La carrera de Francoise por la autopista tiempo

La carrera de Francoise por la autopista tiempo
La carrera de Francoise por la autopista tiempo. Fotos: Raúl Navarro

“Corro desde the Ancient Greek, la Antigua Grecia. Cuando abrieron en el 72 después de Cristo the Roman Coliseum, el Coliseo Romano, ya estaba al pie del cañón”, aseguró Francoise. Hablaba con una mezcla de inglés de Universidad para todos con un español metralleta. Es una persona amable. Luego de soltar cualquier frase en la lengua de Shakespeare y Terry Fox, la traduce enseguida.   

En el momento exacto en que un gladiador recitaba aquello de “César, los que han de morir te saludan”, Francoise Michel Contreras Rodríguez pasó a toda velocidad por medio del terreno del coliseo. No le importaba que acabaran de abrir las rejas a los costados de donde saldrían los leones. De todas formas, cada día le sucede lo mismo, cuando atraviesa la calzada de Tirry. Los plebeyos, los patricios, las odalys, la guardia pretoriana, el vendedor de cigarros sueltos que se escarrancha en los quicios, los transeúntes no pueden quitarle la mirada de encima. 

Hace 10 años Francoise se echó a correr. Y lo ha hecho tanto, pero tanto, que le ha dado la vuelta par de veces al mundo y al tiempo o, por lo menos, en su cabeza es así. Realmente nunca ha salido de su ruta. Va hasta el “Versalles bridge, el puente de Versalles”, y luego regresa al reparto Camilo Cienfuegos. Poco a poco, de repetir la misma acción, por dejarse ver en estas calles que lucen como la arena del Coliseo romano a minutos de soltar a los leones, se ha vuelto parte de la mítica urbana.

Quisiera creer, por motivos poéticos, que él nunca se hubiera detenido de su nueva vuelta al mundo, “since 2015”, recalca él, que comenzó esta maratón demente, si no me hubiera atravesado en su frente. Mientras conversamos, no se queda quieto. Mueve los hombros como un boxeador, cambia de peso entre una pierna y la otra, agita las manos para que se deslicen las gotas de sudor que caen sobre la acera y el pecho bien definido, que me hace recordar la falta de ejercicios que hay en mi vida, asciende y desciende precipitadamente.

De igual manera, le sucedió cuando Gengis Kan le preguntó hacia dónde quedaba la gran muralla china, al tropezar con él en una larga y verde llanura en Mongolia, porque necesitaba comprar unos soldados de juguetes y unos teléfonos Alcatel baratos que luego revendería al doble de su precio. Francoise no podía calmarse y ello exasperaba al emperador.

Todos los días, según explica, corre unos cuatro kilómetros. Más adelante, cuando escribía esta entrevista, tomé la calculadora del móvil en mano para saber cuánto ha desandado Francoise. Si multiplicamos los cuatro kilómetros (km) por los 365 días de un año y todo ello por los 10 desde que inició, arroja un aproximado de 14 600. 

Restémosle 2 000, porque hubo una pandemia mundial, porque él también se puede indisponer o porque, sencillamente, en esa jornada en específico no quería ejercitarse. Serían en total 12 600. La longitud de la isla de Cuba es de 1 250 km. La habría recorrido unas 10 veces. De España nos separan unos 7 152 km. Si su meta fuera ir de un país al otro, ya hubiera llegado hasta Madrid y ahora se hallaría en medio del Atlántico de regreso al Caribe. 

“El problema no es go, sino comeback. Lo difícil no es la ida, cualquiera se echa, sino la vuelta”, me recalcó. Aproveché la oportunidad, entonces, para preguntarle por qué lo hacía, por qué no abandonaba tanto el “go” como el “comeback”. 

I work out everyday, yo entreno todos los días, from monday to saturday, de lunes a sábado, porque lo disfruto one hundred per cent, ciento por ciento and to improve my health, y para mejorar mi salud, to keep the youth, para mantener la juventud. I feel stronger than ever, me siento más fuerte que nunca”, me soltó a tropel, como quien al alcanzar la meta le responde algunas preguntas a la prensa y trata de reducir 20 palabras y colocarlas en el tiempo de cinco. 

Algo semejante le ocurrió a Filípides, el soldado que enviaron, después del combate, en maratón a avisar que habían sido derrotados los persas. Entregó su mensaje y luego murió de cansancio. Francoise acompañó al griego desde el campo de batalla hasta Atenas. No obstante, él no podía darse el lujo de morirse, porque a esa hora en su casa en el reparto iban a poner la luz.  

Nunca ha participado en una competencia. No conoce la soledad del corredor de fondo. Tampoco desea demostrar nada. No quiere que las muchachas y los “piezos” se fijen en él. No busca subir una foto a su estado de Whatsapp para especular la marca del día. Le importa un bledo el Marabana y la Media Maratón de Varadero. Sin tantas ataduras sociales, sin un smartphone que cuente la cantidad de pasos, sin que le importe qué viste, va más libre, mucho más libre, que muchos otros que se consideran cuerdos. 

Inclusive, en su agitación, notó que le observaba su vestimenta: el calzoncillo “matapasiones”, las tiras en los muslos —que aún no me queda claro cuál es su función, si recoger el sudor, protegerlo de una caída o pura decoración—, la ausencia de un dorsal y de una camiseta donde enganchar el dorsal. 

I feel better lite, me siento mejor ligero, to feel the wind, para sentir el viento”, me respondió a la pregunta que nunca llegué a formular. Recordé la toma de cuando Alberto Juantorena gana los 800 metros; pero no en que venía con el corazón, no en su espendru funky tropical; sino en el chorcito que dejaba afuera las largas piernas y cómo resaltaba sus zancadas. El calzoncillo de Francoise no se aleja de ellos; solo que este es mucho más bajo de estatura, más ancho y, en vez de un afro, lleva a rape los costados de la cabeza y un pequeño moñito, tan ridículamente pequeño que no se mueve ni un centímetro, cuando esprinta por las calles de Matanzas. 

Right now I am not working, ahora mismo no trabajo. I finished, terminé, hace poco el 12 grado, el cuarto nivel de inglés y un título en computación”, me explica en su “spanglish”, en su “inglesñol”.

Su “father and brother”, su padre y su hermano, lo ayudan y “sometimes”, a veces, imparte “private English lessons”, clases de inglés privadas. En su tiempo libre, fuera de los 17 a 20 minutos que tarda desde el Camilo Cienfuegos hasta “the Versalles bridge”, hace “push up”, planchas, paralelas, abdominales, “stairs”, escaleras. Ese esfuerzo se nota en su constitución física: bien torneada, sin una gota de grasa. Es un chico fitness tercermundista, a la mitad entre la mala alimentación y este invernadero que llamamos país. 

También estudia mucho. “Le echo un vistazo a la chemistry, la química, y a los parques fotovoltaicos y, por supuesto, al English. Cualquier cosa que me caiga en la mano. Everything interesting to increase the knowledge, todo lo interesante para aumentar el conocimiento”. 

Cuando un marinero italiano llegó a Las Américas, Francoise persiguió por la playa de arenas blancas sus carabelas. Incluso, trató de advertirles a los indios que habitaban aquellas islas de frutas lascivas que no le hicieran mucho caso, que los espejos no son tan valiosos, solo sirven para acicalar la vanidad de los hombres. Sin embargo, no lo comprendieron, porque conversaba con esa mezcla de idiomas, como a mí ese jueves, y por ello todo se fue por mal camino. 

Training, studying and making money when I have the chance, entrenar, estudiar y ganar dinero cuando tengo la oportunidad”, resumió.

Me llama la atención lo de los parques fotovoltaicos. Creo que a todos los cubanos con este exceso de horas de sueño y este déficit de apagones —¿o era al revés?, ya ni sé lo que escribo, a lo mejor un día de estos me escapo como Francoise para liberar tensiones— nos interesa ese tema, así que ahondé en él. “At least, por lo menos, están haciendo algo to fix it, para arreglarlo; because, porque, lo peor es no hacer nada; and can work y puede funcionar, ¿por qué no?”. 

Francoise tiene “forty eight years old”, 48 años, que no los aparenta. Dudé de él, incluso, cuando me lo dijo. Parecía demasiado lozano. Le falta ácido en la mirada y polvo en la garganta. No le sobresalen flotadores de grasa ni exhibe una grieta de quien ha bajado y subido mucho de peso. No presenta ningún punto y seguido que son las arrugas en el rostro. Lo único que me condujo a creerle fue una barba cana como de una semana y una o dos patas de gallinas a los costados de los ojos. 

Con estos leones que acechan a las cinco de la tarde por la calzada de Tirry, y hasta con los vecinos que se asomaron en las puertas de sus casas para observar la entrevista, los plebeyos, las martas, los senescales, los carretilleros, sin saber si los parques fotovoltaicos nos salvarán o dónde queda China, continuó su rutina, cuando me aparto de su frente. Aún le quedan unas seis o siete cuadras antes de llegar a la “Factory La Jarcia, fábrica La Jarcia”, cercana a su hogar. 

Al alejarse calle arriba, levanta el brazo en una señal de victoria. En ese momento, siento una tremenda envidia de él. Mañana sé que hará el mismo trayecto, que tratará de hacerlo en 17 minutos para no quedarse por debajo de sus números normales. Sé que de aquí a 400 años, si aún existe una avenida, una ciudad, un país, un planeta, él andará por ahí. Mientras haya una superficie donde apoyar sus desvencijados tenis, él correrá como lo hace desde los principios del tiempo.    

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