El Cinematógrafo: F1, la última nota de libertad

El Cinematógrafo: F1, la última nota de libertad
El Cinematógrafo: F1, la última nota de libertad

El subgénero de los pilotos de carreras ha tenido no pocas películas de muestra. Ahí están The Crowd Roars (1932) y Peligro… Línea 7000 (1965), de Howard Hawks; Grand Prix (1966), de John Frankenheimer; 500 millas (1969), con Paul Newman; Las 24 horas de Le Mans (1971), con Steve McQueen (el rival de Newman); Días de trueno (1990), de Tony Scott y con Tom Cruise, probablemente mi favorita. La última de la lista es F1 (2025), de Joseph Kosinski, a mayor gloria de Brad Pitt.

Por la pista quedan otras. No todas igual de memorables que las de los maestros de acción Hawks, Scott y Kosinski, aunque tampoco menospreciables, como Driven (2001), de Renny Harlin, o Rush (2013), de Ron Howard. Pero existe una realidad: desde los créditos finales de Días de trueno, ninguna muestra de este subgénero había devuelto al mundo “la última nota de libertad”, esa sensación que cantaba David Coverdale en su maravillosa balada rockera al cierre de ese film ochentero-noventero. Ninguna, repito, hasta F1.

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La conexión entre ambas es más profunda de lo que parece a simple vista, y no solo porque Tom Cruise fue a apoyar a su amigo Brad Pitt al estreno. Tampoco porque ya se esté hablando (¡lo sabía!) de un crossover entre los protagonistas de una y de otra que promete ser más épico que Batman vs. Superman. No, no solo por eso.

F1 es a Días de trueno lo que Top Gun: Maverick (2022), de Kosinski, fue a Top Gun (1986), de Scott. Un equivalente en época futura. Una secuela espiritual, antes que literal. Al punto de que Sonny Hayes, el protagonista interpretado por Pitt en esta, pudo haber tenido el rostro de Cruise perfectamente. Bueno, perfectamente no. Había un inconveniente.

Nuestro amigo Hayes, conductor talentoso y espectacular, no es siquiera lo que los americanos llamarían un has been (literalmente alguien que “ha sido” algo de renombre o valía), sino que, como le recuerdan en un momento dado, “ni siquiera fue alguien”. Y Cole Trickle, el héroe de Días de trueno, sí lo fue. El argumento de Robert Towne y del propio Cruise lo dejaba en un punto de fama alcanzada difícil de obviar. Por tanto, el guion de F1 difiere mucho del que tendría un Días de trueno II; con lo cual, puestos a esperar por el crossover, ¿qué mejor rival mientras tanto para Cruise que su homólogo rubio? También se conoce que Ford contra Ferrari (2019, James Mangold) inicialmente pudo llamarse Go Like Hell y estar hecha por la mencionada tríada.

Tanto con Top Gun: Maverick como aquí, Kosinski se proclama heredero imbatible de aquel director cuyas películas (casi siempre a la sombra de las de su hermano Ridley) nos gustaban tanto, antes de acabarse para siempre cuando Tony Scott decidió arrojarse de un puente en el verano de 2012. A partir de entonces, con un cine global en mayor estado de depresión que el propio Tony antes del suicidio, se ha echado en falta alguien que emerja airoso de este mercado del entretenimiento dominado por montajes rápidos, sonorización invasiva y estética ultramoderna (sí, de lo cual los hermanos Scott son en parte responsables, pero a ellos les salía bien).

Ese alguien es el cineasta detrás de F1. Por corta que se nos quede la palabra cineasta para englobar las tres “c” (cerebro, corazón y c… vamos a decir carácter) que hay que tener para conseguir una película como esta.

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Breve anécdota, en apenas un párrafo a continuación, para ilustrar cuánto admiro la labor de Kosinski.

Al inicio de este texto me refería a Howard Hawks, precursor de este subgénero, como un maestro de acción… cuando, en realidad, para las escenas de acción era malo. Pocos cinéfilos saben que se auxiliaba de otros para rodar cualquier persecución o tiroteo. También sé que nada más llegar a casa, al final de cada día de rodaje, asomaba la cabeza por la ventanilla del carro y vomitaba. Los nervios, la presión, el perfeccionismo, hacían estragos en el estómago del tipo duro. Así que, ignorando yo lo que tuvo que enfrentar a diario en sus magistrales films automovilísticos, seguro estoy de que ante una planificación como la de F1 el mismísimo Zorro Gris de Hollywood habría vomitado hasta la bilis tras quedarse vacío.

¡Imaginen sostener este producto de dos horas y 28 minutos de principio a fin! Toda película es un mundo, pero no todo director es un Atlas. A algunos se les desmorona lo que cargan sobre sus hombros en cuanto pierden el equilibrio: personajes, artefactos, situaciones, todo aquello que en sabia conjunción, se supone, debe entretenernos y con un poco de suerte encantarnos, queda desperdigado por el suelo junto a los restos de anteriores fracasos en la memoria. En los últimos tres años Kosinski no solo ha logrado dos prodigios cinematográficos donde esto no sucede, sino que son en sí mismos, en su contenido, en su tono, en su esencia, la negación misma de que pueda suceder tal desmoronamiento. Este tipo es un Atlas.

A esa velocidad, a ese ritmo, a ese grado de inteligencia y conocimiento de lo que nos está contando, la historia de Sonny Hayes no consiste en un mero cortar y pegar porque ahora el montaje se haga digitalizado y cualquier tecnología facilite ordenar y pulir cada milímetro de película. Como en Top Gun: Maverick, el hombre se distingue de las máquinas y sobre ella reivindica su control, la confianza en su instinto, la importancia del conocimiento bien aprehendido, el valor del profesional. Esto sucede dentro y fuera de la película. Kosinski es un Maverick. Kosinski es un Hayes. Ojalá hubiera más directores como Kosinski.

Pitt, además de protagonizar, produce este proyecto. Nada nuevo si recordamos que su olfato como productor le ha reportado interesantes logros, entre ellos algún Oscar. Es agradable percibir que tanto él como Cruise, sex symbols insignes de las últimas décadas, sabiéndose todavía rutilantes aunque no precisamente jóvenes, ejercen desde el control creativo, con altos presupuestos, una reivindicación de los héroes del pasado y del carácter popular del cine. No extrañaría ahora mismo que ambos apareciesen en un remake de El Dorado en los papeles de John Wayne y Robert Mitchum: sería otro elogio a la madurez durante el proceso, siempre difícil y contradictorio, de ceder paso a las nuevas generaciones (Miles Teller o Glen Powell en Top Gun: Maverick; Damson Idris en esta).

Como es evidente, aunque F1 parezca tratar sobre un competidor de alta velocidad en un punto clave de su carrera, enfrentado a su pasado decepcionante y a los medios y rivales de un presente muy poco analógico, en realidad trata de un modo de cine en peligro de extinción, poco ambicioso en lo autoral, disfrutable por cualquier ángulo, entretenido por ley, que se resiste a perecer.

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Y, como muchas películas de deportes, de lo que menos trata es de un deporte. Aunque lo aborde, lo pormenorice y, en última instancia, lo homenajee mejor que el comercial más adulón, podríamos decir que F1 es una de las vías más distractivas que ha hallado un cineasta americano en los últimos años para hablarnos de la condición humana. El público está lleno de gente interesada en la condición humana a la que espantarán elementos como los autos, Brad Pitt o la matrícula hollywoodense. También está lleno de gente dispuesta a pasar tan solo un buen rato. Y no menos de gente, como yo, capaz de tomarse demasiado en serio lo que a sus creadores les sale de forma casi natural, sin sobrepensar mucho el cine del que vienen y el cine que hoy hacen, en un esfuerzo ecuánime por perdurar un poco dentro del cine que vendrá.

Para cada uno de esos grupos, F1 es perfecta. Un amigo me confesó hace poco que tuvo que pararla a los 20 minutos para no dejar de trabajar en casa, dándome luz verde para whatsappearle audios kilométricos acerca de qué importancia confiero yo a los inicios de las películas, sobre todo cuando se conciben de un modo tan atrapante y prometedor.

Sin embargo, que nadie se engañe si parece que intelectualizo demasiado esta sport movie sin mayores pretensiones. Es tan directa e impecable que su trasfondo ni le pesa ni la ensombrece. Lo importante es que, por un par de horas y pico, han vuelto a resonar las frases inspiradoras, la amistad viril, el sonido de la velocidad, el desafío a lo imposible: los “días de trueno”. Con eso, hasta que acabe de llegar ese insinuado crossover Cruise/Pitt, muchos ya tenemos para darnos por satisfechos. Hasta la próxima “última nota de libertad”.

El Cinematógrafo: F1, la última nota de libertad

FECHA TÉCNICA

Título original: F1; Año: 2025; País: Estados Unidos; Dirección: Joseph Kosinski; Producción: Jerry Bruckheimer, Joseph Kosinski, Brad Pitt, entre otros; Guion: Ehren Kruger; Fotografía: Claudio Miranda; Montaje: John G. Mathers; Banda sonora: Hans Zimmer; Reparto: Brad Pitt, Javier Bardem, Damson Idris, Kerry Condon…; Duración: Dos horas con 28 minutos

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