Sin hijos, sin culpas

Sin hijos, sin culpas
Sin hijos, sin culpas. Imagen generada con IA

El reloj de la cocina marca las 3:07 p. m., mientras Dalia sirve un humeante café. No hay juguetes desperdigados por todo el suelo ni mochilas escolares colgadas. Eso sí, sobre la mesa ovalada reposa cierto desorden de libros de Oftalmología con una que otra novela pendiente colada entre ellos y, al lado, una laptop que aguanta estoicamente el peso de varias notitas adhesivas en su pantalla.

Dalia, como otras tantas mujeres de su generación, ha decidido no ser madre. Pero tras la elección lleva a sus espaldas responsabilidades, a veces tan molestas como el reproche de la madre o la abuela, que no aceptan verse en la situación de pasar a la otra vida sin haber llevado a un nieto en sus brazos.

Cada vez son más los hogares a nivel global que se suman a este conflicto, ya que, guste o no, la maternidad ha dejado de ser un destino inevitable.

Aunque no existen cifras oficiales que cuantifiquen con exactitud las mujeres que deciden no maternar, estudios demográficos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y el análisis de expertos sugieren que esta proporción podría acercarse al 20 % entre mujeres de 30 a 45 años.

Sin embargo, las estadísticas oficiales no diferencian entre la postergación y la renuncia definitiva a la maternidad, por lo que estas estimaciones deben interpretarse con cautela.

Martina Yopo, socióloga especializada en género y reproducción, estudia a fondo la transformación de la maternidad en países del sur global. Su investigación arroja un nuevo concepto, llamado “infertilidad estructural”, el cual describe cómo las condiciones sociales actúan como un obstáculo real para la maternidad, más allá de la capacidad biológica de las mujeres.

Este fenómeno adquiere una textura particular en nuestro caimán dormido. La Isla, azotada por la incertidumbre económica, avatares electroenergéticos, carencias en el sector educacional y médico, coloca a la maternidad en el centro de una tremenda encrucijada.

Y es que no solo se trata de traer hijos al mundo, sino de preguntarse si es posible garantizarles un horizonte digno, si la promesa de un futuro mejor para ellos llegará a ser más que una consigna o una petición de resistencia.

Por otro lado, la lista de razones para no maternar llega a ser tan diversa como válida. Bien puede sumarse la realización profesional, miedo a no ofrecer una crianza adecuada, evitar repetir historias de carencias afectivas presentes en la infancia o, simplemente, el deseo de preservar su autonomía.

Y, sin lugar a dudas, este asunto no es reciente. Desde la década de 1970 comenzaron a surgir grupos sociales organizados bajo la idea del “childless by choice” (sin hijos por elección), que defendían la decisión consciente de no procrear.

Uno de los movimientos más emblemáticos fue The National Organization for Non-Parents, activo entre 1972 y 1982, que promovía el reconocimiento social de esta elección y el derecho a vivir plenamente sin hijos. Durante esa misma época, apareció el término “dink” (double income, no kids, o “doble ingreso, sin hijos”) para describir a parejas que optaban por postergar indefinidamente la paternidad, priorizando su desarrollo profesional y calidad de vida.

En el umbral de un siglo convulso, la mujer se permite, quizá por primera vez de manera masiva, la oportunidad de escucharse a sí misma y de elegir, con plena lucidez, el rumbo de su existencia. En este despertar, se desprende de aquellas cargas impuestas por el ‘deber ser’ social, y la maternidad solo marcará el compás de su vida si así lo desea.

Por ello, en estos tiempos en que las mujeres demuestran que pueden hacer de todo y hacerlo bien, declinar la opción de tener descendencia debe ser visto simplemente como una elección distinta a la general, que no hace mejor ni peor a nadie.

Ninguna mujer deja de serlo por no ser madre. Y sí, tener un hijo puede ser una experiencia maravillosa, pero no tenerlo no le arrebatará el sentido a la vida. A fin de cuentas, lo importante es vivir sin presiones ni juicios, aceptando cada camino con el respeto que merece, en este caso en particular: sin hijos, sin culpas.

(Por Keily Rodríguez Vargas, estudiante de Periodismo)

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