Para Dagoberto Arestuche Fernández, el fundador de la sección Universo Deportivo, eso es justamente lo que ha sido el periódico Girón: su universo. Y el deporte, en particular, su mundo favorito, pero siempre dentro de un todo mucho más abarcador.
Salir de cobertura, pedir una entrevista, tomar notas, sentarse a redactar, revisar más tarde lo publicado y, en suma, dar el paso al frente ante cualquier encargo o interés de su medio, ha sido durante décadas el sello de este profesional de la prensa plana. Es de los que dan la sensación de no descansar nunca, dopado de ímpetu para todo en lo que ha hecho falta.
Una cosa es muy cierta: para un hombre de 75 años que dedicó 53 al periódico, y que allí pasó por nueve directores y cinco sedes, ese lugar inevitablemente se convierte en otra cosa. O quizá ya lo era desde el principio y había que esperar 53 años para notarlo. De finales de 1971 a finales de 2024.
Se convirtió en su hogar, en más de un sentido, a golpe de permanencia y superación.
“Empecé como corrector de galeras —me cuenta—, “revisando las planas obtenidas mediante el proceso de linotipia. Cuando aquello, el impreso salía a diario. Después fui redactor de la página de corresponsales: el colaborador mandaba su información y yo tenía que darle forma. El primer jefe de información por el que pasé fue Reynaldo González Villalonga, en aquel entonces, y tuve también el honor de estar entre los fundadores de la Agencia de Información Nacional (actualmente Agencia Cubana de Noticias).

“En 1975 hubo cambios en la página deportiva de Girón. El colega Luis Alonso dejó de estar a cargo de ella por otras funciones y entró Orlando Pérez Viera, quien me ayudó en mis inicios como periodista deportivo al notar cuánto me gustaba el contenido de aquella plana. Eso coincidió con el regreso de la comisión cubana de los Juegos Panamericanos de México, a partir de lo cual empecé como tal yo, aunque no sabía ni papa de escribir. Fíjate si hace tiempo que el Victoria de Girón cuando aquello estaba construyéndose”.
Dagoberto nunca se ha considerado un tipo de especial talento, ni su obra está engalanada por un bulto de premios; sin embargo, desde esos rememorados 70 hasta el pasado año, ahí están guardados los periódicos en el archivo del actual local, como prueba tangible de su constancia en el quehacer de una redacción y, más que nada, del afán superador de aquel muchachito que entró a los 21 como corrector de galeras a un centro en mutación continua.
Se ganó así la página de su predilección, además de la confianza de sus superiores en cuanto a capacidad para cumplir con la cobertura más difícil que hubiera que asignarle. No sería tal vez el mejor, y menos en una época de grandes plumas confluyendo en una misma editora, pero al menos nadie podría reprocharle jamás haber mostrado el menor miedo al trabajo y a firmar sus textos con la convicción de haber dado el máximo.
“Imagínate que durante el Torneo de la Amistad, celebrado en La Habana en respuesta a las Olimpiadas en Los Ángeles de 1984, estuve viajando la semana entera a la capital para cubrir el boxeo, ida y vuelta tras ida y vuelta. El director en esa época era Othoniel González Quevedo, quien me reconoció la labor. Hasta me quedé dormido una noche en una guagua de vuelta a mi casa, de tanto agotamiento, y no me bajé donde debía” (se ríe de sí mismo y me lo contagia).
Arestuche es uno de los últimos mohicanos en Matanzas de una manera de entender y ejercer el periodismo que los tiempos han modificado, pero a la que todavía permanece fiel una minoría dentro del credo, el cual hoy rebosa más bien de jóvenes que de adultos mayores. La palabra sacrificio podría ser, junto a entrega, la más adecuada de sus consignas; de ahí lo poco que le gustaba coger vacaciones.
Corresponsal de radio en Unión de Reyes durante siete años del Período Especial, varias veces Vanguardia Nacional, responsable de sectores desde el periódico más allá del deporte (agricultura, FMC, CTC, combatientes…), ganador de mención en el premio 1ro de Mayo de 2002 por un texto en honor a la mujer, entre otros méritos, ilustran en una mínima parte la intensa actividad desarrollada por él.
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Ahora es este cronista, y no su entrevistado, el que toma la primera persona porque debe decir algo muy personal.
Durante los casi dos años que fui jefe de información y él subordinado mío, el Dago fue uno de mis más valiosos caballos de batalla. El resorte que a cualquier orden reaccionaba con un brío más propio de la juventud que de la vejez, incluso recién aquejado de un Parkinson. Primero en llegar, último en irse. A veces me preguntaba de qué estaba hecho por dentro.
Enseguida agarraba su libreta (aún más ordenada por dentro que la mía y escrita en mejor letra) y salía disparado a solucionarme el vacío en la página que fuera, rastreando con olfato de veterano a la fuente indicada y no cejando en el empeño de dar con ella aunque le cogiese la noche. Y, por más que supiese la importancia multimedial de los tiempos que corren, si su aporte no se incluía en el impreso era inevitable que se pusiera triste.
Volvía por mi oficina contento de haber resuelto la información, me lo informaba con disciplina castrense y acto seguido cruzaba al departamento de reporteros, ocupaba su mesa de trabajo frente a la PC y, con temblores en las manos, empezaba a pulsar el teclado como si le fuera la vida en ello.
“Es que me iba la vida en ello”, asegura Arestuche, y doy fe.
Porque fue precisamente en el transcurso de una misión periodística cuando en 2024 tuvo una caída en la oscuridad de la calle, al cogerle la noche, y ello le forzó a tomarse un descanso y priorizar su salud. Hoy ejerce de comunicador en la sede provincial del Gobierno y, qué curioso, lo que más disfruta hacer allí es tributar a las páginas institucionales con notas, entrevistas y materiales que mantienen el legado de lo aprendido, de su formación.
Más de una vez se refiere a Girón como su motor vital. Por eso sigue recibiendo y devorando cada edición impresa como si todavía corrigiese las galeras.
“Si una cosa me alegra, cada vez que tengo el periódico en mis manos o lo veo por Internet, es que los jóvenes estén haciendo en él ahora las cosas que yo, por falta de talento o por tratarse de otra época, nunca pude o supe hacer. Para mí ha sido un honor inmenso formar parte de ese medio, al que dediqué mi vida, al que pertenecí desde antes de ver nacer a mis hijos.
“Por eso me siento agradecido. Tengo que dar las gracias a Girón por ser el lugar que se transformó en mi vida”, resume así este señor que, a su vez, se transformó en algo, en una especie tan incansable y abnegada como es la pura gente de periódico. (Edición web: Miguel Márquez Díaz)
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