La Peonía…

La Peonía...
La Peonía… Texto y Fotos: Raúl Navarro Fuentes

José era el padre de mi mamá y todos sus nietos le decíamos «Papá José» en lugar de «abuelo». Era un tipo emprendedor, aunque siempre estaba empinando el codo. Hizo muchas cosas en su vida.

Cuando era casi un adolescente, por allá en los cuarenta, fue bombero voluntario, me hacía muchas historias.

Él guardaba con cuidado su uniforme y el casco, muchas veces me lo ponía y, hacha en mano, fui bombero mientras jugaba.

La Peonía...

También tenía una carreta donde llevaba y vendía frutas. Recuerdo aquella peladora de naranjas que murió abandonada en un rincón de su casa.

Me encantaban mis años de niño.

En los setenta, yo era su Lazarillo. Lo acompañaba adondequiera que fuera. Me gustaba mucho cuando iba a la loma de Chirino a buscar miraguano. Después de procesarlo, hacía escobas y cepillos. ¡Hace siglos! Las escobas de plástico aún no existían en Cuba.

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Ir a Chirino era una aventura. Allí vivía Cando, primo de Papá José. Tenía como casa un bohío grande, parecida a esos ranchones que ahora hay por todas partes.

Desayunábamos o merendábamos en esa casa. Siempre éramos bienvenidos.

Para llegar a la loma tenías que atravesar un potrero y cruzar un riachuelo con agua tan clara que siempre se veía el fondo.

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Al pasar el riachuelo, había un monte cerrado. Cada vez que íbamos, teníamos que abrirnos paso con el machete porque la maleza crecía de un día para otro.Ahora que soy mayor, nunca más he vuelto a ese lugar que cuando era niño me parecía un paraíso. Había mucha fauna. Y sí, hablo de las guayabas silvestres, los mangos, canistels, marañones… O incluso de una fruta que ya no veo desde entonces, una especie de mandarina que olvidé su nombre. Se llamaba pomarosa.

En el camino siempre nos acosaban las matas de guao. Eran esas plantas que si te rozaban con sus hojas, podían hincharte y enfermarte bastante. Papá José siempre me decía que las saludara cada vez que pasara por su lado, para que yo viera que no me iban a hacer nada. Buenos días, señor Guao.

Cada incursión a ese monte fue una verdadera aventura. También recuerdo ver unas enredaderas de donde colgaban unas especies de hojas que tenían dentro semillas rojas y negras. En mi casa, mi abuela Herminia siempre las tenía en una cajita junto con anís estrellado y clavo de olor.

La Peonía...

La primera vez que las vi, le pregunté qué cosa eran y cómo se llamaban. Cuando ella me dijo su nombre, me fui corriendo y al mismo tiempo conteniendo la risa, porque me parecía muy gracioso. Me lo repetía a cada rato para verme correr.

Niño, al fin, nunca supe por qué abuela y los viejos de aquella época siempre las tenían en la casa. Para mí, era por su belleza o para hacer algún collar.

Hoy visité un lugar donde en el jardín me sorprendieron las enredaderas y pude viajar al pasado al tenerlas enfrente de nuevo. Un grito en mi interior me dijo PEONÍA.

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Juan Tomás Roig las incluyó en sus estudios.

Enredadera originaria de la India, también se haya silvestre en Cuba en terrenos yermos, cercas y matorrales, y en terrenos de escasa o mediana elevación.

La Peonía...

Las raíces de la peonía son empleadas por algunas personas en cocimientos y se dice que son buenas para el corazón. También las semillas se usan en maceración contra la conjuntivitis y las enfermedades de la vista , el resultado ha sido brillante empleándose una especie de emulsión fuerte de las semillas descortezadas.

Las flores, tallos y raíces sirven para preparar una infusión pectoral que se emplea en las irritaciones de las vísceras pulmonar y abdominal y especialmente contra la tos y la bronquitis.

Las semillas reducidas a polvo y puesto este polvo en agua caliente (1 gramo de polvo para 100 gramos de agua) dan un medicamento para la curación del tracoma.

Hoy, la peonía pasa desapercibida, abuela, entonces, sabía como usarlas y por eso las conservaba.

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