La indiferencia nacional

La indiferencia nacional

Vivimos inmersos en una contradicción social dañina. Por un lado, nos enorgullece nuestro sentido de comunidad; esa red de apoyo que históricamente nos ha permitido resistir. Por otro, en las calles se ha normalizado una alarmante indiferencia ante el mal ajeno.

Les pongo dos ejemplos: un ciudadano es robado y una mujer es golpeada por su pareja; en ambos casos, frente a una multitud que, como un coro de estatuas, mira hacia otro lado. El “no me pasó a mí” se ha convertido en un virus que carcome los cimientos de nuestra convivencia.

Esta actitud no es un defecto moral innato del cubano; más bien, deviene síntoma de un agotamiento mayor. La vida, en su crudeza cotidiana, impone una lucha diaria por lo elemental: el alimento, el transporte, la luz. En ese forcejeo exhaustivo, la energía psíquica y moral se resiente y la supervivencia individual, comprensible y lamentablemente, tiende a eclipsar la solidaridad colectiva. El ciudadano, abrumado por sus propias batallas, puede llegar a un estado de parálisis ética donde aliviar el sufrimiento del otro parece un lujo que no puede permitirse.

El problema se agrava cuando esta desidia individual se transforma en norma colectiva. La inacción deja de ser una decisión personal y vergonzante para convertirse en comportamiento grupal tácito. El “no te metas en problemas” se erige como mandato no escrito que justifica la cobardía y desalienta la acción. La multitud, en lugar de ser un escudo protector, se vuelve cómplice silenciosa que otorga impunidad a los agresores.

Superar esta parálisis requiere, entonces, más que llamados éticos. Exige rehabilitar la confianza ciudadana en que los actos del victimario tienen consecuencias y las voces de la víctima y quienes deseen ayudarla serán escuchadas. Solo cuando el ciudadano se sienta un agente real de cambio en todos los ámbitos de la vida nacional, recuperará el valor para serlo también en su ciudad, su barrio, su casa.

La solución pasa, asimismo, por una reeducación cívica desde lo micro. La familia, la escuela, la comunidad, deben dejar de transmitir el “no te metas” como un consejo de sabiduría práctica y comenzar a inculcar la responsabilidad hacia el prójimo como un valor humano fundamental. La solidaridad no puede ser solo un eslogan del pasado, tiene que ser una práctica incómoda y valiente del aquí y el ahora.

Asimismo, construir una comunicación social verdadera, en el sentido de dialogar entre todos y con todos, resulta imprescindible. Este diálogo debe ser horizontal, capaz de escuchar los malestares y procesarlos en soluciones; no solo a modo de monólogos institucionales. La indiferencia es, en el fondo, el silencio de quien cree que su palabra no vale nada.

En última instancia, la batalla contra la indiferencia es también una batalla por el alma de la nación. Cada vez que un ciudadano decide mirar para otro lado, no solo abandona a su igual, sino que renuncia a una parte de su propia humanidad y entrega un pedazo más del espacio público a la ley del más fuerte. El “no me pasó a mí” de hoy sienta las bases para el “¿por qué a mí?” de mañana, cuando ya no quede nadie que alce la voz.

El desafío es monumental, pero el precio de la inacción es infinitamente mayor. O reconquistamos la ética y la acción colectiva, o el mal que hoy le pesa al otro, mañana, inevitablemente, te pesará a ti, a mí, a todos. (Edición web: Miguel Márquez Díaz)


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Sobre el autor: Humberto Fuentes Rodríguez

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Matanzas en el año 2024. Egresado del Taller de Técnicas Narrativas del Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Jefe de la Sección de Literatura de la Asociación Hermanos Saíz en Matanzas. Escritor, fotógrafo, trovador y guionista.

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