Una película, así sea como Nora, sin mayor pretensión que la de entretener, no se logra sin la presencia sólida de actores: ellos ponen el rostro, la voz y el sentimiento a lo que se nos cuenta.
Tampoco se logra sin un guion (que es la columna vertebral hasta de la obra más amorfa) y sin un director que lo interprete en imágenes.
Para ello es preciso también el director de fotografía, el director artístico, el sonidista, el montador, el músico, etc., sin obviar la labor tan decisiva de los productores. Una película es la expresión misma del trabajo en equipo. Qué alegría entonces para el público tenerlos delante.
Mucho menos se materializa sin locaciones de rodaje y sin extras, esos elementos que a veces relegamos muy al fondo pero que resultan indispensables y que, desde luego, Nora le debe en gran medida a Matanzas.
Por tanto, y porque la relación entre el lugar y el artista puede ser entrañable y constituir una especie de equipo a su vez, buena parte de los responsables de Nora volvieron a este suelo tras la reciente premier en La Habana del aún fresco largometraje.
Entre ellos estuvieron el cineasta Roly Peña, la protagonista Ingrid Lobaina y el guionista Amílcar Salatti; así como otros colegas de reparto y del equipo técnico que fueron reconocidos y reconocieron a su vez a las autoridades gubernamentales que propiciaron el rodaje en Cárdenas, Ciénaga de Zapata y el municipio cabecera.
Ambientado en República Dominicana durante la caza a la Red Avispa del año 98 (uno de los episodios más tensos en la historia reciente de Cuba), aunque en muchos pasajes del film se menciona a la mayor de las Antillas, no ocurre así (por lógica narrativa) con Matanzas y, sin embargo, ahí está el público cómplice que se reconoce en la ficción.
Ahí está, hoy ocupando los asientos del teatro Sauto ante la proyección, más adelante en otros espacios, reconociendo interiores y exteriores o a algún conocido en la figuración, mientras disfruta de una siempre bienvenida dosis de espionaje y suspense al mejor estilo de la Guerra Fría incluso en sus postrimerías.
Roly Peña, realizador tan dado a nuestro territorio desde Coco Verde hasta LCB: La otra guerra, en el presente de Nora ha podido recibir la gratificación inmensa para los de su oficio que supone el estruendoso aplauso de la audiencia en vivo, al interior nada menos que de un coloso neoclásico.
Musicalizada por los habituales de la cinematografía y televisión cubanas Juan Antonio Leyva y Magda Rosa Galván, la cinta transcurre en escenarios lo bastante claustrofóbicos y violentos como para asegurar el interés del espectador de principio a fin, de la mano de una protagonista convincente en el arte habitual de Graham Greene e Ian Fleming.
No menos convincente está Ingrid Lobaina en el complejo arte de dar vida a un rol como este, tan exigente en lo físico como en lo emocional, en la línea de las heroínas de Luc Besson, como cabeza de un elenco que incluye villanos del carisma de Héctor Noas y Aramís Delgado y sitúa a la dualidad actriz/protagonista en un enfrentamiento con poderosas fuerzas.
Junto a Cartas del parque (1988, Tomás Gutiérrez-Alea) o El regreso (2018, Alberto Luberta y Blanca Rosa Blanco), Nora representa desde ya uno de los títulos más memorables que se hayan filmado en esta provincia. De ello da fe su caluroso recibimiento en medio de un contexto donde el arte número siete, en escasa hora y media, ha conseguido recordarnos su valía.
Lea también
Leidys Castellanos, el regreso al arte desde la fotografía
Jessica Mesa Duarte – La fotógrafa matancera Leidys Castellanos formó parte esta semana de la muestra colectiva Luz a tu propia química, que se inauguró en el Instituto Superior de Arte Leer más »
