Habitantes del polvo (I): Los rincones de la sociedad

Habitantes del polvo (I): Los rincones de la sociedad. Fotos: Raúl Navarro
Habitantes del polvo (I): Los rincones de la sociedad. Fotos: Raúl Navarro

Hay una ciudad por debajo de la ciudad. En ese submundo habitan: “buzos” que se sumergen en un mar de jabitas blancas, sujetos vulnerables a los que no les quedó otro remedio, y, sobre todo, deambulantes que se acomodan como pueden en los rincones de la sociedad, donde muchos no se atreven a mirar.

También ahí, por debajo del nivel de vida y a ras del polvo, hallamos personas con enfermedades psiquiátricas que necesitan atención y van con los ojos al cielo, como si Dios fuera un papalote, alcohólicos que ya tocaron fondo e igual no hallan el fondo de la botella, gente a la que la familia abandonó, porque mucho antes ellos abandonaron a su familia, expresidiarios, algún que otro sinvergüenza, y demasiados que perdieron la fe en un mundo mejor.

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Violeta es una mujer mínima, al punto de que cabría en la palma de una mano. Pudiera vivir en una jaula para tomeguines y, si la asustas, se escondería fácilmente en un agujero para ratones. Ella culpa por su tamaño a una meningitis que le cortó el desarrollo y la dejó así: menuda y frágil.

Con su pequeña estatura, sus magras carnes y esa mirada huidiza de perro callejero que se salvó por dos segundos de ser arrollado por un automóvil, pareciera que cualquier cobarde racha de viento la levantaría en peso, haciéndola planear. Sin embargo, los dos jabucos repletos de latas de cervezas importadas, pomos de a litro y medio o cualquier trasto que le haya llamado la atención la sujetan a tierra.

Ella no quiere que uno se vaya con la impresión de ser lo que aparenta: una señora menuda y frágil; así que coloca uno de los jabucos en el suelo. Cuando realiza este gesto, le brilla en los dedos sucios y callosos una sarta de anillos viejos, verdosos por la suciedad y el uso, con opacas piedras falsas, único rasgo de vanidad o feminidad, reminiscencia de alguien que ya no es.

Violeta recoge el antebrazo y muestra un bíceps definido y abultado que tersa por un momento su reseca piel. Asegura que a eso de vender aluminio en Materia Prima ya no se le saca tanto porque te pagan, más o menos, a 60 pesos el kilogramo; y un kilogramo de aluminio sigue siendo un kilogramo de aluminio en estos tiempos, pero 60 pesos no siguen siendo 60 pesos.

¿Cuántas latas de cerveza hicieron falta para que desarrollara ese físico? ¿Las que se consumen en una fiesta por todo lo alto en un bar de nuevos ricos? ¿Las que se beben en un día de fiesta o en una actividad preparada por el sindicato de una empresa en superávit? Pequeños detalles así lo colocan a uno frente a la triste verdad de que en Cuba coexisten muchas realidades y no todas están en concordancia las unas con las otras. Habitamos un país donde cada día se marcan más las clases sociales.

Violeta, la dura, la señora de 74 años y 60 kilogramos de peso, la que rebusca en los botes de basura donde tú acabas de arrojar el papelito de la pizza, deambula por la ciudad, pero no es una deambulante. Estuvo un tiempo en la calle, después de que su nuera la botó de la casa —sabrá Dios la razón, porque las dinámicas familiares son en extremo complejas—, pero en estos momentos convive con un amigo; y todos los días sale, como otros tantos, a ganarse la subsistencia.

Esta anciana de manos sucias y bíceps desarrollados no cumple con las características establecidas para llamarla deambulante, aunque en muchos espacios se prefiera denominarla así, porque resulta menos complejo utilizar un término psicológico que uno socioeconómico.

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“Nosotros contamos en el municipio de Matanzas con 27 casos entre deambulantes, ‘buzos’ y ‘menesterosos’”.

Con “nosotros”, el intendente José Anselmo Díaz Muñiz se refiere al titular de la Dirección Provincial de Trabajo y Seguridad Social (DPTSS), la coordinadora de Programas y Objetivos del Gobierno provincial que atiende Prevención Social, el vicegobernador de Matanzas y demás factores asistentes a su rendición de cuentas sobre la implementación del Acuerdo 10056/2025, referente al procedimiento para la atención a las personas con conducta deambulante. La sala, ubicada en el segundo piso del Ayuntamiento, lo escucha con atención; mientras, el murmullo citadino se cuela por las ventanas.

La norma antes mencionada, primera de su tipo, define en su segundo artículo a la conducta deambulante como un “trastorno del comportamiento humano multicausal, que constituye un modo de vida caracterizado por la inestabilidad y la inseguridad en el hogar, carencia de autocuidado y autonomía económica, de atención o amparo familiar, así como de un proyecto de vida favorable o una combinación de dichos factores, que habitualmente se evidencia con la transgresión de las normas de convivencia y disciplina social”.

Antes de la publicación del acuerdo, se asumía como deambulante solo a aquellas personas que pernoctaban en el reino de la intemperie, y no se reconocía como tales a quienes deambulan de día y en las noches van a dormir a sus casas. Resulta irónico porque, a la hora de los funcionarios dirigirse a los medios, se olvidaban de ello y, para no reconocer la existencia de personas en situación de mendicidad o “buzos”, la palabra provocó una salida comunicacional fácil. En tal sentido, y a pesar de ser este un concepto tan abarcador, el grupo multidisciplinario que atiende el fenómeno en Matanzas utiliza otras dos clasificaciones: “buzo” y “menesteroso”.

Según el Diccionario de la Lengua Española, un “buzo” es “aquella persona que hace inmersiones bajo el agua con un equipo adecuado para respirar”; mientras que el adjetivo “menesteroso”, usado en este caso como sustantivo, quiere decir “falto, necesitado, que carece de una cosa o de muchas”. Sin embargo, el primer término es utilizado para aludir a los individuos que registran la basura con el fin de obtener cualquier tipo de bienes que les ayuden a “respirar”; y el segundo se torna un eufemismo para referirse a una figura universal, cuya sola mención en Cuba es dolorosa, pero existe: el mendigo. Uno puede carecer de muchas cosas, producto de la vulnerabilidad; pero de necesitar algo a mendigarlo en las calles hay una marcada diferencia.

Este tipo de situaciones no constituyen un fenómeno único de Cuba; sin embargo, desde la institucionalidad y el propio imaginario social resulta difícil comprender su existencia tras décadas de conquistas sociales. Ello implicaría aceptar que se resquebrajan las conquistas, ya sea por cercos económicos, vagancias institucionales o decisiones erróneas.

Lázaro González Valera, director de la DPTSS en Matanzas, reconoce la existencia de la mendicidad en el país; mas, desresponsabiliza al Estado en todo lo referente a su surgimiento y proliferación. El acto de deambular responde, en un alto porcentaje de los casos, a un factor psiquiátrico o relacionado con las adicciones, pero el componente financiero no puede obviarse: muchos de ellos encuentran en la mendicidad o el rebuscar en la basura una forma de subsistencia.

“No tienen por qué padecer una enfermedad mental o psiquiátrica —afirma la Dra. Nora Liss Gómez Domínguez, jefa del Departamento de Adulto Mayor, Asistencia Social, Discapacidad y Salud Mental en la Dirección Provincial de Salud—. Algunos lo toman como estilos de vida, por lo que se debe respetar su autonomía y voluntariedad, siempre y cuando no contribuyan a actividades delictivas o altercados sociales”.

La nueva norma penaliza a los individuos en edad laboral que reinciden en el acto de deambular o mendigar, aun teniendo aptitudes físicas y mentales para el trabajo. Muchos de ellos se han habituado a este comportamiento y no siempre la coerción legal triunfa por encima de la educación y el convencimiento. Esperemos que ello se utilice como último recurso, cuando todo lo demás falle.

A la vez, sería lúcido recordar que la mayoría de los empleos a los que pueden acceder son de baja remuneración, pues muchos poseen bajo nivel cultural, conductas marginales o han dañado la red de apoyo familiar. Entonces, en una economía como la cubana actual, la subsistencia se les vuelve en extremo ardua.

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“Est es para comer”, reza el cartel que sostiene Ramón Valdés Valdés. Supongo que poco importa la ortografía cuando estás a punto de desfallecer. Él se desparrama, como un bulto que se le escapó al olvido en un quicio de la Calle Medio, principal vía comercial de la ciudad. Está de paso por Matanzas, según él.

Viene desde La Habana y se dirige hacia Santiago de Cuba, así que saltará de provincia en provincia hasta llegar a su destino. En la capital trabajaba de custodio, pero, de pronto, se halló muy solo y muy viejo y quiso regresar a Palma Soriano para estar junto a su hermana —que en sí no es su hermana de sangre, porque se criaron juntos en el Hogar de Niños sin Amparo Familiar; pero la cercanía, en estos casos, vale más que el parentesco—.

Comenta que pedirá dinero hasta que el vasito desechable se llene lo suficiente para poder pagarse el pasaje de ómnibus y comer algo en el trayecto de 18 horas.

Quizá esto no sea verdad y haya contado semejante historia para mentirse y mentirnos sobre su condición temporal. Quizá no vaya más allá de una excusa para preservar lo último de su dignidad. Sin embargo, lo real es que hay un señor de 72 años, como un bulto que se le escapó al olvido, que no sabe qué se llevará a la boca esta noche.

Como él, hay muchos que, por un punto de giro del destino, a veces provocado por sus propios impulsos autodestructivos o contextos que los trascienden, hoy están en condiciones de abandono. Entonces, las políticas sociales que tenemos en Cuba no los alcanzan —no llegan a ellos— ni les alcanza —no son suficientes—.

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El Acuerdo 10056/2025 responsabiliza al Consejo de la Administración Municipal en lo referente a la prevención, identificación, atención, control, seguimiento y toma de decisiones en la atención de las personas con conducta deambulante, con el asesoramiento de las direcciones de Trabajo y Seguridad Social y General de Salud, así como de la Policía Nacional Revolucionaria.

Supuestamente, después de identificado el deambulante, este debe ser trasladado hacia un sitio donde clasificar su situación y prestarle atención primaria de Salud. Sin embargo, en entrevista a las autoridades pertinentes en el municipio de Matanzas, la información obtenida resultó incongruente, al punto de que se dio la siguiente conversación con una funcionaria de la DPTSS, cuya identidad preferimos no ofrecer:

—¿Cuándo se realizó la última recogida de deambulantes para iniciar el proceso de clasificación de los mismos?
—A finales de mayo.
—Compañera, mayo comienza mañana —el diálogo al que hacemos alusión tuvo lugar el 30 de abril de 2025.
—Bueno, a finales de abril entonces.
—Compañera… Estamos a finales de abril.

El tratamiento a las personas con conducta deambulante comienza con su propia identificación, que, según todos los entrevistados, se realiza de forma diaria desde los grupos de prevención que deben existir en cada Consejo Popular.

Mas, basta con efectuar un recorrido por las calles de Matanzas para percatarse de que las cifras informadas por el grupo de trabajo provincial (27 en el municipio, 44 en la provincia) no se corresponden con la realidad. Entonces, esos que salen a diario a identificar y clasificar deambulantes, ¿hacen bien su trabajo? “Ciegos que ven; ciegos que, viendo, no ven”, diría José Saramago.

Después de identificar al deambulante, se le conduce a un Centro de Protección Social donde es clasificado. Según su cuadro, se le puede enviar a un hospital psiquiátrico, un hogar de ancianos o devolverlo a su seno familiar, siempre y cuando estén dispuestos a recibirlo. Incluso así, debería existir un asesoramiento de Fiscalía en caso de trabas legales o violaciones al Código de las Familias.

La trabajadora social Yaidelin Elaine Rodríguez Gómez nos acercó a la historia de un deambulante con problemas psiquiátricos, al que ha prestado atención desde 2020, y cuya familia no se encuentra en condiciones de atenderlo: “Su hermana padece cáncer de mama y enfermedad pulmonar obstructiva crónica; su hermano es alcohólico”. Casos como este evidencian la complejidad del fenómeno, pues a veces la familia, aunque quiera, no puede asumir el cuidado, amén de lo estipulado en cualquier norma jurídica.

No todo son callejones sin salida. Se ha logrado devolver individuos a sus núcleos familiares, regresarlos a sus provincias de origen o convencerlos de ingresar a un hogar de ancianos. El vicegobernador Lázaro Suárez Navarro saca a colación el caso de Félix Morales Alfonso, exbasquetbolista del equipo nacional, quien terminó deambulando por las calles de Cárdenas.

“Nos puso dos condiciones —recuerda Lázaro—: un cuarto para él solo y un televisor para ver el deporte. Hubo que soldar dos camas, porque era muy alto, pero ahí está. Cumplimos con sus demandas y hoy Félix vive en un hogar de ancianos”.

Felizmente, hoy la provincia cuenta con un deambulante menos; pero, ¿y los otros? Esos mortales que solo alcanzarán la gloria en el reino de los cielos, porque la vida los golpeó tan duro que ahora muchos apartan la mirada.

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“No toquen esa tecla, que tiene comején”, salta Roberto Molina cuando se le interroga sobre si alguien se ha acercado a él, un trabajador social o algún funcionario de la administración pública, para preguntarle cómo está o qué necesita. También asegura que, para Jagüey Grande, donde se ubica el Centro de Protección Social de la provincia, a 80 kilómetros de la ciudad cabecera, no va. “¿Para allí? ¿Para el abuso?”. Nadie que haya ido y regresado habla bien de aquel sitio.

Este anciano que se da un aire a Ricardo Arjona duerme casi todas las noches en el Parque de Los Chivos, a un costado de la céntrica Plaza de la Vigía. Roberto/Arjona anda con una muleta que lo acompaña desde antes de quedar en la calle. El resto de sus pertenencias las carga en una mochila donde las organiza en jabas según su uso: ropa, artículos de aseo, colchas.

Sorprende su mantenimiento del orden, que raya con lo obsesivo, a pesar de sus desfavorables circunstancias. Antes laboraba de camillero, pero ahora recoge objetos de la basura y los arregla como puede para luego venderlos. A veces, en un bar cercano a sus aposentos al aire libre, le brindan un poco de almuerzo y cena.

Seres como Roberto, Violeta o Ramón se han camuflado tanto en el entorno urbano que cuesta distinguirlos. Duermen en los portales oscuros, como un ejército de la noche que apagó las hogueras para que el enemigo, sea quien sea, no los sorprenda. Pernoctan en casuchas que se les caen encima y cada amanecer van a pescar sus atunes de brillante aluminio, en ese mar de basureros que hay en la ciudad; otros te leen la mano, te regalan bendiciones en hojitas, te cantan dos canciones por 20 pesos o se encomiendan al buen Lázaro, santo de los perros y las pústulas. Algunos lo hacen para mantener un vicio o porque en su cabeza algo no anda bien; pero otros solo buscan un escape de la pobreza.

Los habitantes de la ciudad subterránea aumentan en número, mientras el país se enfrenta a una crisis económica y moral, ya sea por factores externos o internos. Son espasmos de la sociedad, lo que quedó del día anterior, pruebas fehacientes de que algunas políticas sociales ya no dan abasto o hace falta ponerles más ahínco. Nos muestran que necesitamos afilar y afinar las sensibilidades y, sobre todo, que no se les puede dar la espalda, como se esconde en los rincones el polvo al limpiar la casa. (Por Humberto Fuentes y Guillermo Carmona)

(Continúa en la parte II)

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