Cada vez que en Cuba ocurre una tragedia aparecen de inmediato las muestras de solidaridad, las manos extendidas de personas que de manera desinteresada están prestas a ayudar sin importar el momento ni el lugar; reflejan el valor humano.
Aun distantes expresan su apoyo a través de las redes sociales, un espacio que, de igual modo, ha contribuido a aliviar las penas de quienes sufren ante cualquier adversidad.
Así lo pudimos constatar luego del paso del huracán Ian, el más reciente de los desafortunados sucesos que los cubanos hemos tenido que afrontar en los últimos tiempos.
Desde nuestra provincia partió, al día siguiente del impacto del ciclón, una caravana hacia Pinar del Río, con 31 toneladas de alimentos; y no es que nos sobre, no, es que sabemos que allí lo necesitan más.
A las acciones de recuperación en las zonas dañadas se han sumado de aquí los linieros, trabajadores de Etecsa, agricultores, artistas, federadas…; en tanto, varias entidades organizan donaciones para hacérselas llegar.
En coyunturas difíciles, acciones como estas son las que pueden salvar. Tal como lo escribió un usuario en su perfil de Facebook: “La estrategia es amar, no destruir; es cooperar, no criticar; es construir, no odiar; es sanar entre todos las heridas”.
Sin embargo, en momentos así resurge también lo peor del ser humano. Individuos que siembran cizañas o buscan el modo de ganar provechos de las circunstancias.
¿Cómo es posible que en medio de una complejísima situación energética alguien, valiéndose del hecho de tener en su casa una planta eléctrica, se haya atrevido a cobrar 200 pesos por cargar la batería de los celulares de sus propios vecinos?
Si el egoísmo y el individualismo son, en efecto, antivalores de ser humano alentados por el complicado contexto socioeconómico, para los nacidos en esta Isla, criados bajo los principios de la solidaridad y el altruismo, conductas de esa índole son repudiables.
Igual ocurre con aquellos “sabiondos” que no lo piensan dos veces para emitir opiniones sin argumentos sólidos, hasta de temas sensibles, solo con el ánimo de desalentar. Irrespetan, inclusive, el sentimiento de las familias, tal como sucedió con uno de los jóvenes linieros que perdió la vida mientras trabajaba en las labores de reparación en La Habana.
Se suman los que todo lo critican, los que buscan la pelusa de la contrapelusa para culpar al Gobierno, pero que no aportan nada, ni siquiera tienen propuestas ante las dificultades, y la mayoría de las veces son los que menos padecen las carencias.
Esos mismos alientan las protestas y, más que reclamar derechos, buscan desestabilizar, crear el caos. ¿Qué se puede resolver volteando latones, lanzando cocteles Molotov o bloqueando carreteras? Lo más triste es que quienes inducen a actuar de esa manera lo único que hacen es sentarse a contemplar.
“Los hombres van en dos bandos: los que aman y fundan, y los que odian y deshacen”. La frontera entre esos dos bandos a los que aludió José Martí se percibe con más nitidez en coyunturas decisivas como las que estamos viviendo.
Intentemos, entonces, sacar lo bueno de cada uno de nosotros. En momentos tan desafiantes solo tienen cabida el amor, la comprensión y los deseos de ayudar.