Trump, Milei, Zelenski y la farsa transaccional que envilece la política global

Trump, Milei, Zelenski y la farsa transaccional que envilece la política global

Desde las alfombras rojas de Naciones Unidas hasta los acuerdos económicos que huelen a chantaje, la política internacional se ha convertido en un teatro grotesco donde líderes como Donald Trump, Javier Milei o Volodímir Zelenski interpretan un guion escrito por poderes ocultos.

Detrás de la retórica grandilocuente y las fotos para la prensa, se esconde una verdad indiscutible: la política como la conocíamos ha muerto, y en su lugar reina un transaccionalismo vulgar que subsume principios, ideologías y soberanías nacionales al arbitrio del poder real.

Frente a este espectáculo de decadencia, los pueblos del Sur Global tenemos una tarea urgente: librar la batalla cultural e ideológica que nos permita recuperar nuestro destino.

La reciente Asamblea General de la ONU fue la perfecta puesta en escena de esta nueva era. Donald Trump, quien ha basado su retórica en atacar a las «instituciones globalistas», volvió a esa misma tribuna no para construir consensos, sino para «subrayar la renovación de la fortaleza estadounidense» y señalar cómo dichas instituciones han «deteriorado significativamente el orden mundial». El mensaje cae de sus propias palabras desde su grotesco espectáculo: el orden basado en reglas e instituciones multilaterales debe ser desmantelado para imponer la ley del más fuerte.

Este no es un simple cambio de estilo; es la imposición de una lógica que vacía la política de todo contenido que no sea el intercambio inmediato. Como analiza certeramente Cenital, hemos entrado en la era de los «líderes transaccionales».

¿Qué significa esto? Significa que hemos pasado de un sistema internacional, imperfecto, pero con normas e instituciones compartidas, a lo que los expertos llamarían un «mundo de mercaderes que, luego de un regateo, están listos para el siguiente». Es un «realismo con Alzheimer», donde no importan los acuerdos pasados ni las lealtades futuras, solo el beneficio inmediato del más fuerte.

Los ejemplos son elocuentes, comenzando por el giro de Milei, un presidente que en 2024 llamaba «amigo» a Zelenski y le ofrecía su «máximo apoyo», meses después, ante una votación clave en la ONU, se abstuvo de condenar a Rusia, alineándose tácitamente con la posición de Trump y Putin. ¿Ideología? No.
Cálculo. Su afinidad con Trump pesó más que cualquier principio. Por otro lado, debemos recordar el acoso a Zelenski. Trump y su vicepresidente JD Vance han practicado abiertamente la «denigración
estratégica» contra Zelenski, llegando a decirle «vos no tenés las cartas» en medio de una guerra que ha costado decenas de miles de vidas. El mensaje es que Ucrania es una mercancía cuyo valor ha caído y debe aceptar el regateo.

Este transaccionalismo no es una ideología, es la ausencia de ella. Es la herramienta perfecta del poder real –ese entramado de corporaciones, complejos militares-industriales y capital financiero– para desmantelar cualquier resistencia organizada. Al eliminar los marcos ideológicos, solo queda la ley de
la jungla, donde ellos siempre tienen las de ganar.

Frente a este panorama, ¿qué pueden esperar los pueblos del mundo? ¿La resignación ante el espectáculo de la vulgaridad y el desconcierto? Todo lo contrario. Este momento histórico exige una respuesta contundente, y la batalla decisiva no es en el campo económico o militar, sino en el cultural e ideológico.

Nuestra primera tarea es desmontar la farsa. Debemos usar todos los medios a nuestro alcance, especialmente las plataformas digitales, para revelar los hilos que mueven a estos títeres. Cuando Trump condiciona la ayuda a Milei, no estamos viendo «diplomacia», sino intervencionismo electoral descarnado. Cuando Milei abandona a Zelenski, no estamos viendo un «giro pragmático», sino la sumisión a una nueva agenda imperial. Nombrar las cosas por lo que son es un acto revolucionario.

El transaccionalismo busca que los pueblos y sus gobiernos pierdan la brújula. Nuestra respuesta debe ser la formación política intensiva y el fortalecimiento de una conciencia de clase antimperialista. Frente al «Alzheimer» del poder, nosotros debemos cultivar la memoria histórica: recordar quiénes nos han
bloqueado, invadido y sometido, y quiénes han sido nuestros hermanos de lucha.

Además, mientras el Norte impone relaciones de uso y desecho, el Sur Global debe construir una integración basada en la solidaridad, la cooperación y los proyectos comunes. Son esos lazos, forjados en la complementariedad y el respeto mutuo, los que pueden crear un contrapoder real frente a la arrogancia imperial.

La vulgaridad y el desconcierto buscan que la gente sienta desprecio por la política. Ahora más que nunca es importante rescatar la política como el arte noble de organizar la sociedad para el bien común, no como el juego sucio de unos pocos para enriquecerse. Debemos demostrar que otra política es posible: una ética, profundamente conectada con las necesidades del pueblo y alejada de los reflectores y las transacciones corruptas.

Los Trump, los Milei y los Zelenski funcionales son síntomas de la decadencia de un sistema, no su causa. Son los rostros visibles de una maquinaria de poder que nos quiere ver pasivos, entretenidos, cínicos y desorganizados. Su espectáculo de vulgaridad es, en el fondo, un arma de distracción masiva.

Pero los pueblos, y en especial los del Sur Global, tenemos mucha historia a la cual acudir de asidero. Sabemos que las victorias más perdurables no se logran en mesas de negociación donde se regatea la dignidad, sino en la lucha organizada, en la claridad ideológica y en la construcción incansable de una
hegemonía cultural alternativa.

El desafío es enorme, pero la dirección está clara. Mientras ellos ofrecen transacciones, nosotros debemos ofrecer principios. Mientras ellos siembran el desconcierto, nosotros debemos cultivar la conciencia. Nuestra mejor alternativa, nuestra guerra más importante, es y será la guerra de las ideas. Porque, como bien sabemos, cuando un pueblo pierde en el campo de la cultura, ya ha perdido la batalla. Y ese lujo, en estos tiempos decisivos, no nos lo podemos permitir.

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Sobre el autor: Gabriel Torres Rodríguez

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