Gaza: La Resolución 2803 y la consagración de un protectorado bajo palabras vacías  

Gaza: La Resolución 2803 y la consagración de un protectorado bajo palabras vacías  

Que el Consejo de Seguridad de la ONU apruebe una resolución sobre Gaza con el voto a favor de Estados Unidos debería ser, por sí mismo, motivo de sospecha para cualquier observador con memoria histórica. La Resolución 2803, recientemente adoptada con 13 votos a favor y las abstenciones de Rusia y China, no es un paso hacia la paz, sino la legalización bajo derecho internacional de una nueva y más sofisticada fase de la ocupación israelí.

Se presenta como una iniciativa de «paz» y «estabilidad», pero su texto y su contexto revelan un objetivo claro: institucionalizar el control externo sobre Gaza, desarmar la resistencia palestina y posponer sine die la única solución real: un Estado palestino viable y soberano.  

El núcleo de esta resolución es la creación de una estructura de control que, aunque evita llamarse por su nombre, funciona exactamente como un protectorado internacional. La resolución establece una «Junta de Paz» liderada por actores extranjeros y el despliegue de una Fuerza Internacional cuyo mandato central es, literalmente, «desarmar a la Resistencia Palestina».  

La brutal franqueza del embajador de EE.UU. antes de la votación lo dejó claro: «un voto en contra de esta resolución es un voto a favor de volver a la guerra». Es la lógica del gangsterismo geopolítico: o aceptas el protectorado o aceptas el genocidio. No hay espacio para la autodeterminación.  

Esta «Junta de Paz» reducirá la administración diaria de Gaza a un comité palestino con competencias irrelevantes, siempre bajo supervisión extranjera. Es el mismo modelo de apartheid administrativo que ya funciona en Cisjordania: darles a los nativos la ilusión del autogobierno mientras se les expropia su tierra, su agua y su futuro.  

El mayor triunfo de la diplomacia israelí-estadounidense en este texto es la equiparación moral y operativa entre la resistencia y la ocupación. Se obliga al pueblo ocupado a renunciar a su derecho legítimo a la resistencia, consagrado en el derecho internacional, mientras que la potencia ocupante no enfrenta exigencias reales de retirada.  

La resolución «deja abierta» la posibilidad de una retirada israelí futura, pero no la exige. Israel, por su parte, ya ha anunciado que no permitirá un Estado palestino. Es un juego de espejos donde la única certeza es la perpetuación del statu quo de ocupación.  

Las abstenciones de Rusia y China no son un detalle menor. El representante ruso, Vasili Nebenzia, fue contundente: «Es un día triste para el Consejo». Señaló que el documento «no debe convertirse en una tapadera para los experimentos entre Estados Unidos e Israel ni en una sentencia de muerte para la solución de dos Estados».  

Rusia retiró su plan alternativo, reconociendo la imposibilidad de competir con la maquinaria diplomática estadounidense, pero dejando constancia de la farsa. Sus críticas apuntan al corazón del problema: la resolución carece de un calendario claro para transferir el control a la Autoridad Palestina y no se fundamenta en el derecho internacional, incluyendo las fronteras de 1967.  

Frente a esta farsa internacional, la voz más clara y legítima es la de la resistencia palestina. Hamás ha rechazado la resolución con argumentos irrefutables: «Esta resolución ignora por completo las demandas políticas y humanitarias y los derechos del pueblo palestino».  

Hamás exige, con toda la razón, que, si hay que desplegar fuerzas internacionales, estas deben hacerlo en la frontera para controlar el cese al fuego, no en el interior de Gaza para desarmar a quienes se defienden de una ocupación. Es la diferencia entre vigilar al agresor y reprimir a la víctima.  

Para entender la perversidad de esta resolución, hay que recordar el contexto en el que se vota. Según cifras de la ONU citadas en coberturas internacionales, la ofensiva israelí había dejado casi 62 000 palestinos muertos, la mayoría civiles, incluso antes de esta resolución. Amnistía Internacional ha acusado a Israel de llevar a cabo «una campaña deliberada de hambruna» en Gaza.  

Mientras, la comunidad internacional miraba. Ahora, en lugar de exigir el cese de esta maquinaria de muerte, lo que hace la ONU es institucionalizar sus consecuencias. Es como si en medio de una paliza, los testigos, en lugar de detener al agresor, decidieran atar de manos a la víctima para «facilitar la paz».  

La resolución menciona estratégicamente la posibilidad de un Estado palestino futuro, sabiendo que es una promesa vacía. Es el señuelo que se utiliza desde hace décadas para mantener viva una esperanza que Israel se encarga de matar cada día con nuevos asentamientos.  

Como bien señaló el diplomático ruso, esta resolución es «una sentencia de muerte para la solución de dos Estados». Al desarmar la resistencia, fragmentar el territorio y consolidar el control externo, se eliminan las condiciones mínimas para que un Estado palestino pueda nacer alguna vez.  

Por otro lado, la resistencia es memoria, y la memoria es imposible de ocupar. La Resolución 2803 no es un camino hacia la paz. Es la consagración de la impunidad israelí y la rendición palestina mediante un acta notarial internacional. Es el intento final de resolver el «problema» palestino no mediante la justicia, sino mediante la asfixia administrativa y la legitimación de la ocupación.  

Pero la historia de la lucha palestina nos enseña que la resistencia no es solo cuestión de armas; es, sobre todo, una cuestión de memoria y de dignidad. Un pueblo que ha resistido 75 años de ocupación, limpieza étnica y bombardeos no va a claudicar ahora porque una junta extranjera le dicte los términos de su rendición.  

La verdadera paz no nace de resoluciones que premian al agresor y castigan a la víctima, sino del desmantelamiento del apartheid, el fin de la ocupación y el reconocimiento de los derechos inalienables del pueblo palestino.  

Mientras tanto, cada palestino que se niega a abandonar su tierra, cada niño que dibuja la llave del hogar del que fue expulsado su abuelo, cada periodista que documenta la barbarie a costa de su vida, son la verdadera resistencia. Y esa, queridos lectores, es una fuerza que ninguna resolución de la ONU podrá jamás desarmar.


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Sobre el autor: Gabriel Torres Rodríguez

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