Puentes de Matanzas: La construcción del puente Giratorio aceleró el desarrollo del transporte ferroviario azucarero. Fotos: Tomadas de internet.
Vive el matancero enamorado de sus puentes, de su esbeltez distintiva, de la poesía que evocan, de la magia que imprimen al cotidiano hecho de andar sobre aguas. Casi al descuido se transitan sin reparar en que, entre concreto o acero, permanecen ocultos varios siglos de historia.
Vistos como un elemento más de la arquitectura que da forma a la primera ciudad neoclásica de Cuba, a veces esa poesía que de ellos emana queda tan solo atrapada en un verso nacido de la añoranza de un poeta ausente o en una foto furtiva que le hace justicia a su belleza.
Se olvida que allí, inmóviles, son testigos de amores fortuitos, del joven que busca inspiración y hasta de quienes tributan, al pie de sus cimientos, ofrendas a sus orishas.
Han sido también espectadores mudos de los tiempos de calma, turbulencia o prosperidad de la urbe y del paso ágil o cansado de los que, con el propósito de acortar camino entre la vorágine del centro y los barrios matanceros, encuentran amparo en su estructura.
Sorteando los caprichos de la naturaleza han permanecido muchos de ellos, ya centenarios, y han trascendido hasta nuestros días por su valor estético y funcionalidad. Convertidos en símbolos de identidad, brotan como exponentes del esplendor de varias épocas.
Matanzas puede sentirse dichosa de poseer el más íntegro y valioso entramado arquitectónico de este tipo de los siglos XIX y XX en Cuba. No por gusto ostenta el sobrenombre de Ciudad de los Puentes, por el que es reconocida mundialmente. Para atestiguarlo están las 28 obras existentes.
Y es que resulta imposible caminar la primera urbe moderna del país y no detenerse a admirar la belleza del puente de Tirry (Calixto García), aun con sus pisos flojos y algunas de sus barandas ausentes. O no sentirnos bendecidos al atravesar, con el salitre en la cara y el olor a río inundando los pulmones, el puente de La Concordia, cuyas columnas son símbolo de la ciudad.
Fuente de nostalgia de los ausentes y pilar seguro para aquellos que todos los días les confían el paso, muchos de estos centenarios guardianes requieren hoy de un mantenimiento capital que les devuelva la magnificencia y el confort de antaño.
De cualquier forma, orgullosos de su reliquia se sienten los matanceros, quienes desde sus mismas calles o en la distancia prefieren contemplar en silencio, a través de la inmensidad de la bahía, distinguidos y austeros, a los eternos guardianes de esta ciudad.