Para la Norteamérica de principios del siglo XX, el solo hecho de ser negro y coincidir en un ascensor con una persona blanca podía costar la vida. El segregacionismo impulsado por el odio racial llega a límites insospechados. Un simple tropiezo, el mínimo roce entre una persona afrodescendiente con una de piel blanca, podría desatar la ira de los supremacistas al punto de devastar una ciudad.
Y fue justamente lo que sucedió el 1.o de junio, en el distrito Greenwood de la ciudad de Tulsa, del estado de Oklahoma, en Estados Unidos. Un odio visceral arrasó con un barrio de negros, quemándolo todo a su paso. Se registraron 35 manzanas carbonizadas, 1 200 casas convertidas en cenizas. El próspero barrio conocido como el Wall Street negro por su pujante economía dejó de existir en apenas 18 horas. Antes de ese triste suceso, se trataba del asentamiento de afrodescendientes con el mayor despegue económico de la Unión, con innumerables negocios, hoteles, empresas, que hace creer a los historiadores que la arremetida respondía más a la envidia, de constatar el progreso de los norteamericanos de piel negra, que a una supuesta agresión que no se pudo confirmar.
Lo cierto es que aquel encuentro fortuito entre el joven limpiabotas Dick Rowland y Sarah Page en un ascensor desató uno de los crímenes raciales más atroces de Estados Unidos de los que se tiene noticia.
Hasta este minuto no se pudo precisar en qué consistió la agresión —un tropiezo, un roce, un pisotón— de la que se hizo eco el periódico Tulsa Tribune, aquel 31 de mayo, catalogando el hecho como violación, lo cual desató la ira de los habitantes blancos.
Rowland fue apresado y, ante el peligro de linchamiento, varios pobladores de la comunidad negra, entre ellos veteranos de la Primera Guerra Mundial, intentaron custodiar el edificio donde fuera recluido. Allí tuvo lugar el primer enfrentamiento.
En cuestión de horas un grupo numeroso de extremistas blancos atacó el distrito Greenwood con armas largas, acribillando a todo el que tuviera la piel oscura. Luego le prendieron fuego a la rica infraestructura del barrio negro.
La desidia y el odio desmedido llegó al punto de emplearse aviones para lanzar dinamita y bombas incendiarias contra esa parte de la ciudad de Tulsa, de la que tan solo quedaron escombros y largas columnas de humo que fotos de la época muestran.
El semejante crimen ocurrió con la anuencia de la policía y de las autoridades locales. Luego de horas de martirio llegó la Guardia Nacional para postar en los barrios blancos por temor a una contraofensiva de las víctimas; algo que nunca ocurrió.b
El saldo preliminar divulgado por investigaciones inmediatas al hecho hablaban de una treintena de afrodescendientes muertos y millares de heridos. Breve tiempo después, un jurado compuesto en su mayoría por hombres blancos culpó a los residentes negros de propiciar el caos y odio desatado.
Durante años el acontecimiento intentó sepultarse en la memoria de los habitantes de Tulsa. Cuando alguien hacía referencia al suceso, empleaba la palabra “disturbio” para minimizar las implicaciones racistas.
Mas, la población negra de Greenwood no estaba dispuesta a que tantas víctimas tuvieran una segunda muerte, esa que provoca el olvido. Investigaciones posteriores impulsadas por varios historiadores contabilizaron más de 300 muertos por el odio racial.
Tras largas y numerosas entrevistas con sobrevivientes, se conoció de los cadáveres amontonados en la calle, de restos carbonizados y echados al río, imágenes grotescas que Lessie Benning Field nunca pudo sacar de su mente. Con sus 105 años y siendo la única sobreviviente viva de aquellos amargos momentos que estremecieron a Tulsa, exigió al Estado una indemnización para los descendientes de la masacre; pero poco consiguió. Alegaron que el delito había prescrito y nunca fue llevado a juicio ningún victimario.
En el año 2001, una comisión del parlamento del Estado de Oklahoma determinó que el ayuntamiento había conspirado junto a ciudadanos blancos contra la población negra. El documento recomendaba una compensación monetaria a los supervivientes y descendientes de las víctimas, algo que tampoco ha sucedido.
En el 2010, en Tulsa se construyó un monumento a la reconciliación, conocido como Parque de la Esperanza, para rendir tributo a uno de los crímenes raciales más cruentos que recoge la historia norteamericana.
En la actualidad, una comisión que investiga la masacre de Tulsa continúa en las labores de localización de las fosas comunes, donde se depositaron muchos de los cadáveres de los asesinados. El sitio contrahegemónico Democracy Now publicó el 2 de noviembre del presente año el hallazgo de 17 cuerpos, en una fosa en el cementerio de esa ciudad.
Todavía sus habitantes esperan por que se restañen las heridas causadas, para que el mundo conozca hasta dónde puede llegar el extremismo y el odio cuando no se le hace frente.