“¿Los viste limpios?” y otros procesos del Mario Muñoz

“¿Los viste limpios?” y otros procesos del Mario Muñoz
Hospital General Docente Dr. Mario Muñoz Monroy de Colón. Fotos: Raúl Navarro

—¿Los viste limpios?

Ya nos lo habíamos cruzado en otras dos ocasiones. La segunda de ellas nos preguntó quiénes éramos, con más temor que recelo. Esta vez estaba más relajado.

—¿Que si los viste limpios? —insiste.

—¿Los baños?

—Sí, los baños.

—Unos sí, otros no —siento que fui demasiado frontal, así que cambio el tono de mis palabras—. Hasta cierto punto es entendible. Es un hospital muy grande, me imagino que no hayan terminado aún.

—La cosa está dura, compadre. Somos muy pocos, y… —comienza a decir, y baja la vista hacia sus manos.

Cuando lo vimos por primera vez, nos daba la espalda mientras cargaba unos cestos de basura. Rotulada sobre la tela de su pullover blanco, con tinta roja, había una “P”; a lo mejor de “Pedro”, “Pepe”, “Pablo”… o “Preso”.

***

Te pares donde te pares, desde cualquier punto de Colón se divisa la imponente silueta del Mario Muñoz, como un gólem gigante y gris entre tanto edificio colonial y coche de tracción equina. Los colombinos lo conocen, simplemente, como “El Hospital”. Con eso es suficiente.

Una mañana de principios de 1959, Roberto Muñoz Monroy, hermano del mártir, acompañado de la viuda de este último, visitó a su coterráneo, el comandante Universo Sánchez, para plantearle la necesidad de construir un hospital en Colón.

Universo recordó, entonces, a Mario y su enigmático abrazo, justo antes de partir hacia Santiago de Cuba aquel 25 de julio. No fue necesaria explicación alguna; como tampoco lo era que su hermano Roberto insistiera demasiado en su solicitud.

El 7 de junio de 1959 se colocó la primera piedra de lo que se convertiría, tres años después, en el Hospital General Docente Dr. Mario Muñoz Monroy, primer centro médico construido en el país luego del Triunfo de la Revolución.

“Somos un hospital territorial —explica su directora, Annette Casanova Figueroa—. Atendemos Colón, Los Arabos, Calimete, Perico y, de manera excepcional, Jagüey Grande, Martí y Ciénaga de Zapata; aunque solemos recibir casos de toda la provincia”.

Con una dotación de aproximadamente 235 camas y una amplia variedad de especialidades, tanto pediátricas como de adultos, el Mario Muñoz posee su fuerte en el Programa de Atención Materno Infantil (Pami) y la prestación de servicios a nivel provincial, como la mamografía, además de la presencia de dos grupos electrógenos funcionales que dan cobertura energética a toda la instalación, aun estando en un circuito priorizado. Sin embargo, el Hospital de Colón no está ajeno a las numerosas problemáticas que aquejan al sector de la Salud cubano.

“A pesar de las carencias, aquí las dinámicas fluyen con normalidad. El Pami es prioridad total, seguido de las urgencias, que esperan en Cuerpo de Guardia. Para ello contamos con una serie de clasificadores. Ningún proceso se descuida”.

***

Al vernos llegar, la paciente de la primera cama cubre su rostro con un pañuelo.

—¿De qué está operada ella?

—Una hernia —es su acompañante quien responde.

—¿Urgencia?

—Sí, de urgencia.

—¿Y cómo describiría la atención recibida?

—Muy buena. Aquí el problema es el baño ese, que está en candela.

Desde el fondo del cubículo, un joven nos observa en silencio. A su lado, una anciana en silla de ruedas recibe cloruro de sodio por medio de un trócar.

—Y ella, ¿de qué está operada?

—De la vesícula —responden, al unísono, paciente y acompañante.

—¿Una urgencia, igual?

—Sí —esta vez es solo él quien habla—. Era un domingo. Hubo que esperar por el cirujano, que estaba operando otros tres casos. Cuando terminó, llegó, revisó y operó. A las 12 de la noche, más o menos, mi abuela ya estaba en recuperación.

Saco mentalmente la cuenta. Cuatro operaciones. Un domingo movidito.

—La atención ha sido impecable —prosigue—. Los médicos vienen a verla a diario.

—¿Y la limpieza?

—Bueno… El muchacho… ¿Cómo se dice…? —busca a su abuela con la mirada.

—El preso —murmura ella.

—Eso, el recluso. Él limpia por la mañana y por la tarde.

—¿El baño también?

—Sí. Todos los días. Pero, imagínate, con las condiciones que ellos tienen, los pobres.

Por primera vez desde que llegamos, la paciente de la primera cama descubre su rostro.

—¡No digas mentiras! —lo interrumpe, sobresaltada—. Ese baño no se limpia todos los días.

Se hace un breve silencio. La paciente de la primera cama nos mira. Acto seguido, hace un signo de zíper sobre su boca y vuelve a cubrirse el rostro con el pañuelo.

***

Ya no es uno, sino dos reclusos los que permanecen de pie frente a nosotros. El enigmático “P” y un compañero suyo que se acercó, picado por la curiosidad. Nos enseñan sus manos, carcomidas a causa del ácido con que limpian.

—Los guantes que nos dan no sirven para nada —se lamenta “P”—. Son muy finitos. Los que necesitamos son gruesos, de los que llegan hasta el codo. Hace poco hablé con mi sobrino, a ver si me consigue un par. Aquí hasta el nasobuco tengo que ponerlo yo.

La brigada de limpieza del Mario Muñoz está compuesta por 13 reclusos e igual cantidad de trabajadores civiles. Estos últimos cobran 2 600 pesos mensuales por su labor; cifra que, en palabras de la propia directora del Hospital, alcanza para muy poco y es por ello que no cuentan con la plantilla necesaria para limpiar la instalación con la calidad que amerita.

“Con respecto a los guantes, te voy a ser sincera: no contamos con el tipo específico que ellos necesitan. Hemos buscado alternativas. No limpiar con ácido todos los días es una de ellas”.

—Yo solo llevo una semana aquí —me cuenta “P”, y señala a su compañero—. Él, 15 días. Y mira ya cómo tenemos las manos.

“En ocasiones, incluso —prosigue la directora—, ha habido problemas con la transportación de los reclusos y Salud municipal es la que ha tenido que poner el combustible, porque el Hospital no se puede quedar sin limpiar. Aquí ningún proceso se detiene”.

***

El cubículo aparenta estar vacío. Mas, un tenue murmullo que se confunde con el sonido del tubo de luz fría delata su presencia. Solo entonces lo veo, acurrucado sobre sí mismo en una silla, al fondo. Cabellos desgreñados, barba de días, un abrigo inmenso y la pernera derecha de su pantalón remangada hasta la rodilla, dejando ver la piel en carne viva.

—Él es un caso social —dice una voz a mis espaldas.

La Dra. Yaimé Argüelles Hernández, jefa de sala del Departamento de Especialidades, me intercepta y explica que son varios los pacientes que reciben así, y para ello cuentan en el hospital con tres trabajadoras sociales.

“Ellas vienen, los ven e identifican sus necesidades: jabón, toalla, cuchara, vaso, etc. Eso que ves es una úlcera. Él puede hacer el tratamiento en su casa, pero nosotros somos muy sensibles con estos casos y casi siempre decidimos ingresarlos, para cuidarlos nosotros mismos”.

Irisleidy Rubí Martínez, trabajadora social que atiende el piso de Ortopedia, Cirugía General y Especialidades, refiere que, a pesar de repartirse el Hospital, ella y sus compañeras están al tanto de todos los casos.

—¡Lázaro! —grita de pronto la Dra. Yaimé. Unos ojitos extraviados nos observan desde la puerta del departamento— ¡Vaya para su cama, por favor!

Yaimé lo sigue con la vista, mientras se aleja. “Ya se lo dije a la enfermera: este caso se nos puede ir. Ella es una sola para toda la sala, y cuando está cumpliendo sus funciones allá, al final, no puede controlar lo que sucede aquí”.

Por su parte, la directora del Hospital considera que “con ella es suficiente. La mayor carga de trabajo se desarrolla en el horario de la mañana, como son el sistema de curas, el traslado a consultas, los exámenes complementarios. Ella tiene bien establecido qué procesos debe ejecutar primero.

“En caso de que tengamos algún paciente séptico, este se aísla en un cubículo y se trazan todas las estrategias para que reciba la atención que necesita, sin correr el riesgo de contagiar al resto de los pacientes”.

—Y él, ¿por qué está aislado? —pregunto y es la trabajadora social quien me responde.

—Porque no han llegado más casos. Se trata de una casualidad; nosotros nunca los aislamos.

***

—Si en Colón hay un pan, ese pan es para el Hospital —asegura Lázaro Suárez Izaqui, director municipal de Salud—. Es el corazón del sistema, y hacia él van encaminados todos nuestros esfuerzos logísticos.

“El Mario Muñoz posee cuatro carros y cinco ambulancias a su total disposición. Ah, y nunca les pedimos combustible: eso va por nosotros. Solo a través de este tipo de gestiones hemos logrado sortear una serie de problemas, a pesar de los 80 kilómetros que nos separan de la cabecera provincial.

“Los Complejos Agroindustriales, por ejemplo, nos han ayudado mucho. No teníamos algo tan básico como el papel Kraft, imprescindible para las esterilizaciones, y lo obtuvimos gracias a ellos.

“En Cuba, pocos hospitales municipales poseen el alcance que tiene el nuestro. Es sumamente complejo, y en medio de todas las carencias hemos rescatado servicios como la mamografía, la radiografía estomatológica; pronto tendremos colonoscopía, consulta de autismo, servicio de interrupción voluntaria del embarazo.

Colón es pilar en el Pami, y estamos muy orgullosos de nuestra clínica estomatológica. ¿Que hay falta de insumos? Sí, pero hemos establecido un sistema de prioridades. Y no es que los recursos no sean para todo el mundo, esas son palabras muy fuertes. En estomatología, por ejemplo, se prioriza a embarazadas, niños, administradores públicos… Un administrador público no puede estar desdentado, ¿no crees?”.

Asiento con la cabeza, a pesar del asombro. 

***

Mientras caminamos por los pasillos del Hospital General Docente Dr. Mario Muñoz Monroy, intentando desentrañar varios de sus procesos, un señor mayor se nos acerca, visualmente emocionado, y manifiesta su interés por realizar un agradecimiento público.

—Yo soy del Hogar de Ancianos Evangélico, aquí en Colón. Llevo una semana ingresado en el Hospital, y la atención ha sido impecable. Lo que salva a este centro médico es su personal, mijo.

Solo unos minutos después, “P” se despide de nosotros, invitándonos a regresar lo más pronto posible.

—La próxima vez van a estar más limpios —promete, agitando sus manos callosas a modo de despedida—. Ya verán.

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Sobre el autor: Humberto Fuentes Rodríguez

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Matanzas en el año 2024. Egresado del Taller de Técnicas Narrativas del Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Jefe de la Sección de Literatura de la Asociación Hermanos Saíz en Matanzas. Escritor, fotógrafo, trovador y guionista.

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