La dignidad no se negocia

La dignidad no se negocia

¿Qué significa el orgullo cuando aún hay miedo? ¿Qué implica salir del clóset en una ciudad donde muchos prefieren mirar hacia otro lado? ¿Cómo se construye la libertad sexual cuando las leyes avanzan, pero la mentalidad no siempre acompaña?

En Matanzas, como en muchas otras partes del país, la diversidad aún se vive en silencio. Quizás no haya desfiles masivos ni banderas colgadas en cada balcón, pero sí hay cuerpos que resisten, palabras que sanan y realidades que merecen ser contadas. Este 28 de junio, Día del Orgullo LGBTQIA+, las calles pueden parecer las mismas, pero en ellas caminan personas que siguen enfrentando estigmas, prejuicios y barreras cotidianas por el simple hecho de ser quienes son.

Aunque en los últimos años Cuba ha dado pasos legales importantes, como la aprobación de un  nuevo Código de las Familias en 2022, la aceptación social no avanza al mismo ritmo. Persisten los estereotipos, el machismo, y muchas veces la indiferencia.

El siguiente material recoge testimonios diversos de personas LGBTQIA+ que viven o han vivido en Matanzas. También da voz a heterosexuales que observan el fenómeno desde fuera, con distintos grados de comprensión. 

Salir del clóset no es una puerta, es un laberinto

Salir del clóset no siempre es un acto puntual, ni una sola conversación. No es simplemente abrir una puerta y respirar libertad del otro lado. Para muchas personas LGBTQIA+, es un proceso lento, lleno de curvas, retrocesos, repeticiones y zonas oscuras. Es un laberinto emocional, donde el miedo convive con la esperanza y el alivio a veces llega mucho después.

En Matanzas, como en buena parte del país, esa salida puede comenzar con una sospecha en la adolescencia, con el primer amor silenciado, con una frase homofóbica en casa, o con una mirada burlona en el aula. Hay quienes se atreven a decirlo abiertamente, y hay quienes —aún adultos— siguen sin poder hacerlo.

Un joven lo cuenta así:

“Lo acepté con 19 años. Siempre supe que me gustaban los chicos, pero no lo tenía asumido. Me daba miedo. En la secundaria me hacían bullying y no fui al acto del Día contra la Homofobia porque sabía que me iban a decir cosas.”

Otro, con palabras más serenas, recuerda que para él no hubo trauma, pero sí un largo proceso de comprensión:

“No fue algo espectacular, simplemente fui reconociendo cosas que me hacían sentido. Lo difícil no fue darme cuenta, sino entender por qué eso aún es ‘un tema’ para los demás.”

Para algunas personas, salir del clóset no ocurre una sola vez. Se sale en casa, luego con los amigos, después en el trabajo, en la calle, en cada nueva relación. Cada paso implica un riesgo: al rechazo, a la burla, a la violencia, al aislamiento.

Hay quienes aún no han salido. Hay quienes se juraron no volver a entrar. Este laberinto no tiene un solo mapa. Cada historia dibuja una ruta posible.

La libertad sexual no es un desfile, es un acto diario

La libertad no es cosa de solo un día. No es una marcha colorida, ni una foto en redes con corazones arcoíris. La verdadera libertad —la que cuesta— se vive todos los días: cuando decides tomar de la mano a quien amas, cuando corriges a alguien en la calle, cuando te pones esa camisa que siempre evitaste, cuando dejas de explicar quién eres y por qué.

En Matanzas, no hay carrozas, ni glitter, ni música retumbando por el Paseo de Narváez. Pero sí hay gestos de resistencia que muchas veces pasan desapercibidos. Para algunos, simplemente existir sin pedir permiso ya es un acto de rebeldía.

“El primer día que besé a otro hombre en plena calle, a la luz del día, fue liberador. Por dentro tenía miedo, pero mi cuerpo sintió que era lo más natural del mundo. Ahí empezó.”

“He aprendido a soltar prejuicios, a relajarme. A veces me limito con la ropa, pero solo porque sé cómo mira la gente en la calle.”

Otros testimonios reflejan una lucha más silenciosa, pero igual de firme. Una joven asegura:

“Cuando decidí amar sin importar los comentarios, supe que ya no podían tocarme”.

También están quienes todavía no logran vivir esa libertad del todo. Porque no depende solo del deseo de uno, sino también de cuán segura sea la sociedad para permitírtelo.

La profesora Laura González Solés, que estudia los temas de diversidad desde la Universidad de Matanzas, lanza una crítica directa:

“Siempre el Día del Orgullo Gay se hacen reportajes e historias. El resto del año no se habla. Es como si esas personas solo existieran un día. Hay que normalizar las conversaciones sobre sexualidad y género. No se trata de visibilizar por efemérides, se trata de respetar siempre.”

“Yo me amo como soy”

No es una frase de moda. Es una declaración política, emocional, de supervivencia. Amarse en una sociedad que muchas veces te quiere callado, corregido o escondido, es un acto valiente. Más cuando desde pequeño te enseñaron que lo tuyo estaba mal, que lo “normal” era otra cosa.

En Cuba, donde los avances legales han sido importantes pero las mentalidades no siempre los siguen, el amor propio en las personas LGBTQIA+ es una conquista diaria. No llega con el espejo, llega con el tiempo. Con el miedo vencido. Con la libertad lograda a empujones. Y no todos llegan al mismo ritmo.

Algunas voces lo expresan con una fuerza que no necesita adornos:

“El simple hecho de mi existencia ya es un orgullo. Mi vida no es perfecta, pero me gusta. Y me siento bien con lo que soy.”

“Hoy me amo. Pude besar a un hombre en plena calle, sin miedo, y sentí que por fin era libre. Fue lo más natural y humano del mundo.”

“Mis defectos también son parte de lo que soy, y por eso también los quiero. Porque son míos. Porque me construyen.”

Este tipo de afirmaciones no aparecen de la nada. Detrás hay historia, hay procesos, hay duelos. No se trata solo de aceptación interna, sino de supervivencia externa: en la calle, en la familia, en el trabajo.

¿Qué dicen los datos?

Según el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), aunque en Cuba se han implementado políticas inclusivas —como el matrimonio igualitario aprobado en 2022 con el nuevo Código de las Familias—, muchas personas LGBTQIA+ siguen enfrentando estigmas sociales y rechazo familiar, especialmente en comunidades más conservadoras.

También alertan que, pese a existir servicios de apoyo psicológico y salud sexual gratuitos, no todas las personas acceden a ellos por miedo al juicio o al maltrato.

La profesora Laura González Solés, desde su experiencia universitaria, lo resume así:

“Nos falta mucha cultura del respeto. Creemos que respetamos, pero no. Seguimos etiquetando. Seguimos marcando estereotipos. A veces incluso desde los medios, cuando presentamos a las personas LGBTQIA+ como excepciones o curiosidades. Amar lo que uno es debería ser natural. Pero en Cuba, todavía es un aprendizaje.”

Y es que en un país donde muchas personas deben silenciar su identidad por años, mirarse al espejo y decir “yo me amo” es una victoria que nadie debería subestimar.

Los aliados también hablan

La lucha por los derechos LGBTQIA+ no es solo de quienes los viven en carne propia. También necesita aliadxs: personas heterosexuales dispuestas a cuestionarse, a aprender, a incomodarse si hace falta. Porque el silencio —incluso el amable—, también puede ser violencia.

En Matanzas, todavía hay prejuicios heredados, frases que se dicen “sin mala intención”, y actitudes que no se perciben como discriminatorias… hasta que alguien las señala.

Yulia Galarraga Reyes, una joven entrevistada, lo reconoce sin filtro:

“Sí me he cuestionado y hasta hoy me sigo cuestionando muchos prejuicios que traemos desde la cuna. Pero sé que hay que ir eliminándolos.”

Además, se emociona al hablar de una amiga que se atrevió a salir del clóset: “Me sentí feliz y orgullosa a la vez por ella, por atreverse a defender sus sentimientos. Y preocupada, porque sé lo que tendría que enfrentar.”

La aliada verdadera no lo es por moda ni por quedar bien en redes. Es la que corrige al amigo cuando lanza un chiste homofóbico, la que abraza sin condiciones, la que no necesita entenderlo todo para respetarlo todo.

La profesora Laura González Solés, con toda la firmeza que la caracteriza, advierte:

“El respeto no es solo para quienes piensan como tú. Es también para quienes rompen con tus normas, tus ideas, tus miedos. A veces el mayor acto de respeto es no opinar sobre lo que no entiendes, pero tampoco juzgarlo. Y si puedes defenderlo, hazlo.”

Aliadxs no son quienes aplauden desde la acera el 28 de junio. Son quienes acompañan cuando no hay desfile, quienes defienden cuando nadie los ve. Porque el cambio no lo puede hacer sola la comunidad LGBTQIA+. Lo necesitamos todes.

Porque la dignidad no se negocia

Este no es un reportaje para leer y olvidar. Es una memoria viva de lo que cuesta existir en libertad. Es un espejo para quienes aún tienen miedo, y una sacudida para quienes prefieren mirar a otro lado.

Porque el orgullo no es un día, es una forma de caminar, incluso cuando hay piedras. Es la voz que ya no se esconde, el cuerpo que ya no pide permiso, la historia que se niega a ser contada por otros.

Las personas LGBTQIA+ no están pidiendo tolerancia, están exigiendo respeto. No quieren aplausos de cartón cada 28 de junio, quieren igualdad todo el año. No buscan aceptación por lástima ni por folcklor: quieren existir con dignidad.

Y eso, como dejó claro la profesora Laura González Solés, no se logra marcando excepciones ni repitiendo estereotipos. Se logra educando, conversando, y sobre todo normalizando.

Detrás de cada testimonio que leíste, hubo una historia que dolió antes de sanar. Un silencio que pesó antes de romperse. Una familia que dudó antes de abrazar. Y una ciudad, Matanzas, que aunque no tenga desfile, sí tiene voces que están diciendo: «Aquí estamos. Y no vamos a callarnos.»

Porque la libertad no se pide. El amor no se justifica.Y la dignidad, jamás se negocia. (Por: Kevin Miguel Aldama Esparraguera, estudiante de Periodismo)

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