
Ser archivista escénico no es algo fácil. Nadie quiere serlo. No eleva demasiado el ego, porque es poco valorado; y para algunos resulta una labor aburrida. Es un pacto de responsabilidad cívica, de pasión y amor por los documentos.
Por eso, hago énfasis en recordar que algunos de los que defendíamos la profesión en la primera década del siglo XXI, específicamente durante los días del 9 al 11 de junio de 2009, tomamos la decisión de reunirnos y marcar pautas, crear estrategias, recogidas en los documentos de archivos de ese momento. Entonces, se seleccionó el 9 de junio como el Día del Archivista Escénico, una fecha de remembranza para el presente y el futuro, para reafirmar un sentido de gremio.
De los participantes de aquel intercambio, muchos abandonaron la profesión, algunos no eran especialistas en Archivo Escénico, aunque los defendían, otros dejaron perder el patrimonio bajo su custodia.
Solo se había dedicado a esta especialidad el ya fallecido diseñador cardenense Jesús Ruíz, quien fundó una institución, aprendió y aplicó técnicas propias en el rescate, registro y organización del archivo, con una cientificidad empírica y el equipo de la Casa de la Memoria Escénica, compuesto por Derbys Hiram Domínguez, Marvelis Díaz, Mariem Espinosa y María Isabel Tamayo, que durante más de 10 años estudiaron, aprendieron y se sensibilizaron con una profesión que hay que consolidar.
En los últimos años, además de los que ya existían, renació el Centro de Documentación María Lastallo, se creó la Casa de la Memoria de Granma y El Oncón, en Camagüey; mientras el Centro de Documentación e Información Ramiro Herrero, en Santiago de Cuba, llega intermitentemente a sus 30 años.
La celebración del Día del Archivista Escénico intenta reconocer una profesión, estimular una especialidad escénica y la defensa del patrimonio escénico cubano.
Ser archivista escénico es un acto solitario y una lucha contra diversos obstáculos. Muchos de esos espacios no tienen a nadie que asuma el oficio; en otros, ni siquiera hay espacios para defender el patrimonio escénico, como ocurre en la mayoría de las provincias cubanas, incluido el deteriorado archivo del Centro Nacional de Investigaciones de las Artes Escénicas, en La Habana.
Matanzas es una ciudad privilegiada, porque, además de la Casa de la Memoria Escénica, cuenta con centros de documentación en el Teatro Sauto, el Complejo Cultural Pelusín del Monte, el Cine Teatro Cárdenas y el Teatro Papalote.
Los obstáculos más significativos para un archivo son las bacterias, los roedores, la humedad, la falta de especialización, la situación económica —que lo funde todo—, la carencia de aire acondicionado y tecnología, la ignorancia e insensibilidad de los que rigen la política cultural en todos los ámbitos y jerarquías. Pero en los últimos tiempos, el mayor peligro es la oscuridad, como metáfora y como realidad concreta. La oscuridad atrae la humedad y el nacimiento de todo tipo de microorganismos. En nuestro caso específico, en la oscuridad hemos fumigado los documentos; pero la oscuridad no promueve el afecto entre el documento y el archivista. La oscuridad es la agonía.
En el Día del Archivista Escénico, lo más importante es recordar lo que es fundamental en el archivista: conocimiento, sensibilidad, persistencia y ética. Los que han persistido en una profesión no reconocida tienen fe en la vida de los documentos amarillos. Salvarlos, protegerlos es una misión compleja, en una difícil situación en la que es imprescindible la luz, que salva y redime, pero también la pasión del archivista.
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