
En el fondo del valle del Yumurí, donde no llega la señal del móvil pero sí el canto del sinsonte al amanecer, viven los que aún siembran. No son muchos. Y cada día son menos. Pero ahí están.
Una pareja de campesinos —él con la piel curtida por el sol; ella, de manos pequeñas y firmes— cultiva lo que puede con lo poco que tiene. No esperan visitas ni homenajes. Si acaso, una lluvia a tiempo.
Desde su finca, llega hoy este fotorreportaje:













