Vida en Serie: ¿Ya entendimos el chiste de The Bear?

Vida en Serie: ¿Ya entendimos el chiste de The Bear?

Explicar un chiste es lo peor que le puede pasar a un comediante. Es durísimo estar encima del escenario y contar una historia con un punch line que horas atrás sonaba muy bien en los ensayos, y después ver que lo que sale de tu boca es un monstruo efímero y deprimido dispuesto a colocarse él mismo bajo la guillotina. En The Bear tales instrumentos de terminación humana fueron reducidos -no desaparecidos- y transformados en posibles armas homicidas, tan sutiles como cuchillos, tenedores, cucharas, refrigeradores y relojes electrónicos.

En una de las paredes que dirige el italoamericano Carmen Berzatto reza una máxima que haría palidecer de terror al fanático más tierno de John Carpenter o Dario Argento: Every Second Counts. La sangre de los ansiosos corre como caballos de un hipódromo cada vez que en el restaurante donde se centra la ficción convergen una orgía technicolor de ingredientes, discusiones –Yes, chef!-, chistes de doble sentido que parecen grabados en 2D y un arsenal de diálogos que jamás ocurren porque simple y llanamente su personaje principal, su lead, su Tony Soprano, está tan roto que lleva contándonos el mismo chiste durante cuatro temporadas.

Y pregunto: ¿ya lo entendimos? Mi última impresión, mi último pensamiento sobre la serie, es que sí. Aunque Christopher Storer, su director, puede que siga hostigándole la vida a este cocinero de tatuajes minimalistas, mirada perdida (como si corriera constantemente de un oso negro que le persigue por los campos nevados de Chicago) y bíceps definidísimos que han convertido a Jeremy Allen White (el histrión de Carmen Berzatto) en una sensación erótica de Instagram. Mis amigas y tus amigas, y mis amigos y tus amigos, están obsesionados con Pedro Pascal; otros, con Jeremy Allen White y sus fotografías en calzoncillos blancos ajustadísimos de importantes marcas de ropa, su noviazgo con la Rosalía o sus paseos por la calle llevando ramos de flores.

Quizás Carmy debería ser modelo, y no cocinero. Hemos sido testigos del griterío belicoso que es capaz de armar porque un plato no salga a tiempo, que un empleado le hable -sí: que le hable-, por quedarse encerrado dentro de un refrigerador desahogándose en improperios contra la puerta y su primo, porque una máquina de pedidos se descomponga o que su madre (Jamie Lee Curtis) y él coincidan en una habitación. Un aparte: nunca le pregunten a Donna Berzatto si se siente bien.

Yes, chef!

De vuelta a The Bear, toda esa perorata sobre Allen White no es por gusto: dicho actor se ha consagrado como tantos otros gracias a un mismo personaje. Entran a la página Kit Harington con el bastardo de Invernalia, Jon Snow; James Gandolfini con su asquerosamente imposible de odiar Tony Soprano; Emilia Clarke con su injustamente escrita Daenerys Targaryen; Bryan Cranston con su legendario Walter Whiter, etcétera. Obviamente, todos ellos son intérpretes fantásticos capaces de lograr cualquier cosa, pero en este preciso instante, Jeremy Allen White es Carmen Berzatto. Está viviendo su etapa Harry Potter y, a lo mejor, Bruce Springsteen es capaz de salvarlo.

Sin embargo, muchos entusiastas de la televisión ya habíamos coincidido con él en otra serie maravillosa y muy al estilo de The Bear llamada Shameless.

Y Shameless era Aída con esteroides

Si pensaban que Juego de Tronos tenía muchas escenas sexuales es porque nunca se cruzaron con una pantalla donde aparecieran los Gallagher, el clan principal de esta ficción de supervivencia estadounidense que en cada temporada (y son 15, si no me equivoco) debía hacerle frente a las traiciones, desvaríos y atrocidades de un padre alcohólico interpretado por la leyenda hollywoodense William H. Macy; a los obstáculos de ser homosexual en EE.UU; a llegar a fin de mes en EE.UU; a ser mujer y madre soltera en EE.UU; a los daños colaterales que ocasionan las drogas y el alcohol en un muchacho prometedor que, antes de ser uno de los dueños de The Bear, abusó de sustancias alucinógenas y tomó tanto que la mitad de las veces no recordaba qué había hecho el día anterior. Ese muchacho era Philip Gallagher, y bajo ese personaje estaba un Jeremy Allen White adolescente que iba creciendo con cada nueva temporada.

Vida en Serie: ¿Ya entendimos el chiste de The Bear?

Dejando hecha la recomendación, deberíamos regresar al tema que nos atañe: el chiste de The Bear. ¿Por qué rehúye tanto de nosotros? ¿Por qué cada vez que aparece en escena se diluye entre los mínimos diálogos de los personajes y nos es imposible agarrarlo por el cuello y decirle “Ya te cogí, cabrón”? La excelencia de la serie radica ahí, en que automáticamente concordamos con los traumas de su ente principal: en su incapacidad de conversar sobre el suicidio de su hermano y su propio proceso de duelo, en sus continuos episodios de ira y autosabotaje, en el aislamiento pacífico que percibe en el trabajo y el mutismo edénico que encuentra en el caos de un restaurante obligado a cumplir las expectativas de todo el mundo, ¿o las de ese profesor que alguna vez abusó de sus puntos débiles?

¡Flashbacks de Whiplash!

Dentro de este restaurante, si las cosas siguen como van, los empleados tendrán que llevar máscaras y balones de oxígeno para llegar al final de cada jornada laboral. Después de explorar el duelo en una primera temporada imposible de criticar, Storer sigue rellenando con tramas y subtramas, aristas de la depresión. Sydney sufre los mismos episodios de apnea que su mentor Carmen; Richie encuentra en su trabajo la única cosa que le mantiene cuerdo; Tina necesita con todas sus fuerzas cocinar un plato en menos de tres minutos; Sugar, que los números rojos desaparezcan y el negocio no cierre; Marcus huye, como quien ha visto un tsunami acercarse, de una reunión con su papá, etcétera.

E irónicamente los episodios más sanos y catárticos de la temporada 4 de The Bear ocurren fuera del restaurante.

Restaurante que antes de que llegara Carmen se conocía como The Original Beef of Chicago, regido por Mikey, su hermano suicida. Un grupo de críticos de Youtube llamó a Mikey el Edipo intruso: una presencia cuya corporalidad ha sido arrebatada por la muerte y un halo de pesadumbre ha caído sobre todos aquellos que le conocían, y sin embargo se las arregla para aparecerse de vez en cuando y brindar luz sobre sus últimos días de vida o dotar a nuestro protagonista de una especie de liberación: recordemos acá ese momento en que el cocinero estrella está revisando unos potes de salsa de tomate y se encuentra con dinero y una nota de despedida de su hermano que decía “Just let it rip”que, en una traducción algo tosca, vendría a significar “Tan solo deja que pase”.

Vida en Serie: ¿Ya entendimos el chiste de The Bear?

Olvidamos muy rápido que no solo Carmy sufrió la muerte de Mikey: todos sus amigos sufrieron, su hermana, sus primos, tíos, Nat, Richie y, en especial, su madre. Porque es cuando El Oso visita a su madre que comprende que no solo a él le corresponde cargar con todo el dolor de no saber por qué una de las personas que más amaba en el mundo se voló la cabeza con una pistola: alguien encontró su cuerpo, alguien le lloró antes de decirle a él qué había pasado, alguien eligió la ropa con que le iban a enterrar, alguien tuvo que limpiar su cuarto y arreglar las cosas que él dejó desordenadas antes de apretar el gatillo, alguien -además de él- se sintió culpable por lo que había pasado.

Entonces, el chiste radica en que después de mucho tiempo Carmen Berzatto empiece a aceptar que el duelo es un sentimiento que a puertas cerradas se vuelve crónicamente doloroso, mientras que si se comparte con los tuyos puede ser atrozmente liberador. No he tenido que explicarles el chiste a ustedes, porque si han visto la serie se habrán percatado de que el restaurante The Bear solo existe porque Carmen una vez quiso trabajar con su hermano muerto, y ahora no puede, porque está seis pies bajo tierra. Y quien sea el macabro comediante que esté escribiendo la serie sabe que el duelo es solo una mínima parte de todas las desquiciadas maniobras violentas y absurdas y macabras que los dioses nos propinaron a nosotros, los seres humanos. Tendrás que buscar dinero, familia, confort, felicidad, comida, amigos, más dinero, y unas cuantas ganas de seguir viviendo.

Ese es el chiste.

Lo siento. Traté de explicarlo.


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Sobre el autor: Mario César Fiallo Díaz

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