En 2019 vivimos una crisis con el abastecimiento de combustible en todo el país que quedó bautizada como la “coyuntura”, una palabra que dotaba de cierta circunstancialidad y particularidad a la compleja situación que atravesábamos.
La escasez de crudo afectó a la economía en general, pero en el día a día de los cubanos su repercusión más visible fue en el sector del transporte. Las paradas de guaguas se llenaban de personas y las horas pasaban en un irónico contraste con el limitado transporte público.
Las máximas autoridades del país apelaron a esa cualidad que nos distingue como sociedad, la solidaridad. Pero la conciencia y el compañerismo no fueron suficientes, en un primer momento, para paliar la crisis. Así que tuvimos que forzar la solidaridad un poco y recordarles a algunos que esos carros y guaguas que manejaban eran propiedad estatal, propiedad del pueblo.
La medida tuvo un resultado inmediato, los inspectores de transporte frenaban un vehículo tras otro y las paradas de a poco comenzaron a vaciarse. Como es lógico, existieron ejemplos de inclementes que seguían de largo, pero las cuantiosas multas los hicieron entrar en caja.
El transporte público mejoró incluso en algunas localidades rurales, donde era un mito desde hacía años. Comenzaron a recoger personas: las guaguas con el cartel de “trabajadores” pegado al cristal que siempre seguían de largo, las enigmáticas dianas que portaban el letrero de “flete”; y también se sumaron a esta dinámica hasta los choferes de autos particulares que no se dedicaban a la transportación.
Recuerdo cómo el inspector de transporte de la parada de la Universidad de Matanzas intentaba por todos los medios que cada uno de los profesores y estudiantes se encaminara hacia su destino, para cuando por fin pasara esa guagua salvadora culminar la jornada con la parada vacía.
Pero, como todo en la vida, con el tiempo y la costumbre la contingencia se convirtió en rutina y los carros dejaron de parar. Después vino la covid–19 y lo demás es historia. De vuelta al 2022, toca analizar si la actual situación con el transporte bien merece que nos replanteemos las “prácticas coyunturales” y que seamos más rigurosos en este sentido.
Moverse de un punto a otro de la ciudad puede tomar horas, dependiendo del lugar al que viajemos. Para los estudiantes universitarios, por poner un ejemplo, estar a tiempo en clases es una verdadera odisea. Igual ocurre con los trabajadores, cuyo viaje de ida y regreso al trabajo llega a ser más desgastante que su labor en sí.
Si hablamos del transporte intermunicipal, el problema alcanza otra magnitud, y lo sufro en persona cada vez que intento visitar a mis padres. Ir a la terminal de Matanzas para viajar es comparable con un juego de azar, en el que o tienes suerte y encuentras un transporte rápido y económico, o te pones de malas y pasas seis horas sin que aparezca algo; no exagero.
Lo sensible del asunto es que con solo estar unos minutos en una parada vemos esos carros que siguen de largo y que, con solo parar unos segundos de nada, pudieran ahorrarle horas de espera a las personas que recogen. Pero lo más triste son las guaguas que prefieren seguir vacías antes que ayudar a la multitud agotada que suele aguardar en las paradas.
Pongámonos todos los días en el lugar del que espera, porque a nosotros también nos ha tocado hacerlo. Seamos exigentes con aquellos que manejan carros estatales y cuyo deber principal es servir al pueblo, más en estas circunstancias difíciles. Tenemos que asumir, una vez más, la solidaridad entre cubanos como la mejor manera de enfrentar la crisis.