
Quizás no estemos aún del todo conscientes, porque la onda expansiva ganará terreno con el correr del tiempo, pero este 2 de abril de 2025 probablemente sea testigo de un importantísimo punto de inflexión en la historia mundial.
No me refiero, aunque no carezca de importancia, al aborrecible discurso del presidente Javier Milei reivindicando los intereses de los usurpadores británicos en Malvinas, justamente, cuando debió conmemorar los derechos soberanos de los argentinos, y específicamente, la gesta de la reconquista de 1982. Sus infaustas palabras echaron por la borda toda la doctrina diplomática de la mayor causa nacional argentina, y nos hace preguntar (nuevamente) en qué tipo de profunda crisis moral y cultural ha caído un pueblo que parece haber perdido totalmente el rumbo.
Aunque «Malvinas» no es un asunto menor, menos para un argentino bien parido, sin embargo, me estoy refiriendo a otra cuestión, digamos, más gravitatoria a nivel global.
La White House aseguró a través de un comunicado oficial estar ante una «emergencia» que hace necesario la asunción de poderes extraordinarios para afrontar los desafíos económicos y financieros que afectan al país —lo cual se asemeja a cuestiones de seguridad nacional—, y en tal sentido, ha emprendido la implementación de aranceles comerciales de manera masiva, sin distinciones de rubros y productos, hacia otras naciones.
Este hecho es realmente revolucionario porque, me animo a decir, da inicio a una Nueva Era, donde la mayor potencia económica (aún lo es) decidió cincelar la lápida de la globalización. Rompió el molde de Bretton Woods e inició una etapa aislacionista y proteccionista. Paradójicamente, Trump afirmó que este momento fundacional era la «liberación de los Estados Unidos», la «declaración de la independencia económica», contradiciendo hasta etimológicamente los preceptos de la «libertad de mercado».
Para aquellos neófitos en el tema, los aranceles (tariffs, en inglés) tienen por destino encarecer las importaciones de tal manera que las desestimule. Usualmente, se emplean para favorecer tal o cual sector, o ajustar (equilibrar) balanzas comerciales bilaterales, o como elementos de negociación para lograr objetivos muy puntuales en política exterior.
Trump, por el contrario, está utilizando los aranceles de modo irrestricto, contra naciones enteras, con aumentos virulentos en muchos casos, y con un propósito generalizado: evaporar “la amenaza planteada por el déficit comercial” y hasta tanto el “tratamiento no recíproco subyacente se haya satisfecho, resuelto o mitigado”. Vale decir, Trump está aplicando una verdadera política de shock, de alto impacto, para dar vuelta la balanza comercial total, para generar superávits comerciales que permitan, a su vez, liberarse de la escandalosa deuda pública estadounidense, que ya ronda los 36 billones de dólares (USD 36.216.834.000.000).
Dicho de otro modo: Estados Unidos se ha convertido en una “potencia inservible”, militarmente fuerte, con una gran irradiación mediática y una cultura política prepotente…. pero que no produce (lo suficiente), importa demasiado, y cubre su déficit con deuda. No sucumbió aun porque el dólar sigue siendo la moneda de intercambio y atesoramiento mundial. Estados Unidos estaría en bancarrota si no lo salvara su moneda. Pero esa realidad podría cambiar si la compartimentación y la provocación, sanciones ilegales 1 mediante, sigue ad-infinitum, pues el mundo ha reaccionado. Básicamente Rusia, pero con el apoyo silencioso de China, iniciaron una rebelión política contra Estados Unidos y el G7/OTAN, pegando donde más les duele: la dominancia del dólar. Las últimas conclusiones del BRICS —pero también de la OCS y UEEA—, en Kazán fueron desoladoras para los oídos estadounidenses, empezando ya a dar respuestas organizativas concretas para comerciar y potenciarse entre ellos con monedas locales (la fórmula R5), pero avizorando para el futuro una moneda BRICS. Los straussianos temen esa comunión de intereses y solo responden con guerras y agresiones, que refuerzan más y más el agrupamiento. [Ver: «Another BRICS in The Wall» y «El huracán estuvo en Kazán, la brisa provino de Tel Aviv»].

Un golpe al dólar haría estallar por los aires la «seguridad nacional» de los Estados Unidos. Es el talón de Aquiles del «imperialismo americano». Sin esa capacidad eterna de endeudarse —y expulsar su inflación hacia el ambiente, como el humo de una chimenea—, el imperio no puede extenderse con sus presupuestos inflados, bases militares, flotas extensas y guerras inagotables. Se difumina y finalmente se cae. Por eso esta medida viene del desarmado de la amplísima y sobreextendida arquitectura de seguridad militar, el gran agujero de fondos. Adiós Doctrina Brzezinski. Estados Unidos debe “ser uno más” en la OTAN (como Luxemburgo, digamos). Trump no se anima a disolver la Alianza, pero sí a dejar de subsidiarla económicamente y dejar de liderar. A la vez, debe disolver las miles de agencias preparadas para “golpes suaves” (empezó con la USAID, el «Team B» de la CIA, no me extrañaría que vaya ahora por la NED), otro gran vertedero de dinero. En cierto punto, Trump está en los pies de Gorbachov, en 1989, cuando aceptó minimizarse dejando a los regímenes comunistas de Europa Oriental y otros aliados del Bloque Socialista, a la deriva. Su Perestroika es arancelaria y preanuncia la retirada del «imperio» a su mare-nostrun, su own private Mar-a-Lago.

Volvamos al punto neurálgico: la fabulosa carga de la deuda estadounidense. Sostuve arriba que Trump pretende reorganizar el comercio mundial a través de los derechos de aduana o aranceles. Esto provocará la devaluación del dólar, lo cual, al fin de cuentas, licuará el costo de su deuda (la deuda pierde valor real en términos de poder adquisitivo).A la vez la industria estadounidense, con un dólar bajo, se haría más competitiva y perfilada para la exportación. Idealmente, volvería el Made in U.S.A.

Se dice, se comenta, que los aranceles es apenas una pinza de la tenaza financiera. Próximamente, el Tesoro estadounidense emitiría Bonos del Estado federal con “cupones cero”, o sea, sin obligación de pagar intereses, a un plazo de 100 años, momento en el cual podrán rescatarlos por… el capital inicial. ¿Idea descabellada? ¿Imagínense lo loco que suena eso para un economista argentino chanta acostumbrado a emitir cualquier cosa a plazos extensos y a tasas elevadísimas, solo para salir del paso? Pero el Tesoro Federal cree que podría obligar a sus aliados tenedores a convertir sus préstamos —o sea, la deuda estadounidense— en “cupones cero”. ¿Cómo los obligaría? Así…
“Los aranceles sólo serían el preludio de un acuerdo de Mar-a-Lago, una versión 2.0 del acuerdo Plaza de 1985.La idea es convencer a los países extranjeros aliados —a cambio de mantener el paraguas de seguridad estadounidense y cancelar total o parcialmente los nuevos aranceles— de que vendan una parte de sus reservas de dólares, al tiempo que aceptan canjear parte de sus bonos del Tesoro estadounidense por bonos perpetuos de cupón cero”, apunta Benjamin Melman, CIO Global de Rothschild.
Tiene sentido porque la idea no es solamente ir al tuétano de los déficit comerciales (que derivan en déficits fiscales), sino detener abruptamente el goteo de los servicios de deuda (a través de un mecanismo extorsivo).
Y pregunto… ¿En qué consiste toda esa movida desesperada por minerales y tierras raras sobre Ucrania, Groenlandia y el patio trasero latinoamericano? ¡Incluso Rusia está siendo sondeada como “parte de la negociación por el fin de la guerra”! ¿No querrán enlazar el dólar, a futuro, con esos minerales críticos, en previsión del agotamiento del petróleo o de una “sublevación de la OPEP Plus”? (de hecho, esa idea ya se le ocurrió al BRICS…)

Otra punta de lanza sería la creación de un Fondo Soberano. Si Trump planea re-industrializar, no puede hacerlo sin una infraestructura pública adecuada. El Estado cobra aquí un fundamental papel. A nivel global, los fondos soberanos existen principalmente en países con grandes reservas de divisas, como China, o ingresos derivados de la venta de petróleo, como Noruega, Rusia y Arabia Saudita, que los invierten en una amplia gama de activos, incluidos acciones, bonos, infraestructura y tecnología. Los Fondos Soberanos son, en definitiva, una suerte de «acumulación de capital» de los Estados para estabilizar la economía y diversificar/proteger sus inversiones.
En tal sentido, los aranceles de Trump son tanto medidas desesperadas, propias del agotamiento del sistema, como parte de un compuesto. No son antojadizas, sino obligadas. No rompen el molde, el molde ya se ha roto. Son revolucionarias, porque instalarán un nuevo Gestalt, pero la alternativa es la finitud.
Importantísimo: el comunicado oficial que le confiere poderes extraordinarios al ejecutivo también le permite aumentar los aranceles en caso de que las contrapartes afectadas tomen represalias (lo que es casi un inevitable reflejo de Pavlov), así como disminuirlas si implementan “medidas significativas para remediar los acuerdos comerciales no recíprocos” —esto es, si se adaptan a la asimetría impuesta por Washington—, además de alinearse con Washington “en asuntos económicos y de seguridad nacional”.
Esto cobra mayor sentido cuando lo matcheamos con los bonos a cupón cero.
Trump ha planteado una tarifa base del 10 %, que entró en vigor el sábado 5 de abril, mientras que los aranceles especiales o recíprocos empezarán a aplicarse desde el 9 de abril.
Hay casos especiales que directamente no están sujetos a aranceles: ellos son México, Canadá, Rusia y Bielorrusia. Podemos explicar la exención de los dos primeros, luego de tantos amagos de romper relaciones, en la vigencia de la zona de libre comercio del que forman parte por acción del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) [también llamado North American Free Trade Agreement (NAFTA)].
En el caso ruso y bielorruso… posiblemente pueda explicarse en el cóctel de sanciones y el poco volumen del intercambio, aunque ya he destacado ¡con cifras oficiales! en el artículo de ayer denominado «Curva y contracurva para la paz en Ucrania» que posiblemente tenga que ver con la búsqueda de una confluencia económica con la Federación Rusa —Bielorrusa ingresa como socio por las gestiones de unión económica con Moscú—, en especial, en el sector minero/energético, y como señal para resolver el asunto ucraniano.
No debería tampoco extrañar la exclusión de Rusia en tanto y en cuanto es evidente la táctica de Trump de «seducción» de Putin para que abandone o traicione —lo cual es muy improbable—, la «amistad ilimitada» suscripta y sostenida con Beijing desde el 4 de febrero de 2022.
Prácticamente todo el «patio trasero» latinoamericano tiene una base de 10%: allí no hubo distinciones entre los contenciosos gobiernos de Brasil, Bolivia y Colombia, y la subyugada Argentina. Solamente Nicaragua, con un 18%, y Venezuela, con un 15%, tuvieron un diferencial, básicamente por tener gobiernos en las antípodas ideológicas.
Incluso Irán tiene un 10%. ¡Pero Israel el 33%! (¿Un mensaje conciliador hacia Teherán?) [Y hablando de Malvinas, las «Falkland Islands» son batidas con un 82%… que al final Trump hace más por la causa argentina que el mismísimo gobierno argentino…].
Sin embargo, otros países/bloques sufrirán aranceles inusualmente altos: 50% para Lesoto 2, 49% para Camboya, 46% para Vietnam, 34 % para China, el 32 % para Taiwán, 26% para India, 25% para Surcorea, 24 % para Japón y el 20 % para la Unión Europea. En el caso de China, las tasas aumentan al 54 % debido a una ya existente del 20 %.
A propósito de la ignota nación de Lesoto… ¿alguien se acuerda de estas palabras en el Congreso en oportunidad de cancelar la U.S. African Development Foundation?
En fin.. vamos a echarle un vistazo a todos los aranceles que se aplicarán de ahora en más:



El Ministerio de Comercio del gobierno de Xi Jinping sacó un comunicado que expresa “China se opone firmemente a esto y adoptará contramedidas enérgicas para salvaguardar sus propios derechos e intereses”, para luego agregar “Los llamados ‘aranceles recíprocos’, establecidos por Estados Unidos con base en evaluaciones subjetivas y unilaterales, no están en conformidad con las reglas del comercio internacional, dañan seriamente los derechos e intereses legítimos de las partes relevantes y son una típica práctica de intimidación unilateral”.
El vocero del ministerio de Relaciones Exteriores chino, Guo Jiakun, denuncia a Estados Unidos de quebrar el orden del libre comercio establecido por la OMC.
Sin embargo, Trump declaró orgulloso: “durante años, los ciudadanos estadounidenses, trabajadores, se vieron obligados a mantenerse al margen mientras otras naciones se enriquecían y se volvían poderosas… Pero ahora nos toca prosperar”.
¿Por qué Trump supone que ha llegado el tiempo de la prosperidad?
Básicamente, porque el objetivo es re-industrializar los Estados Unidos, impidiendo la importación y favoreciendo, vía sustitución, la inversión y la producción local, como así también, la relocalización de aquellas empresas de origen estadounidense que por las ventajas de la globalización —especialmente la brindada por la mano de obra barata, muy disciplinada y no sindicalizada— se afincó fundamentalmente en el Extremo Oriente y Sudeste Asiático. Se trata de que el Cinturón del Óxido, la región industrial deprimida, vuelva nuevamente a su época de oro (hablé de ello en «La “Era Dorada” de Trump»)

No lo confiesa, pero la idea también es capturar aquellas empresas extranjeras para que operen en territorio americano, para que den trabajo, abastezcan el mercado interno y reexporten desde allí, generando cadenas de suministros, integración vertical y retroalimentación tecnológica. Trump quiere hacer, en algún sentido, una industrialización “a la china” para combatir a su principal rival geoeconómico en el marco de la Cuarta Revolución Industrial.
Y si todo ello no ocurre, entonces se obtendrán notables ganancias por el sobreprecio que deberán pagar para venderles a los Estados Unidos. Y si ello quiere evitarse, entonces los países afectados pueden congraciarse con Washington a través de “acciones geopolíticas”, como ya vimos acometer a México y Canadá (reforzando el control fronterizo y deteniendo el flujo de inmigrantes y drogas).
“Durante décadas, nuestro país ha sido saqueado, violado y expoliado por naciones cercanas y lejanas, amigas y enemigas por igual… Nuestro país y sus contribuyentes han sido estafados durante más de 50 años, pero eso no va a ocurrir nunca más”, afirmó Trump.
El grito estadounidense por la defensa de lo nacional auspicia éxito, pero no estará exento de problemas, incluso, reorganizando alianzas internacionales.
Este 30 de marzo, se dio una extraña alianza de “enemigos” (tanto históricos como actuales): los ministros de Comercio/Economía de China (Wang Wentao), Japón (Yoji Muto) y Corea del Sur (Ahn Duk-geun), previendo lo que se les venía encima, acordaron fortalecer su cooperación para promover el libre comercio.

Los europeos vienen siendo abofeteados últimamente. No solamente Trump les declaró su retirada de la OTAN —en el sentido de ser el aportante financiero primordial, prácticamente el sostén total, de la organización— y les dijo que deberán hacerse cargo monetario de su seguridad, sino que ahora encima les aplica un 20% a sus productos.
Después de haberse ensuciado las manos con las vacunas anti-COVID de Pfizer, y de haberse lanzado de cabeza a Barbarroja II de la mano del tándem Biden-Zelenski, es lógico que Úrsula von der Leyen se sienta decepcionada con Trump, que ha catalogado a la UE como embustera, burocrática y perversamente woke.
“Estamos decepcionados con nuestro aliado más antiguo”, dijo la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, y agregó que “la UE está lista para responder”. Pero agregó con el rabo entre las piernas “no es demasiado tarde para resolver los problemas mediante negociaciones”.
Este es un nuevo golpe para la UE y un órdago para sus esfuerzos de «unidad» y planes de rearme contra Rusia. ¿De qué manera exprimirán los centavos del contribuyente, empobreciéndolo y sometiéndolo, si no pueden exportar, si quieren desarrollar una costosísima industria militar, y si han cortado estúpidamente los puentes energéticos con Rusia?
De hecho, la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, parece preguntarse lo mismo: “Haremos todo lo posible para llegar a un acuerdo con Estados Unidos y evitar una guerra comercial que inevitablemente debilitará a Occidente en favor de otros actores globales”. ¡Chan! Al final de cuentas Meloni, que nació criticando a la UE pero luego se supeditó, volvió a sus orígenes de la mano de Trump (y mis presentimientos raramente fallan… fíjense en mis anteriores artículos donde sostuve que Meloni estaba a disgusto en los cónclaves europeos de apoyo a Ucrania [que en realidad eran en desafío a Trump]… que al fin de cuentas, soy ítalo-argentino).
Por lo pronto, Italia decidió recortar las ayudas… ¡A Ucrania! No debe olvidarse que Estados Unidos es el segundo socio comercial italiano (se exportaron en 2024 70.160 millones de dólares a los Estados Unidos, sólo detrás de los 76.820 millones exportados a Alemania)

Así las cosas, Italia sería la primera en romper, vía acuerdo particular, la unidad europea. Probablemente, la clase dirigente italiana se sienta mucho más proclive a sostener sus lazos transatlánticos que intra-europeos. Y a no subestimar el olfato italiano: son especialistas en detectar los témpanos en el curso del Titanic…
Otro que está partiendo hacia Washington para charlar sobre las tarifas es Benyamin Netanyahu, ése que cree tener la sartén por el mango en el Beltway. No tengo pruebas ni dudas de que Trump está utilizando las tarifas para domar las ambiciones del dirigente sionista en Medio Oriente, y amainar sus bríos. ¡Considérese que Israel exporta a Estados Unidos 17.300 millones de dólares, nada menos que el 28.3% del total! (y tiene altísima dependencia de las importaciones estadounidenses, fundamentalmente, en material bélico).
El primer ministro israelí Benyamin Netanyahu se muestra orgulloso por ser el “primer mandatario extranjero” en discutir los aranceles con Trump. Para aquellos que no dominan el hebreo, dice: “Desde aquí, estoy partiendo hacia los Estados Unidos, a la invitación del presidente Trump, para hablar con él, por supuesto, de estos asuntos: los rehenes, de lograr la victoria en Gaza, y obviamente de los aranceles que han sido impuestos sobre Israel. Espero ser capaz de contribuir a este tema. Esa es la intención. Puedo decirles que soy el primer líder internacional, el primer líder extranjero, que se encontrará con el presidente Trump por este asunto, lo cual es muy importante para la economía israelí. Hay una larga fila de líderes que quieren hacer esto en relación a sus economías. Creo que esto refleja el especial vínculo personal así como los lazos especiales entre Estados Unidos e Israel, que son tan vitales en este momento”.
Ahora bien… ¿Qué tipo de consecuencias puede provocar este verdadero salto fundacional de la economía mundial, que repito, no es improvisado sino que tomará forma de medidas complementarias dentro de un plan de rescate del Estado Federal estadounidense? (aun cuando la “fórmula” elegida para el arancel es un chiste… se trata de dividir el déficit comercial de Estados Unidos con un país determinado, por el total de importaciones de bienes de ese país. Por ejemplo, Estados Unidos tiene con China un déficit de 295.000 millones de dólares. El total de bienes que compra a China es de 440.000 millones. Haciendo la división 295 / 440 se obtiene el 67%, que se divide entre dos y se redondea. Por consiguiente, el arancel impuesto a China es del 34%).

Bueno, en principio, y ya se viene comprobando, las bolsas de valores — entiéndase, allí donde anida la Economía Financierizada Global— , abrirán a la baja. Los precios de las acciones, usualmente inflados, caerán, e incluso las mismas empresas estadounidenses sufrirán ese efecto. Los futuros del Dow Jones se desplomaron un 2,7 % y los del S&P 500 un 3,9 %, mientras que los futuros vinculados al NASDAQ 100 presentaron una caída del 4,7 %. El índice japonés Nikkei 225 cayó al menos un 4 %, el KOSPI de Corea del Sur se desplomó un 2,7 % y el Hang Seng de Hong Kong bajó un 2,4 %.
Esto es lógico porque el capitalismo ha mutado hacia una economía “globalizada” (léase, financierizada), donde la riqueza se crea con el mero reposo del capital, sin la anuencia del trabajo. Trump sabe que está golpeando esa economía para pasarse a la matriz productiva, la misma a la que se han pasado Rusia, China e India desde hace un tiempo. Estados Unidos sabe que el sistema está agotado (ya se vio un síntoma en 2008, año en que no casualmente nació el BRICS, y se evitó otra crisis sistémica en 2020-2011 con la conveniente pandemia COVID, y luego, con la guerra en Ucrania).

Lógicamente, toda medida económica, como esta arancelaria, tiene su Lado B:
- Aumenta los costos de importación de insumos y materias primas que muchas compañías estadounidenses tienen en sus líneas de producción.
- Obviamente, genera medidas arancelarias de las contrapartes y dificulta la exportación.
- La industrialización no es un «efecto inmediato». Demanda mucho tiempo de instalación y años adicionales de entrenamiento del personal, aparte de una gran inyección de capital.
- Muchos capitalistas aún prefieren instalarse en países libres de aranceles, como Camboya y Vietnam.
- Refuerza los acuerdos de libre comercio entre países afectados.
- Estados Unidos destruye su “poder blando” por sus medidas “impopulares”.
Pero Trump cree que los beneficios, en el recorrido, serán mejores que los perjuicios, pues los quejidos son parte del nacimiento. ¿El nacimiento de qué? ¡Pues del post-globalismo! (Por Christian Cirilli/Tomado de La Visión)
- Todas los son cuando no están amparadas por resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. Cuando el G7, Estados Unidos o la UE implantan sanciones, están haciendo uso de una herramienta ilegal y beligerante. ↩︎
- Algunos ni siquiera podrían reconocer a Lesoto en el mapa africano. Es un país situado en el sur del continente, enclavado dentro del territorio sudafricano. Trump aplicó a este ignoto país el arancel más alto: 50%. Se entiende que es porque allí están las fábricas de bluejeans Wrangler y Levi’s. Pero recientemente también se quejó del U.S. African Development Foundation y sus increíbles 520 millones de dólares destinados a proyectos polémicos, entre ellos, a Lesoto.
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