Memorias televisivas
En algún punto antes de los reels en que detienen a alguien en la calle y le regalan un teléfono si contestan correctamente a tres preguntas el corazón de una casa era el televisor.
En algún punto antes de que los despechados usaran los estados de Whatsapp para mostrar que tan despechados están los horarios de un hogar se regían por la programación estelar. Antes que se utilizara la Inteligencia Artificial para crear videos de animales que nunca existieron las personas recurrían a los noticieros para mantenerse informados.
Sin embargo, eso era antes y ahora es ahora. Los tiempos han cambiado. La gente ha cambiado. Las personas han emigrado. Las personas siempre emigran: de país, de maneras de entretenerse – antes iban a las ejecuciones públicas en la guillotina, hoy ven videos de ejecuciones en las guillotinas mediáticas -, vías mediante la cual se informa.
No obstante, hay quien no puede emigrar porque no tienen los recursos e incluso los que logran marcharse siempre se quedan con cierta nostalgia de lo dejado atrás y de una manera u otra regresan.
Uno es, hasta cierto punto, el fugitivo con su Buda de barriga dorada que le huye a Quiroga, es Lima, aquel meteorólogo que cada NTV te deseaba un buen día como si fuera tu último y único día; soy el final de La Gran Escena con sus decorados y vestuario vintage.
Pero como buen venado cívico tiro para mi monte. Los telecentros de una manera u otra forman parte de nuestra memoria emocional.
Soy el muchacho que quería que llevaran a «Barquito de papel» y ganarme mis sardinas y codearme con las calandracas. Al final nunca me llevaron. Vi como niños de otras primarias fueron y se veían felices y eran famosos por veintitrés minutos. Yo con diez años quería saber qué era ser famoso por veintitrés minutos.

Soy el que entrevistaron dos veces en «Quédate conmigo», mientras estudiaba en la Vocacional. No recuerdo qué me preguntaron, tampoco qué contesté; pero me queda esa sensación extraña, como si tú mientras te apuntara la cámara no te pertenecieras a ti mismo, sino al mundo. Pasas de un cuerpo privado a uno público.
Soy el que en mi tiempo de estudiante de Periodismo hice mis prácticas en TV Yumurí. Como creador nunca me entendí con el lenguaje del medio. Me cortaban mi baba. Me gusta mi baba. Prefiero mis letras viejas y cansonas. Sin embargo, siempre envidié aquellos que logran sintetizar el pensamiento, que pueden conjugar sonidos, imágenes y palabras y crear una criatura hermosa.
Soy el que después de graduado debí conceder varias entrevistas para el noticiero provincial. Me sentí como el cazador cazado, como el periodista periodistado, como el león que se tropezó con Hemingway. Otra vez volví a ser ese muchachón de la vocacional que lo obligaron a darse al mundo.
Tal vez sea verdad lo que escribí al principio: antes no es ahora. Y yo tengo la mala manía de ser un nostálgico malo. No obstante, TV Yumurí sigue ahí. Tratan de darle su lugar a Matanzas. Hay nuevos retos – la emigración, las ciberdinámicas – y una lucha por la supervivencia; pero siempre habrá nuevos retos. El tema es cómo se superarán, cómo se evoluciona gracias a ellos.
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