se vuelve más acogedor, cálido y contagioso.

De lo contrario, no existiría el restaurante temático donde nos instala Tarantino en Pulp Fiction; ni la renacida Bedford Falls al final del ¡Qué bello es vivir! de Capra; ni el Hollywood soñado y compartido por Donen y Kelly en Cantando bajo la lluvia; ni el verdor vitalista de Innisfree en El hombre tranquilo, de Ford; ni el agitado aeródromo de Hawks en Sólo los ángeles tienen alas. Tampoco la idílica Amsterdam del último David O. Russell.

Decía el guionista Robert Towne, refiriéndose a su aclamado libreto convertido en la Chinatown de Polanski, que el escenario anunciado en el título, y tan poco visitado a lo largo de la trama, suponía un estado mental y no un lugar. Lo mismo podría decirse de la referida ciudad europea en su homónimo film, por la que ni siquiera paseamos a ritmo de travelling; cada momento ambientado en la misma sucede en interiores, sin abundar ni distraer demasiado de la prioridad conspirativa del argumento, pero el pálpito de Amsterdam sacude las escenas más ajenas a ella y atrae hacia sí la añoranza del espectador, que no la ha visto porque, mejor aún, la ha imaginado.

Un lisiado, un negro y una mujer protagonizan la mejor fábula anti-Trump desde La forma del agua, de Guillermo del Toro. Eternos modelos de incomprensión frente a la justicia social que, compuestos por Christian Bale, John David Washington y Margot Robbie respectivamente, buscan a todo trance frenar un complot político de alta magnitud en la Norteamérica del período entreguerras; estupendo, algo mecánico quizás, el primero de los tres, tal vez dado a la autoparodia tras desgarrarse bajo órdenes de Russell en El peleador y La gran estafa americana; el segundo, igual de vacuo e inadecuado que en Tenet para un rol estelar; ella, tan perfecta y desbordante que habría que remontarse a la Garbo o a Joan Crawford para obtener un rostro de semejante belleza, de simetría tan acorde al eje de un primer plano y así de moldeable según los sentimientos de cualquier autor.

Amsterdam tiene la virtud del cine veloz e imparable que logra sentar al espectador casual que pretende pasar de largo. El prólogo con flashback incluido y necesario de la primera media hora se vale de hallazgos entre graciosos y entrañables, como la apresurada transportación de un cadáver en condiciones absurdas; o esa Nueva York de 1933 cuidadosamente iluminada en una noche durante la cual ocurren muchas cosas; o el primer encuentro entre Burt (Bale) y Harold (Washington), de una dignidad emotiva; o la hawksiana presentación de Valerie (Robbie), uno de los mejores personajes femeninos ideados por Russell. Esa mujer sensual y agradable, aguerrida e interesante, que fuma en pipa y extrae metal de los heridos que atiende en plena Gran Guerra para elaborar con él revolucionarias obras de arte, supone el personaje más interesante dentro del amplio reparto de estrellas.

Es de agradecer el aroma a Hemingway, la brisa de libertad y limpieza humana que sopla desde los fotogramas detenidos en el tiempo, quizá esperando a que el más recóndito cinéfilo rememore el romanticismo inherente a los tiempos que retrata.

Vuelve con Amsterdam, al menos por dos horas y cuarto, el cine de barcos de humeante chimenea, que no parecen dispuestos a esperar más tiempo por caracteres dubitativos respecto a abordar o no rumbo a un destino incierto; de enfermeras que confunden la realidad de sus pacientes ametrallados con la visión anticipada del Paraíso en contrapicado; de viriles pactos de sangre entre compañeros de infortunios, hambre y camaradería a prueba de todo; de agentes del Servicio Secreto británico desperdigados por todo el Globo, evitándoles mayor grosor a los libros de historia; de mansiones cuyos adornos parecen más humanos que sus habitantes; de personas que se extrañan a medio mundo de distancia; de vidas al límite cuyos problemas, como diría Humphrey Bogart a Ingrid Bergman en un falso aeropuerto de Casablanca, parecen poca cosa ante los ojos de la humanidad.

Es posible que, de igual forma que solo podemos imaginar la Amsterdam vivida por nuestro trío protagónico, no nos quede sino suponer la película que pudo haber sido en caso de limitarse a su intriga política. Sobraría mucho metraje y el resultado se me antojaría de una frialdad insoportable, por lo que acabaría coincidiendo con Russell en que, efectivamente, el mundo necesita un poco de Amsterdam, con todo lo que ello implica.

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