
Este desenlace no fue producto de la suerte, sino del heroísmo de un pueblo negado a rendirse, en busca de la victoria. Foto: Ilustración tomada de rebelión
La Conferencia de Múnich, celebrada los días 29 y 30 de septiembre de 1938, reunió en la ciudad alemana a los jefes de gobierno del Reino Unido, Neville Chamberlain; Francia, Édouard Daladier; Alemania, Adolf Hitler; e Italia, Benito Mussolini.
Según Neville Chamberlain, el pacto derivado de aquel cónclave garantizaba la paz mundial, pero las consecuencias fueron catastróficas: pese a las promesas de Hitler, en marzo de 1939 Alemania invadió Checoslovaquia.
En realidad, en Múnich se había acordado el desmembramiento de Checoslovaquia, la entrega de Polonia, y el futuro ataque alemán a la URSS.

Por otro lado, la Unión Soviética formuló, en 1938, una alianza a los círculos dirigentes de Francia y Gran Bretaña, la cual fue rechazada.
Amanecía el 22 de junio de 1941, cuando todas las estaciones de radio soviéticas transmitieron la declaración gubernamental sobre la invasión alemana. Sin mediar declaración de guerra, las hordas fascistas habían irrumpido en territorio soviético.
El 30 de marzo de 1941, Adolf Hitler declaró, en el Decreto Barbarroja: «Se trata de una lucha de exterminio… En el Este, la crueldad es un bien para el futuro».
Tras su rápida conquista de Francia, Hitler creyó que un país poblado por Untermenschen («subhumanos») sería dominado con facilidad. No obstante, para mediados de agosto, la resistencia soviética había desbaratado los planes alemanes de ganar la guerra en otoño de 1941. En diciembre de ese año, el «invencible» ejército alemán fue derrotado a las puertas de Moscú.
Las batallas libradas entre 1942 y 1943 resultaron decisivas. La conquista de Stalingrado –objetivo estratégico clave para la Wehrmacht– terminó con la rendición de las tropas alemanas, en febrero de 1943. La balanza en el frente oriental se inclinó hacia la URSS. La Segunda Guerra Mundial había cambiado su rumbo.
Los soldados soviéticos vencieron a las tropas nazis en Moscú, Stalingrado (actual Volgogrado), Leningrado, el frente de Kursk, el río Dniéper, Bielorrusia, el Báltico y Berlín.
Durante la guerra, en el frente soviético-alemán fueron derrotadas 607 divisiones enemigas. Las pérdidas de Alemania y sus aliados superaron los 8,5 millones de personas, y más del 75 % de su armamento fue destruido o capturado.

Resulta imposible borrar de la memoria colectiva el hecho de que la agresión fascista contra la URSS, costó la vida a cerca de 27 millones de personas, de ellas diez millones de soldados del Ejército Rojo. Un total de 1 710 ciudades y más de 70 000 pueblos fueron destruidos total o parcialmente.
La Gran Guerra Patria culminó con la victoria soviética. El acta de rendición incondicional de Alemania se firmó en las afueras de Berlín, el 8 de mayo de 1945, a las 22:43 (9 de mayo, 0:43, hora de Moscú).

Este desenlace no fue producto de la suerte, la casualidad o el «invierno ruso», sino del espíritu de sacrificio, de la maestría militar, de la superioridad del sistema económico soviético, y del incomparable heroísmo de un pueblo negado a rendirse ante la barbarie. (Por: Raúl Antonio Capote)
Lea también

Playita de Cajobabo: y al pecho, tu retrato
Era una noche de espantos. Una noche de suicidas. Llovía y las ráfagas de viento hacían que el bote se meciera a su antojo. La luna se divisaba de… Leer más »