La brigada del hierro

La brigada del hierro. Fotos: Raúl Navarro

A simple vista, puede parecer un tren más. Estacionado en un ramal, a medio silencio entre hierros oxidados y herramientas de otro siglo. El Tren de Auxilio Número Dos es otra cosa: una cuadrilla móvil de resistencia, una especie de cuartel sobre rieles donde cada tornillo cuenta una historia de accidentes, rescates y supervivencia.

Durante unos cuantos años esta brigada ha sido la primera en llegar cuando un tren se descarrila, cuando la fuerza del acero cede ante lo imprevisto. Lo han visto todo: locomotoras volcadas, vagones reventados como latas de Tu Kola antes de lanzarlas vacías a un cesto; en ocasiones, la peor parte resultan los cuerpos atrapados, vidas truncadas.

Aun así, regresan una y otra vez, con la calma de quien conoce bien su oficio.

«Cada accidente es distinto», dice uno de ellos. «Pero todos te marcan». Desde el descarrilamiento en Coliseo hasta el desastre del tren militar, los hombres del auxilio han caminado entre hierros retorcidos, rastros de sangre y silencio.

Han tenido que meterse bajo las casillas, tantear el peso muerto del metal, improvisar soluciones con lo que hay. A veces ni siquiera tienen repuestos, y terminan desarmando un vagón para armar otro. “Aquí nada se bota”, comentan, mientras señalan un tren convertido en taller improvisado, o en “pañuelo”, como ellos le dicen: una suerte de cuerpo donante para mantener a los demás con vida.

Viven en el tren durante jornadas de 21 días seguidos: cocinan, cultivan, arreglan lo que pueden. Sembraron ají cachucha, ajo porro, gandul. El autoconsumo es también una forma de resistencia. “Aquí hay que inventar”, dicen mientras clavan estacas en la tierra.

Son pocos, pero sólidos. Y aunque el país entero tambalee, ellos saben que si un día suena el teléfono, volverán a subirse al auxilio. Irán donde haya que ir. El deber no siempre tiene glamour; a veces, solo grasa, calor y la voluntad callada de un puñado de hombres que no quieren ser héroes.