Unos días atrás analizamos cómo Washington, tras la publicación de su nueva Estrategia de Seguridad Nacional, volvió sobre la retórica habitual de «competición entre grandes potencias» y «defensa del orden basado en normas» —un eufemismo para su propio orden unilateral—. Hoy, en nuestra sección queremos adentrarnos en cómo Beijing ha optado por un camino radicalmente diferente.
El 10 de diciembre último el Gobierno de la República Popular China publicó su tercer Documento sobre la Política de China hacia América Latina y el Caribe, un texto exhaustivo que no llega con amenazas ni ultimátum, sino con una hoja de ruta concreta para la cooperación integral.
Tras nueve años, esta actualización no es un simple trámite diplomático. Es el resultado de una relación que ha pasado de ser promisoria, a ser estratégica, y una respuesta práctica a las necesidades urgentes de desarrollo de nuestra región.
Para un cubano, leer este documento produce una sensación de aire fresco. Allí no se habla de «sanciones», «condicionalidades» o «cambio de régimen». Por el contrario, su vocabulario se construye sobre términos como «consulta», «beneficio compartido», «solidaridad», «desarrollo conjunto» y «futuro compartido». En esencia, es la antítesis conceptual del documento estadounidense.
Mientras que por una parte se ve a la región como un «patio trasero» a defender de influencias foráneas, el otro la ve como una «tierra maravillosa llena de vitalidad y esperanza», y como un socio igual en la construcción de un mundo multipolar.
El núcleo del documento chino son los «Cinco Programas»: Solidaridad, Desarrollo, Civilizaciones, Paz y Pueblos. Esta estructura va mucho más allá de la relación comercial, aunque el comercio y la inversión son cruciales —y el documento detalla mecanismos para su expansión y diversificación—, y se enmarca en una visión holística.
El Programa de la Solidaridad es la base política. Ahí China reafirma el principio de una sola China, un pilar inquebrantable para sus relaciones. Para Cuba y otros países que han luchado décadas por defender su soberanía, el documento ofrece un apoyo explícito y mutuo en «los respectivos intereses vitales y preocupaciones fundamentales como la soberanía estatal, la seguridad nacional y la integridad territorial». Es un rechazo claro al hegemonismo y a la política de la fuerza. ¿Amenaza para los procesos revolucionarios? Al contrario, es un escudo diplomático basado en el respeto mutuo y la no interferencia.
El Programa del Desarrollo es la columna vertebral económica. China propone materializar la Agenda 2030 de la ONU a través de la Iniciativa para el Desarrollo Global y, de manera especial, mediante la construcción conjunta de la Franja y la Ruta de alta calidad.
Para nuestro país, con enormes necesidades en infraestructura energética, transporte y digital, esta es una ventana de oportunidad sin las ataduras del FMI y las sofocantes sanciones derivadas de la aplicación del bloqueo. El documento menciona cooperación específica en energías renovables, infraestructura portuaria, biotecnología agrícola y la explotación del Sistema de Navegación BeiDou, una alternativa soberana al GPS. Por otro lado, la cooperación financiera, incluyendo el uso de monedas locales, es un golpe directo a la dependencia del dólar y a la asfixia financiera que sufrimos.
El Programa de las Civilizaciones y de los Pueblos posibilita, y deja claro, que China entiende que la cooperación es entre sociedades y pueblos, y no solo entre gobiernos. Se promueven intercambios educativos, culturales, deportivos y entre “think tanks”. Se ofrece apoyo a la enseñanza del idioma chino, pero sin imposiciones.
Para Cuba, potencia médica y educativa, esto abre canales para compartir nuestro conocimiento y recibir capacitación tecnológica. El énfasis en la cooperación sanitaria y en proyectos de bienestar «pequeños y hermosos» tiene un impacto directo y tangible en la vida de las personas.
Por su parte, el Programa de la Paz respalda explícitamente la Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz frente a una estrategia estadounidense que militariza la región y reactiva la IV Flota. En ese escenario, Beijing propone intercambios militares transparentes, cooperación en ciberseguridad basada en el respeto a la soberanía y lucha conjunta contra el crimen transnacional. No es la propuesta de una base militar encubierta; es una asociación entre fuerzas de defensa soberanas.
La nueva Estrategia de Seguridad Nacional de EE.UU., en contraste, opera bajo una lógica de cero suma. La región es vista, una vez más, como un tablero de la «competencia estratégica con China». Su narrativa se basa en el miedo: alerta sobre «influencia maligna», «trampas de deuda» y «corrosión de la gobernanza». Es la misma cantinela que durante 200 años justificó la Doctrina Monroe y sus derivados sangrientos.
El país que impone el bloqueo más largo y cruel de la historia moderna, a Cuba; que promovió golpes de Estado y apoyó dictaduras, que usa sanciones financieras como arma de guerra económica contra Venezuela, Cuba y Nicaragua, ahora se presenta como paladín de la «buena gobernanza» y la «transparencia». Su «asociación» siempre viene con un manual de instrucciones políticas. La cooperación china, como detalla el nuevo documento, se ofrece «sin ninguna condición política», basada en el «protagonismo de las empresas» y las «reglas de mercado».
Para la Revolución, esta política china es complementaria y fortalecedora. No busca cambiar nuestro sistema social; busca cooperar con él. Nuestra alianza estratégica con China se basa en una coincidencia histórica: ambos somos proyectos de soberanía nacional y justicia social que se desarrollan en un mundo hostil al unilateralismo. Esta política se entiende mejor dentro del marco más amplio del despertar del Sur Global. No es un acto aislado. Es el mismo espíritu de colaboración que impulsa a los BRICS+, y que fortalece la asociación estratégica entre China y Rusia.
Se trata de construir arquitecturas alternativas de gobernanza global: el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS como alternativa al Banco Mundial; el uso de monedas locales como desafío a la hegemonía del dólar; la defensa colectiva del multilateralismo en la ONU frente a los caprichos unilaterales.
Cuba, que presidió con dignidad el Grupo de los 77 + China, está naturalmente alineada con este movimiento. Nuestra colaboración con China en biotecnología, en la modernización de la infraestructura portuaria de Santiago de Cuba, en el sector del turismo o el desarrollo de las fuentes renovables de energía, se enmarca en este gran proyecto de desarrollo independiente y cooperación horizontal.
El tercer Documento de Política de China no es un cheque en blanco. Es una invitación a dialogar y a co-crear. Exige de los gobiernos y sociedades latinoamericanas una visión clara de nuestro propio desarrollo, una mayor capacidad de negociación y planificación. El riesgo no es la «dependencia», sino no estar a la altura de la oportunidad.
Frente a la estrategia de EE.UU., que ofrece más de lo mismo —vigilancia, condicionalidades y un lugar subordinado— China ofrece un asiento en la mesa de la construcción de un nuevo orden mundial.
Para Cuba, y para una América Latina que reclama autonomía, justicia social y desarrollo, la elección conceptual debe ser clara. El camino no será fácil y estará lleno de desafíos, pero por primera vez en mucho tiempo, el mapa lo estamos dibujando nosotros, junto a socios que nos ven como iguales. El futuro, como bien dice el documento, es «compartido», y comienza a escribirse hoy, desde el Sur.
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