
¿Cómo explicar lo complejo sin perderse en tecnicismos? ¿Cómo hablar de economía en medio del día a día de los cubanos, donde la cola y el ingenio son parte del paisaje?
El Programa de Gobierno para corregir distorsiones y reimpulsar la economía debe impactar en la estabilidad y el desarrollo del país en un contexto global complejo. No es magia, debe ser trabajo duro, estrategia y, sobre todo, realismo.
Este programa no es un simple documento, u otro plan o medidas que se queden en el sueño letárgico de las gavetas. Debe ser la brújula y la respuesta estructurada a un huracán perfecto: una economía global convulsa, las secuelas persistentes de la pandemia y, el elefante en la habitación que no podemos ignorar ni un segundo: el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos, recrudecido hasta niveles de asfixia deliberada en los últimos tiempos.
El programa está concebido en diez objetivos fundamentales que incluyen la estabilización macroeconómica, el fortalecimiento de la producción nacional —con énfasis en alimentos— y el incremento y diversificación de los ingresos en divisas. Pero no es un «ahí te va». Hay cronogramas, indicadores, metas, seguimiento riguroso. Algo que, seamos francos, a veces ha fallado en el pasado. Ahora debe —es perentorio— haber más organización, más control en la ejecución. ¿Difícil? Extremadamente. ¿Imposible? La historia de Cuba dice que no.
Una parte integral del programa es la dolarización parcial de la economía, y es aquí es donde muchos fruncen el ceño: ¿dólares otra vez? ¿Volvemos a los 90? Tranquilos. La viceministra primera de Economía y Planificación, Mildrey Granadillo de la Torre, lo ha dicho con claridad meridiana: “La meta es la desdolarización. El peso cubano debe ser el centro”. Pero… —y este «pero» es crucial— una desdolarización a la brava, sin las condiciones mínimas, sería un suicidio económico. Agravaría la escasez, dispararía aún más la inflación en pesos, ahuyentaría más divisas.
Entonces, ¿qué es esta dolarización parcial? Es una medida transitoria, gradual y de corto plazo. Un mal necesario, si se quiere. Busca captar divisas para que entren al sistema bancario formal, no que circulen solo bajo el colchón o en el mercado informal; pretende dinamizar la producción, y que las empresas —tanto estatales como no estatales— puedan acceder más fácilmente a insumos importados usando esas divisas; y, además, quiere fortalecer exportadores, a través de otorgarles herramientas para competir y generar más ingresos para el país.

Alberto Javier Quiñones Betancourt, vicepresidente del Banco Central, añade una precisión importante: “esto viene ligado a un programa de estabilización macroeconómica y a la creación de nuevos productos financieros”, como cuentas y bonos en dólares. Es ordenar el espacio financiero, donde hoy demasiadas divisas bailan fuera del sistema bancario, limitando su uso racional para el desarrollo.
Por otro lado, hay sectores que no se dolarizan, y es donde está la gran diferencia, y donde el Estado muestra su compromiso y su negativa a las terapias de choque. Servicios básicos como las telecomunicaciones, lo poco y frugal de la canasta familiar normada, el gas, electricidad y agua, siguen siendo subsidiados y se facturan en pesos cubanos.
Este punto es cardinal. Significa que, aunque el dólar tenga un rol en ciertos sectores, la cotidianidad esencial de las familias está protegida. Pagarás tu luz, tu agua, tu gas doméstico en pesos, con el respaldo del presupuesto estatal. Es una línea roja que garantiza que las medidas más duras no aplasten a los más vulnerables. Es el corazón socialista del proceso, y que algunos se empeñan en hacernos olvidar.
Pero hablar de economía cubana sin mencionar el bloqueo es como diagnosticar a un enfermo ignorando la bala que lleva alojada. Este programa nace y se ejecuta bajo su sombra omnipresente.
Todos somos conscientes de la persecución financiera y las multas millonarias a los bancos que operan con Cuba, una dificultad extrema para realizar transacciones internacionales. Todos hemos conocido de la asfixia a nuestros ingresos, y los frenos al turismo, los obstáculos a las exportaciones —incluso las médicas—, el encarecimiento y las dificultades a las importaciones —sobre todo de alimentos, medicinas, combustible, o piezas de repuesto—.

El bloqueo es, además, un obstáculo a la inversión extranjera, ya que el miedo a las represalias de EE.UU. frena a muchos inversionistas potenciales. Imposibilita renegociar la deuda, y los acreedores temen las sanciones estadounidenses.
El bloqueo no es una excusa, es la principal causa de la escasez de divisas, de las dificultades para importar medicamentos esenciales, del encarecimiento brutal de la vida. Cualquier análisis serio debe partir de esta agresión continua, otra de las cuestiones que algunos se empeñan en hacernos olvidar.
Por otro lado, uno de los nudos gordianos a los que se enfrenta la economía cubana es el caótico mercado cambiario. Múltiples tasas de cambio —la oficial, la informal, la que existe para sectores específicos— generan enormes distorsiones. ¿Cómo planificar si el valor del peso es un espejismo?

El programa pone el reordenamiento cambiario como una prioridad. Es vital. ¿Por qué? Pues porque otorga transparencia y predictibilidad, y las empresas y ciudadanos saben a qué atenerse. Permite la asignación eficiente de divisas, y que estas vayan realmente a lo que más necesita el país: producción, exportaciones, sectores sociales clave; y también debe atraer remesas al sistema bancario, ofreciendo un tipo de cambio justo y accesible.
Este ordenamiento, junto con una mejor asignación de divisas, es el oxígeno necesario para los sectores productivos y exportadores. Más producción nacional significa menos importaciones, más empleos, y eventualmente, más oferta de bienes en pesos cubanos, ayudando a contener la inflación. Es el círculo al que se aspira.
Pese a ello, es una realidad que no hay desarrollo sostenible en solitario. Consolidar la inversión extranjera es vital para inyectar capital, tecnología y acceso a mercados. El programa busca crear un entorno más atractivo y ágil, pero choca de frente con el bloqueo, que intimida a los inversionistas. Romper este cerco diplomática y jurídicamente es una batalla constante.
La renegociación de la deuda externa es otra pieza clave. Ello liberaría recursos hoy destinados al servicio de una deuda impagable bajo las actuales condiciones de asfixia. Requiere voluntad política de los acreedores y, nuevamente, sortear los obstáculos del bloqueo financiero.
Este Programa de Gobierno no es una varita mágica. Debe ser una herramienta pragmática y realista, nacida de la urgencia, pero con visión de futuro. La dolarización parcial es un remedio amargo —que a nadie le gusta—; un parche temporal para ganar tiempo y oxígeno financiero mientras se construyen las bases de una economía más sana y soberana, centrada en el peso cubano.

¿Será fácil? Rotundamente no. Las complejidades son inmensas, el bloqueo sigue apretando, y el reflejo en la mesa del cubano tardará. Pero, ¿es necesario? Absolutamente sí. Ignorar las distorsiones y no actuar con decisión sería condenar al país a un deterioro aún mayor.
La protección de los servicios básicos subsidiados en pesos es el ancla social que da legitimidad y humanidad al proceso. Demuestra que, incluso en la tormenta, la Revolución no abandona su esencia.
La estabilización macroeconómica, el ordenamiento cambiario, la lucha contra el bloqueo, la atracción de inversiones y el manejo de la deuda no son capítulos aislados. Son partes de un mismo libro que Cuba está escribiendo a contra corriente. El éxito depende de todos. De la disciplina en la implementación, de la eficiencia estatal, de la creatividad productiva, de la comprensión ciudadana ante medidas difíciles, y de la unidad inquebrantable frente a la agresión externa —y sus acólitos internos—.
Este programa es un timón ajustado para una travesía compleja, pero imprescindible, hacia un futuro donde la economía cubana, liberada de distorsiones y del bloqueo, pueda finalmente desplegar todo su potencial para el bienestar de su pueblo. El camino es largo y empinado, pero la dirección, al menos, está clara. Y eso, en medio de la tormenta, ya es un avance.