
Crónica citadina: Cristobita Leva larga. Foto: Denny Brian Santana Torres
Sí, nos referiremos a un popular zapatero “remendón” que le resolvía a todo el barrio de Pueblo Nuevo, aquí en Matanzas, la reparación de sus deteriorados calzados.
Cristóbal Ruffin era un mulato, alto, fuerte. Lo conocí siendo yo un niño de apenas nueve años de edad. Era amigo de mi familia y vivíamos a cuatro puertas uno del otro.
Su trabajo oficial era en la que sería conocida como Fábrica de Cubos, donde también laboraba mi tío Fernando Fré Scull.
Sin embargo, la situación económica de aquellos años 50 le hizo practicar la reparación de zapatos. Y lo hacía muy bien. Tanto era así que hasta de otros barrios venían personas necesitadas de su oficio.
Afable, sonriente, siempre encontraba la solución adecuada ante cada “caso”.
También los lustraba cuando no tenía que reparar. Sus largos dedos recorrían, untados de betún negro, carmelita o neutral, la piel de los zancos. Ah, si algún usuario le traía un par que le apretaban, Cristobita lo situaba en una horma y le daba rosca para alargar o anchar.
Él tenía la particularidad de que, cuando ponía media suela, depositaba en sus labios 10-12 puntillitas y, poco a poco, las iba poniendo alrededor del fragmento implantado. Peligroso, ¿verdad?; pero en ese momento, si llegaba un nuevo cliente, respondía a sus preguntas moviendo de arriba abajo su canosa cabeza.
En sus pocos ratos inactivos, agarraba una añeja guitarra y se ponía a cantar con su voz ronca una tonada que decía así: “Isabelita, la niña bonita que he visto pasar, Isabelita enamorada está…”. Repetía ese estribillo una y otra vez, no se recordaba o tal vez no se sabía el resto de la pieza musical.
Cristobita, además, cambiaba el color de los calzados, ya fuese carmelita, blanco, avellanado. Él los convertía en lustrosos negros mediante el empleo de tinta rápida que vertía en el interior de una lata de betún, humedecía una nota de algodón sujeta por un estirado alambre, y después la pasaba por un mechero, y ahí va, la nueva tonalidad se expandía, quedaban casi como acabados de estrenar.
Lo de Leva larga le venía por la influencia que desde México habían traído a Cuba los populares cantantes Puntillita y Benny Moré, quienes usaban los sacos de sus trajes hasta la altura de las rodillas.
Fue Cristobita una persona muy querida en el barrio. Sirvan estas líneas de recordación a quien evitó que muchos de los vulnerables de la época anduviéramos descalzos.
( Por: Fernando Valdés Fré)