El recuerdo de los seres que queremos no nos abandona. Foto: tomada de familysearch.org
Dice Lucía que por las noches aún siente los pasos y el molesto sonido de aquel bastón, que golpeaba el piso con la dureza de quien se sabe apoyo y sobre el que recae todo el peso de un cuerpo al que vencen los años.
Han pasado más de 10 años y, por momentos, le parece escuchar voces en la oscuridad, los quejidos del abuelito compañero de vida, del padre que le dio todo aun cuando era poco lo que económicamente tenía para dar; aquel ser que partió antes de tiempo, que se fue a pesar de los tantos que le querían de este lado de la existencia.
Según los especialistas, sentir que alguien “aún está” forma parte del duelo, de esos juegos de la mente donde la lógica abandona la razón, de esa lucha por no olvidar, por retener recuerdos y revivirlos en la cotidianidad que un día dejó de ser tan cotidiana.
Paula, por su parte, a diferencia de Lucía, decidió, quizá, no aferrarse tanto al dolor, ni agudizar la escucha para sonidos mágicos que escapan de un mundo paralelo. Ella prefirió honrar recuerdos con actos. Por eso, desde que su mamá falleció, se ha vuelto más humana, más caritativa con los que necesitan de una mano amiga, más sensible con aquellos a quienes la vida ha golpeado con más rudeza y parecen almas deambulando en pena.
Para ella, recordar es eso: inspirarse en el ejemplo de los que ya no están y aplicar sus positivas enseñanzas en el actuar constante, ser mejor persona desde todos los ámbitos posibles.
Los que queremos nunca se van del todo. Con nosotros vive el ejemplo de la tía que se desvelaba haciendo costuras, transformando las batas que alguna vez usó en el embarazo en finas creaciones para su sobrina más pequeña; el de la abuela que se rehusaba al bistec por tal de compartirlo entre los nietos, el del hermano con talento para las Matemáticas y que repasaba aún cuando no era el gran experto en la materia, el del amigo al que el mar no devolvió mientras se lanzaba en una riesgosa travesía de 90 millas.

Los homenajes traspasan las velas, las flores y las visitas al camposanto donde yacen los cuerpos en la última morada. Los homenajes acompañaban cada día en el pensamiento perenne, en gestos, miradas y hasta en sonrisas.
Y volverán los recuerdos cuando la agujeta vuelva a la mano, y con ella las imágenes de aquellas clases de tejido de la abuela, cogidas a regañadientes; cuando repliquemos las lecciones aprehendidas a nuestra descendencia; cuando imitemos su andar y seamos, tal vez, un poco ellos.
Los que queremos nunca se van del todo. Permanecen en nosotros como faro, y recordatorio de lo efímera que puede ser la existencia, pero a la vez tan ilimitada; porque la vida, y con ella amores y devociones, no acaba con la muerte física, solo, como sucede siempre con la energía, se transforma.
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