La necesidad de sentirse necesario

La necesidad de sentirse necesario
La necesidad de sentirse necesario

Se levantaba a las cinco de la mañana para plancharle las camisas al marido, porque nadie lo hacía tan bien como ella, le colaba su café, hacía las camas, despertaba a los niños, los embutía en el uniforme y los peinaba; todo ello a ritmo de suspiros, protestas y una frase que era su mantra personal: “El día que yo les falte se van a morir de hambre”.

Muchas personas manifiestan una marcada afición a sentirse necesarios o, mejor aún, indispensables, pero ¿qué impacto tiene esto en su bienestar psicológico y en su patrón relacional?

La idea de ser “el que ayuda”, “que siempre está” y que “resuelve”, refleja un rol que, en muchas culturas y contextos familiares, se asocia con la función de cuidador o salvador. Aunque puede parecer una virtud, en realidad, cuando esta actitud surge desde el miedo, se transforma en una carga que desgasta y limita nuestra autenticidad.

Desde la perspectiva de los especialistas en salud mental, ese comportamiento es una manifestación de miedos profundos, que a menudo se originan en inseguridades, experiencias pasadas y patrones de apego. La necesidad de demostrar nuestro valor a través del perfeccionismo en el cuidado y la ayuda puede enmascarar el temor a la exclusión, al rechazo o a la pérdida de amor.

Estas conductas, aunque inicialmente parezcan altruistas, esconden una falta de autoestima y la creencia de ser insignificante, que en términos psicológicos puede considerarse una forma de apego ansioso. Aquel que se siente indispensable tiende a necesitar sentirse necesitado para validar su existencia.

Este mecanismo, sin embargo, mantiene una dependencia emocional que puede volverse tóxica. Si se deja de ser “el que siempre está disponible”, desaparecerá la relevancia, se desconectará el delgado hilo que nos une al resto del mundo.

Es esencial comprender que cada uno de nosotros tiene un valor intrínseco, independientemente de las acciones que realice en favor de los otros. Las relaciones auténticas, familiares, de pareja, no se basan en sacrificios extremos ni en la obligación de cumplir con un rol que desgasta.

El amor genuino implica respeto por los límites propios, autocuidado y la aceptación de que no somos responsables de la felicidad o el bienestar de los demás. La perpetuación de la necesidad de ser indispensable, por miedo a quedarse solo o a perder la relación, puede generar ansiedad y agotamiento emocional, además de afectar la autoestima.

Reconocer estos miedos y soltar esas percepciones de obligatoriedad y control requiere una gran valentía y autoconciencia. La libertad emocional aparece cuando logramos admitir que no somos la solución para todos ni la clave exclusiva del bienestar del otro. Permitirnos dejar de sentirnos indispensables, y comprender que un vínculo saludable se construye también desde la autonomía y el respeto mutuo, es un paso hacia una vida más plena y genuina.


Lea también

Recomendado para usted

Foto del avatar

Sobre el autor: Giselle Bello Muñoz

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *