
Siempre que se realiza una película basada en una obra literaria, las opiniones y debates abundan por el mundo del arte. En muchos casos, algunas no logran cumplir con las expectativas y otras dejan el listón en lo más alto. Ese es el caso de La Milla Verde (The Green Mile, en inglés), film basado en la novela homónima del escritor estadounidense Stephen King.
La película alterna dos historias en torno al protagonista Paul Edgecomb, quien se encuentra en una residencia para personas de la tercera edad y le cuenta a una amiga su vida. Todo comenzó en 1932, época de la Gran Depresión, específicamente en la prisión de Cold Mountain, ubicada en el estado de Luisiana (Estados Unidos). En ella, Paul, junto con otros oficiales, trabaja como guardia en el corredor de la muerte, donde asignan a los reclusos condenados a la silla eléctrica. Dicho lugar se conoce como la Milla Verde por el color de su piso. Un día llega allí un hombre afroamericano de gran tamaño y fuerza corporal llamado John Coffey, acusado de la violación y asesinato de dos niñas gemelas.
Al principio todos lo creen culpable, pero pronto ocurren extraños sucesos en el lugar. Coffey, a pesar de su complexión física, tiene el comportamiento de un niño pequeño e inocente, lo cual denota una discapacidad mental, además de ciertos poderes de curación. Estos se manifiestan por primera vez cuando alivia a Paul de una infección urinaria que lo tenía muy afectado. Tras cada curación, expulsa el mal de su propio cuerpo, vomitándolo en fragmentos representados por insectos semejantes a polillas negras, que van tornándose blancas hasta desaparecer.

Semanas después de Coffey, llega otro prisionero, muy diferente a él. Su nombre es William Wharton, un asesino con tendencias psicóticas, quien desde el primer momento se encarga de colmar la paciencia de los oficiales con sus fechorías.
El éxito de esta película, aparte de la estupenda factura y técnica, se debe a la fuerza del guion y la composición de los personajes. Teniendo en cuenta que todo transcurre en el corredor de la muerte, es muy meritorio exprimir todos los sentimientos que desplieguen los personajes a lo largo del metraje, como la humanización de los que van ser ejecutados y la relación que tienen entre sí unos carceleros extraordinariamente sensibles y comprensivos, con la excepción de Percy Wetmore, joven oficial que había conseguido allí un puesto gracias al matrimonio de su madre con el alcalde de Luisiana.
Percy es arrogante y cruel, siempre molestando a los prisioneros, recordándoles constantemente los pecados de su pasado y el día de su sentencia final, al más fiel estilo de los verdugos de la Edad Media capaces de las torturas más sangrientas y macabras. Una de las escenas de ejecución que nos muestra el filme acapara la atención de todo el público y se trata de Eduard Delacroix, un hombre condenado por incendiar una casa con todos sus habitantes dentro. Irónicamente, el día de su ejecución Delacroix sufre el mismo destino de aquellas víctimas, y es que Percy no mojó la esponja como dicta el procedimiento, aun sabiendo lo que iba a pasar. Una muestra de su sadismo y crueldad. Este pasaje presenta varios componentes que lo hacen memorable: la música acompañando el caos absoluto del momento, las personas presentes horrorizadas ante los gritos y el olor que la víctima despide y la mirada atónita de los oficiales ante el cuerpo de Delacroix, que lejos de tener una muerte rápida conoce el dolor en todas sus facetas.
Las actuaciones del reparto son inmejorables. Destacándose Tom Hanks, muy sobrio y metido en el rol de Paul Edgecomb, un tipo bastante diferente a los que antes había interpretado. Otro gran trabajo es el que hace Michael Clarke Duncan como John Coffey, recluso muy especial, de aspecto amenazador, pero dotado de una humanidad increíble. El papel lo marcó de por vida con su icónica frase: “Estoy cansado, jefe”. En el antagónico tenemos a San Rockwell, el demente Wharton, y Doug Hutchinson como Percy Wetmore, quien llega a ganarse total desprecio y odio por las acciones tan inhumanas que perpetra.

Una manera de interpretar la película es que simboliza la vida y muerte de Jesucristo. John Coffey es un ser capaz de realizar milagros, sentenciado a morir por un crimen que no cometió. Nadie le comprende, excepto los guardias, que hacen alusión a los apóstoles. En lo sucesivo, Coffey asume una especie de sacrificio por los pecados del mundo y su cruz es la silla eléctrica.
La novela de Stephen King en la que se basó esta película hace referencia a la persona más joven en ser ejecutada a muerte en dicho aparato: George Stinney Jr., un adolescente afroamericano de 14 años acusado de matar a dos niñas blancas en 1944. Setenta años después se probó su inocencia.
Este notable y entrañable drama está dirigido por Frank Darabont, también adaptador de King en Cadena perpetua (1994) y La niebla (2007), siendo una de las mejores versiones cinematográficas de su obra literaria. Drama sobrenatural, por así decirlo, que alcanza una duración de tres horas en las que cada escena tiene… algo, que logra atraparte, meterte de lleno en la vida de los guardias y de los prisioneros en el siniestro corredor.
Stephen King no es solo terror, también sabe escribir historias que tocan por otras vías la fibra sensible de las personas. La que nos ocupa es una de sus más conmovedoras y, además, con un mensaje muy seguro: todos andamos recorriendo nuestra propia “milla verde”.

FICHA TÉCNICA
Título original: The Green Mile; País: Estados Unidos; Año: 1999; Dirección y guion: Frank Darabont; Fotografía: David Tattersall; Montaje: Richard Francis-Bruce; Música: Thomas Newman; Reparto: Tom Hanks, Michael Clarke Duncan, Sam Rockwell, Doug Hutchison, Michael Jeter, Patricia Clarkson, Gary Sinise…; Duración: Tres horas.
(Por: José Carlos Argotte Rosales, estudiante de Periodismo/Edición web: Miguel Márquez Díaz)
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