Poliamor no es sinónimo de poligamia o matrimonio múltiple. Tampoco es lo mismo que relación abierta. No distingue de épocas, clases sociales o regiones del planeta.
Cuentan algunos, amparados por la distancia y el tiempo, que en cierto consejo popular matancero una lugareña mantuvo relaciones íntimas con dos hombres en un mismo hogar durante años, dentro de una misma institución amorosa reconocida ante la comunidad. Historias como esta abundan en nuestro país con mayor cotidianidad de la que admiten sus protagonistas.
Y si bien no es obligación de nadie vociferar ni hacer apología de su modo de vida, resulta innegable la persistencia de morbo hacia el tema y cómo repercute de forma psicosocial en su apertura.
El poliamor es tan fácil de explicar como difícil de comprender para muchos, debido al arraigo de creencias y costumbres que dominan, sobre todo, el espectro occidental. Se basa en el conocimiento, consentimiento y cercanía emocional entre tres o más implicados de una unión sexoafectiva. Quienes lo asocian con simple libertinaje se sorprenderían al conocer que en numerosas relaciones de este tipo existe el concepto de polifidelidad, donde solo se admite la participación de los miembros ya establecidos.
Los poliamorosos entre sí también discuten, sufren decepciones e inseguridades, como cualquier exponente del heteropatriarcado. La suya es una cohesión simultánea de individuos en igualdad de condiciones sentimentales, sobre la base de acuerdos y sólidos criterios de sinceridad; con presencia de afectos, confidencias y proyectos, así como de discrepancias, reconciliaciones y normas de coexistencia.
Mucho ha llovido desde que, en la comunidad primitiva, su práctica se redujo ante varios factores, desde el surgimiento de la propiedad privada hasta las primeras enfermedades de transmisión sexual. Pero, como variante de compatibilidad responsable, el poliamor ha cobrado visibilidad en la presente era.
A dicha visibilidad sobreviene el interés, la necesidad de conocer más o menos a fondo. Continuamente aparecen alusiones en productos comunicativos, estudios en profundidad, encuestas, fotos altamente posicionadas en las redes donde varias manos se entrelazan de paseo, noticias de matrimonios con más de dos contrayentes. Quizá pronto dejen de ser noticias y pierdan el efectismo que padece aquello no visto como normal.
La actualidad se encuentra plena de referentes e información al respecto, por lo que la proclamación interior de un ser poliamoroso puede depender tanto de la cultura adquirida como de la seguridad en sí mismo.
Si en algo coinciden casi todas las fuentes bibliográficas y testimonios fiables, es en una serie básica de recomendaciones para el éxito de una relación con tales características: no descuidar los métodos profilácticos, la claridad acerca de qué se permite y qué no entre los implicados, la imprescindible comunicación y, sobre todo, la determinación del individuo.
Expresar inquietudes e insatisfacciones es primordial para la sostenibilidad de una pareja y de la familia en general. Para ello es preciso el previo análisis de uno mismo, de lo que se quiere y lo que se espera obtener. Una vez definido qué camino seguir, omitiendo lo impuesto y lo ajeno a la voluntad propia, solo resta ser consecuente con los deseos y los actos, al margen de la incomprensión que, poliamorosos o no, conviene atenuar.
Vivir y amar, como diría el escritor Thomas Hardy, más allá del mundanal ruido.
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