Seboruco, o Antonio Eulogio Alemán, siempre apasionó al actor Francisco Rodríguez (Pancho). Quizá si hubiera podido leer la novela Vida y obra del trichimicrobiado y cosmogónico vate de la ética y vate imán Antonio Eulogio Hernández Alemán conocido como Seboruco, de Alfredo Zaldívar, publicado por Ediciones Matanzas, se hubiera inspirado para crear una historia callejera, que como poeta popular es lo que merece el personaje.
Este libro de Zaldivar Muñoa nos lleva a la teatralidad que sugiere, desde la misma fuerza del personaje, su visualidad, con traje, sombrero y paraguas negro, hasta su gestualidad y corporalidad. Hay que agregar a esto las situaciones de su vida, contadas en una novela arquetípica de la matanceridad —por sus historias, costumbres y tradiciones—, donde lo que transcurre y cómo transcurre es eminentemente teatral; además de los espacios, la ciudad, las casas, los cafés, el cuartel de bomberos.
La novela propone una estructura por capítulos que estimula la creación teatral. En ella lo metaliterario es una constante que lleva a la selección de esas escenas y a la síntesis, fundamental para la representación.
Se encuentra definida por la comicidad de las situaciones, muchas veces absurdas, marcadas por la ironía, el desparpajo, pero también por la tragedia como un signo estético, mixturas contrastantes de un escenario donde se funden historia y reinvención transgresora de un mundo alucinado, que sobrevive como identidad de una ciudad, hermosa y lírica.
Lo teatral está en Seboruco, en el diálogo, la mayoría de las veces poético, disparatado pero cargado de fuerza en el decir, que provoca a cualquier actor, audaz e inventivo. Está en lo que cuenta, en ciertas acotaciones que generan acción dentro del cuerpo narrativo, contaminado de la lírica, lo periodístico, como género, que definen la estética de mezcolanza de la novela.
Hay capítulos que denotan el núcleo de un texto dramático. El que narra el encuentro del poeta con el niño Virgilio Piñera en su viaje de Cárdenas a Camagüey, donde lo inverosímil y lo hermoso de la situación provocan imágenes, conflictos y empatías, con belleza y gracia reveladoras de una posible representación.
También las imágenes en el cuerpo de bomberos, la poesía estrambótica del vate e imán, como se autodenominaba, inducen a lo teatral.
La última presentación, como parte del proyecto Concilio de las aguas, revela esa invención teatralizada, que le es propia, donde varios seres de la historia pasada o futura de Matanzas son personajes.
Seboruco, algún día, estoy seguro, desandará la ciudad, en una propuesta afín al Teatro El Mirón Cubano. Ahora que tanto extrañamos a Pancho y su sueño de caracterizarlo; pienso en Javier Martínez de Ozaba, quien puede ser, por sus características, un buen Seboruco. Y desde esta columna lo reto. ¿Qué crees Javier?
Seboruco, la novela de Zaldívar, tiene el germen del teatro, de lo poético y lo alucinante, de esta ciudad que vive de los fantasmas.