
“El perro es la más eficiente alarma del ganadero. Cuando les escuches ladrar con insistencia, incorpórate de inmediato, que si el bandido no está en el corral seguramente andará por los potreros.
“Cuando cae la noche, uno se sume en una constante intranquilidad, con todos los sentidos atentos al mínimo ruido o ladrido. Mientras más perros tengas, más seguro te sentirás. Aunque ni así conseguirás el descanso total. Incluso de día, siento que me vigilan; cerca de aquí, de la Vaquería 106 de la Empresa Pecuaria Genética, se han robado animales a plena luz del día”.

Con sus ojos cansados y la piel curtida por el sol, Osvaldo Dairel García Gil se ha sentado unos minutos en una silla de metal frente a una de las naves transformadas en hogar. La mañana aún no calienta y ya la camisa del ganadero muestra el sudor del ajetreo incesante. Las puntas de las botas de goma revelan la humedad del rocío impregnado en las plantas que crecen a ras de suelo, y que a cada paso van incrustándose en el calzado.
El horario para un productor de leche es bien diferente al del resto de los mortales. De las 24 horas que tiene un día, dedicará casi 18 a la atención de sus animales. La falta de sueño acumulado se dibujará en su rostro, acusando interminables jornadas de desvelo.
Apenas dos horas, a lo sumo, podrá conciliar el necesario descanso reparador, que no es tal, porque la mayoría de las veces permanecerá en ese duermevela que le pondrá en aviso al mínimo sonido que llegue desde el corral donde permanecen las vacas.
Cada vez son más frecuentes las historias de hurtos y sacrificios muy cerca de sus predios. Incluso, manifiesta que los delincuentes han llegado hasta su vaquería y con frases amenazantes le han convidado a desentenderse del rebaño.
“Esos ‘malnacidos‘ no entienden que uno suda y sufre por esto, que la vaquería es como mi casa, donde vive mi familia y obtengo el sustento. Sé que el peligro acecha, pero no han logrado aniquilarme un solo animal”.

La mañana avanza y el hombre se dirige hacia un potrero cercano, donde pastan decenas de vacas. Asegura que el secreto de un ganadero reside en trabajar con responsabilidad y estar consciente de que no existe día para el descanso.
“El ganado requiere atención los siete días de la semana. He ordeñado hasta de madrugada, con malestar físico; con fiebre alta, bajo una intensa lluvia y el azote de los truenos, he recorrido el campo en busca de los animales.
El nombre de Osvaldo y su Vaquería 106 han devenido en una especie de sitio de referencia, por los resultados en los últimos tiempos. Múltiples han sido las visitas de las autoridades de la provincia y directivos del sector de la Agricultura.
Mas, él no se envanece, asegura, porque solo hace lo que le gusta. Han pasado ya 17 años, junto a varias épocas de seca, un matrimonio y una niña, desde que se decidió un buen día por la producción ganadera.

Mucho tuvo que ver su esposa Odelkis Figueroa. Hija de un técnico veterinario a cargo de la inseminación artificial de las vacas, sintió predilección por esta labor, por lo que convidó a su esposo a integrarse a una unidad de la empresa genética.
Las cosas funcionaron y, si bien en papeles Osvaldo aparece como administrador, reconoce que poco hubiera alcanzado sin el apoyo decisivo de su esposa.
A ambos se les puede ver en varios momentos del día calzando las botas de goma y atravesando los senderos.
Muchas veces es Odelkis la que “bautiza” a los ejemplares con nombres propios de personas. Por eso, los allegados a la familia ya no se sorprenden cuando escuchan desde una distancia considerable el voceo clamando por Mirta o Lucrecia, mientras asoman dos vacas de andar parsimonioso mugiendo en medio del camino.

Osvaldo afirma que con el paso del tiempo aprendió a interpretar la mirada de sus bestias. “¡No hablan!, pero las sé escuchar”, sentencia el avispado ganadero, quien entrevé cuándo les aqueja alguna dolencia.
“Siempre estoy al tanto de los animales, respetando el horario de ordeño y de la comida. Todo está cronometrado y no puedes saltarte ninguna actividad”, expresa.
Su leche ha ganado en calidad y densidad tras cultivar titonia, una planta proteica que coloca en los comederos luego de segarla en un área próxima a las naves. Aunque reconoce que todavía existen productores que se resisten a la aplicación de esta alternativa, Osvaldo se define como un entusiasta con resultados, aspecto que se corrobora al observar a las vacas masticando con ansias los tallos y hojas de la planta.

Junto a la titonia, dedica varias hectáreas a la caña y al king grass, como una forma de enfrentar los períodos de escasas precipitaciones. Está decidido, según dice, a que en sus predios la sequía no comprometa la producción lechera.
También vela por el buen estado de los pastos. Siempre se le verá con un machete en la mano recorriendo los potreros y rematando de un golpe certero cualquier asomo de retoño de marabú.
“Esto tiene que gustarte. La vaca es como una industria que te provee de alimentos, pero debes desarrollar todas las acciones que demande. El cuidado puede parecer excesivo, pero solo así lograrás una vacada saludable”.

Asimismo, refiere que la inseminación forma parte del ABC del buen ganadero, mientras señala a varios ejemplares de la raza Mambí en gestación. “La leche se obtiene de la vaca que preñes mediante inseminación artificial. ¡Si no hay vacas gestantes, no habrá acopio alguno!”.
Osvaldo ha devenido en un referente en el buen manejo del rebaño, con una escalera de partos con más de un 70 % de sus cabezas en gestación.
Después de una extensa jornada, priorizando los alimentos, el horario de pastoreo, el agua en las canoas, la sal, incluso, la sombra que requieren al mediodía, el productor aleja el cansancio a golpe de voluntad.

Solo así se entiende que cuando el reloj marque la una de la madrugada aún se le vea rondando los corrales. Pasadas las dos, su esposa o su suegro se incorporarán a la vigilia. Cuando sean las 4:00 a. m. Osvaldo se reincorporará para reiniciar la nueva jornada con el ordeño. Luego, realizará todas las acciones cronometradas que desarrolló el día anterior, y que acometerá el siguiente… y el otro…
Mientras conversa bajo la sombra de una de las naves, un haz de luz atraviesa un ramaje y le golpea en los ojos. Al no llevar sombrero, intentará protegerse colocando una mano sobre su frente a manera de visera. Por más que intente ocultar la fatiga, sus ojos enrojecidos denotarán el cansancio por tanto sueño acumulado. De improviso, la hija aparecerá en escena y su mirada, que sigue cada movimiento de la pequeña, recobrará el brillo, alejando cualquier signo de abatimiento.
En ese instante, seguramente pensará que todo sacrificio tiene una recompensa. Al final, lanzará una frase sentenciosa que definirá mejor que cualquier palabra el día a día de la Vaquería 106 de la Empresa Pecuaria Genética de Matanzas: “Los buenos resultados no caen del cielo ni vienen en barco, todo se resume en trabajar”.