
¿Realmente la única manera de retratar a alguien deforme o en silla de ruedas es desde la compasión o el dolor? De manera histórica, el cine ha reducido el sector de los discapacitados a una cuna de historias inspiracionales y merecedoras de lástima; hay ejemplos de sobra: The Elephant Man (1982), Intouchables (2011) y Wonder (2017). Como escape a este cliché nace A Different Man (2024), un filme que profundiza en la discapacidad con enfoque irreverente e innovador.
Edward Lemuel (Sebastian Stan) es un actor frustrado con neurofibromatosis, malformación congénita que causa tumores faciales. Para él, los días transcurren entre la depresión y el aislamiento, pero su ánimo cambia cuando conoce a Ingrid Vold (Renate Reinsve), la nueva vecina. Ella, dramaturga en ciernes, ve en Edward inspiración para escribir una historia y él lo confunde con amor.
El romance con Ingrid, como es de esperarse, no pasa de un vergonzoso intento de beso. Sin embargo, no todo está perdido para el protagonista, el cual se somete a un tratamiento experimental que cura su malformación. Parado frente al espejo observa otro rostro y decide fingir su muerte. Tiempo después, no hay rastro de Edward; ahora es Guy, un exitoso agente inmobiliario.
Por mera casualidad, Guy descubre que Ingrid ha escrito una obra de teatro titulada Edward, basada en su anterior vida. Con una máscara prostética de su antiguo rostro, participa en el casting y consigue el papel principal. Muestra una interpretación convincente y reaviva la relación con la dramaturga.
Un hombre desconocido, que también padece de neurofibromatosis, llega al ensayo y se presenta como Oswald (Adam Pearson). Con algunos chistes y cierto carisma se gana el afecto de la directora, que reescribe el guion pensando en él. Tras una amistad rápida con todo el staff, consigue el rol principal de la obra, e incluso el amor de Ingrid.

La aparición de Oswald causa en Guy un estado de celos y comienza a seguirlo por todos lados. Lo acecha e imita su comportamiento; no puede comprender cómo con neurofibromatosis puede ser tan exitoso. Su obsesión llega a tal punto que irrumpe violentamente en la función de la obra y termina herido.
Lo que parecía ser otra anécdota dramática sobre la discapacidad, se convierte en un viaje de obsesión y envidia. El largometraje consta de dos partes narrativas distintas, pero con un mismo mensaje. Esto permite que la historia dé un giro en la trama y no sugiera el cambio de rostro como solución a los martirios del protagonista.
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La primera mitad es la historia de Edward Lemuel, alguien deforme y merecedor de lástima por su condición; mientras en la segunda presenciamos a Guy Moratz, un empresario exitoso igual de miserable, pero no por ser discapacitado. Ambos son la misma persona, solo cambian de rostro. Ingrid le dice, en sus dos personalidades, que es nervioso como un hámster: no sostiene la mirada ni sabe dónde colocar las manos; todo en su cuerpo refleja lo inseguro que es.
A Different Man se mueve entre varios géneros y subgéneros. La escena donde el protagonista se arranca el rostro a pedazos no es muy larga, pero la crudeza que muestra es digna del más puro Body Horror. También destaca la fiesta en el bar, donde las luces generan un efecto psicodélico típico del surrealismo. Además de la obsesión enfermiza del protagonista por Oswald y su cambio de rostro, fiel al thriller psicológico.

Wyatt Garfield, director de fotografía, logra una mezcla eficaz donde la imagen acompaña la historia en todo momento. Filmarla en 16 mm refuerza la claustrofobia mental de Edward y evoca la estética neoyorquina del Nuevo Cine Americano de los 70’s. Los planos largos y la paleta de colores poco intensa cargan el filme de un minimalismo moderno.
Existen varios elementos visuales que aportan a la narración. La gotera en casa de Edward es una metáfora de su vida desorganizada y cada vez más preocupante, mientras él solo ve como crece y nunca se detiene a arreglarla. Pasa igual con la máquina de escribir que le regala a Ingrid, funciona como conexión entre sus dos personalidades y simboliza el poco interés real de la dramaturga en él.
Umberto Smerilli, compositor principal de la banda sonora, entiende la metamorfosis del protagonista y crea melodías acordes al desarrollo de la trama. A Edward le acompañan composiciones tranquilas, principalmente acústicas, y enfatizan el dilema moral que atraviesa; contrario al fondo musical de Guy, plagado de sintetizadores y elementos artificiales que aportan un halo de superficialidad al personaje.
El cambio de Edward a Guy es muy brusco y nunca se explica cómo llega a ser agente inmobiliario. Su ‘’faceta exitosa’’ es breve y no aporta profundidad al personaje o a la narración. Al igual que las virtudes de Oswald pueden sentirse exageradas hasta cierto punto; no tiene defectos: actúa bien, es popular, inteligente y una gran persona. Su existencia explica que los discapacitados pueden llegar lejos, pero es tan perfecto que se siente forzado.
La escena de sexo donde Ingrid le pide a Guy que se ponga una máscara prostética es muy atrevida, y no todos los espectadores se la tomarán bien, pero lanza una interrogante al público y cuestiona nuestros prejuicios. También destaca la parte donde Oswald canta en un bar, su ambigüedad se mueve entre lo ridículo y lo sublime. Aquello que nos pueda resultar incómodo o raro habla mucho de nuestras costumbres hacia el sector de los discapacitados.

Cuando Aaron Schimberg conoció a Adam Pearson, que sufre también en la vida real de neurofibromatosis, pasó por una crisis de identidad. El director nació con labio leporino, defecto que lo marcó toda su vida, y conocer a Pearson lo hizo cuestionarse si sufría por la malformación congénita o por su actitud. No existe ninguna duda de que esto inspiró fuertemente la trama del filme.
En casi toda su duración, la obra critica duramente los estereotipos de belleza y perfección de la sociedad. El spot corporativo en el que Edward participa es una burla al marketing y a los productos vacíos que consumimos. Incluso la reunión médica luce más como una junta de negocios que la cura de un enfermo.
No estamos ante una obra maestra, pues el ritmo apresurado y las inconsistencias de guion son obvias. Sin embargo, A Different Man propone otra mirada a un género históricamente encasillado en el drama inspiracional o el espectáculo grotesco. La valentía de hacer algo diferente debe ser aplaudida, porque los grandes cambios parten de ahí.
Queremos ser muy inclusivos en estos tiempos, que ni un solo discapacitado, negro u homosexual quede fuera. Sin embargo, nuestra manera de retratarlos es predecible e irrespetuosa. Miremos a esos que llamamos diferentes y veremos que somos bastante parecidos. No nos damos cuenta que de tanta inclusión, dejamos a mucha gente fuera. (Por: Máximo Enrique Badía Yumar, estudiante de Periodismo)
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