La salina matancera y su lucha por la supervivencia

La salina matancera y su lucha por la supervivencia. Fotos: Raúl Navarro González 
Salina de Matanzas, ubicada en el municipio Martí. Fotos: Raúl Navarro González 

La carretera asfaltada va guiando el camino. Lagunas segmentadas en cuadrantes delatan, para quienes saben del proceso o al menos han escuchado sobre este, que por esos lares del municipio Martí se halla la unidad empresarial de base (UEB) Salinera Matanzas, ese lugar mágico donde el agua marina se vuelve sal.  

El vehículo frena cerca de la valla que cierra el paso y divide la empresa del exterior. Tras la malla, saltan a la vista una edificación que parece abandonada, por lo descolorido y destruido de sus paredes; vehículos vencidos por la corrosión; y el sendero que accede a los islotes donde se procesa el demandado mineral.

Ya los trabajadores se fueron. Sus jornadas inician con las primeras luces del alba y finalizan antes de que el sol curta más las pieles. Pero no hacen falta tantos para contar esta historia de sales, sacrificios y amor por lo que se hace, cuando está él allí, en la garita, que se ha vuelto su nueva área de trabajo. En la escasa sombra y alerta de cuanto movimiento se perciba, Rolando Hernández Pérez, con devoción y las huellas del tiempo en su rostro, sin olvidar detalles, explica cómo funciona aquel centro donde se hace magia sin varitas.

DEL MAR A LA TIERRA

Rolando, lo mismo asume con destreza su rol de especialista en ventas, que se las ingenia como custodio en el centro al que le ha dedicado más de 40 años de su vida. 

Desde la garita comienza su visita guiada: “Eso que ves ahí son las oficinas de la administración y allí, la planta. Donde se toma el agua está a 11 kilómetros de los cristalizadores. A cuatro grados la concentras en una laguna, la rebombeas hacia otros estanques para que coja densidad y aumente su grado hasta llegar a 20, porque el proceso lleva movimiento y, por supuesto, la evaporación”.

Escucharlo así parece sencillo, pero no se trata de echar agua de mar en un vaso, agitar, acercar a una fuente de calor y ¡zaz! ¡Se hizo la sal! En el camino al éxito están las bombas para extraer el agua y moverla de lejanas áreas, la electricidad que impulsa motores, las manos que palean cuando las maquinarias fallan… Tres meses de quehaceres como promedio, si las lluvias no hacen de las suyas, un poco menos si apoyan el sol y las altas temperaturas del verano. Sol y aire, no lleva otra química. 

Pareciera que una laguna es idéntica a la otra, pero cada una tiene su función. Todas influyen en el proceso, incluso, los niveles en los que se encuentre el líquido que retienen.

La salina matancera y su lucha por la supervivencia. Fotos: Raúl Navarro González 
Cada laguna tiene su función en el proceso de obtención de la sal

“Según el relieve del suelo, traer el agua hacia los cristalizadores lleva bombeo o se hace por gravedad”, explica, mientras señala al horizonte, para la imaginación del visitante, el punto donde comienza todo. 

“De ahí se recoge el sólido en máquina o de modo manual, en dependencia del volumen que tiene la capa. Un salinero que está pendiente de si llueve y de la evaporación —continúa narrando—. Sale del campo, se lava y se pone en meseta. Si necesitase un segundo lavado, se le da, y después a procesar. Si no hay electricidad, pues se acumula en mesetas, para luego continuar”.

Fue en los 80 que Rolando comenzó a laborar en la salina, una fuente de empleo próspera para los martienses. Dice que, entonces, las producciones eran elevadísimas, lo suficiente para abastecer no solo los tantísimos municipios de Matanzas, sino también las vecinas Villa Clara y Cienfuegos. Ahora, apenas alcanza para satisfacer la demanda de un trimestre del año en la provincia sede. 

DE MÁQUINAS Y HOMBRES

Cuando todo está activo, de siete de la mañana a tres de la tarde no se para en la planta, solo 30 minutos para almorzar. Aunque las máquinas aligeran el trabajo y optimizan el tiempo, en la salina la mano del hombre, y de la mujer, es insustituible. 

“Allí, donde se encuentra el lavador, cerca de los dientes llamados gallegos, debe permanecer alguien destrabándolos. En la esquinita en que se adapta un brazo mecánico que mueve la sal extraída, siempre hay una mujer sacando las piedras. En la casita aquella, donde está el pupitre de mando que arranca la maquinaria y controla la planta, también está una fémina. El centrifuguero, el jefe de turno, los estibadores que mueven sacos, los que empaquetan, jefes de áreas…”, refiere Rolando.

Una veintena de personas se mueven por las diferentes áreas de la industria. Eso es en la zona de procesamiento, luego de lavada la sal y lista para secar y moler.

Esteras van de un lado al otro del cristalizador y llevan la sal al lavadero. Como un embudo, la centrífuga continúa el proceso que en otras esteras avanza hacia el molino.

Cuando se produce sal final, una planta de yodo se activa y, en goteo medido con sigilo, se le añade el químico que en la dosis exacta previene enfermedades. 

Como un embudo, la centrífuga continúa el proceso que en otras esteras avanza hacia el molino.

“No tiene venta hasta el otro día, hasta que el laboratorio no compruebe parámetros y la considere apta para el consumo”. Se precisa la granulometría y cuantificar el insoluble, que debe estar en valores ínfimos.

Ese último es la basura que se mezcla con los granos de sal. La que utilizamos en casa es fina y yodada, la destinada al consumo animal no lleva ese ingrediente.

La ruta sigue hacia la cosedora, donde se sellan los sacos. En tiempos muertos, cuando recesan las producciones, la máquina se guarda con celo en un almacén, engrasada, para evitar que la herrumbre haga de las suyas. 

No son comunes los accidentes, aunque en su memoria el salinero no olvida aquella vez que a un compañero lo castigó mortalmente la electricidad, y aquel otro que por negligencia cayó de un tanque. “Esto se mueve con 220 voltios y 440, y la corriente no perdona”, asevera.    

COMANDAR EN TIEMPOS OSCUROS

Los adverbios de negación han imperado en los últimos tiempos, atentando contra el rendimiento de la única empresa de su tipo en toda la provincia: no hay electricidad;  repuestos; pintura para recubrir y proteger; tampoco gases con que moldear, calentar y cortar el hierro erosionado por el salitre, la antigüedad y el abandono.

Bien sabe Blas Jesús Hernández Santos que no es nada sencillo ser el director de la salina matancera. Ha enfrentado más de un sortilegio para que su entidad progrese, en medio del bloqueo, apagones prolongados que frenan la vorágine de la industria, y decisores que ignoran reclamos, cuyas soluciones a veces están al alcance de la mano y que pudieran ayudar a revitalizar la importante empresa.

“Las bombas que circulan salmuera del mar a la industria están paralizadas debido a las interrupciones eléctricas. La salina se está resecando, lo que trae un desequilibrio”, afirma desde la tranquilidad del hogar, adonde fuimos en busca de detalles sobre los avatares que han impedido que la empresa produzca desde el pasado año.

“Se trata de un proceso natural en el que influye el plancton animal y vegetal, si uno se altera ocurre un desbalance y se contamina la salmuera. Después, hay que echar dos pipas de cloro, descontaminar, y se complica todo”, explica con preocupación, porque sabe que la extensa parada de estos tiempos de crisis energética afecta en demasía el rendimiento de su entidad.

“Existen tres zonas: la de evaporación, la de concentración y la de cristalización. El agua debe circular para coger densidad. Si la hierves, sale amarga. Por ello, este proceso es inevitable y necesario para obtener la sal”.

En la década de los 80, la salina vivió sus tiempos de gloria; pero en los 90 se revirtió la situación. Fue por esas fechas que a la región occidental del país la azotó Michelle, un huracán que le costó el 50 % de su área. Esto trajo, por supuesto, un descenso de más de la mitad de la producción, una cifra que dista de los números actuales.  

“En los últimos tiempos, hemos producido entre 1 000 y 4 000 t. Por ejemplo, el año pasado, se extrajo manualmente el poco de sal que se hizo. Una de las causas es el sistema de bombeo, que tiene más de 15 años, el cual estamos tratando de rescatar por nuestra cuenta”, afirma el funcionario.

Recursos y mejores condiciones son los elementos que lograrían en un futuro dar un vuelco al desalentador panorama de las salinas, pero a veces la mejoría puede demorar en llegar o jamás hacerlo. 

“La empresa nacional va a hacer una inversión cuantiosa en la sal, pero destinada a la provincia de Guantánamo, debido a que el clima de la zona hace a las salinas de allí más productoras que la nuestra. Del sobrante de esa inversión, algo nos tocará”. 

Fenómenos climatológicos, la situación energética y económica del país, sumado a la despreocupación e inactividad de quienes fueron responsables en su momento de velar por los necesarios mantenimientos, lo que impidió invertir a tiempo en el área perdida con el paso de Michelle. Ahora resulta más cuantioso. 

Estar a la espera de un plan del cual no eres prioridad puede desanimar a cualquiera. No obstante, los trabajadores de esta UEB, han demostrado que, aun si le ponen cerraduras, ellos crean la llave para seguir abriéndose camino en el mar de limitaciones que enfrentan a diario. 

“Para extraer la sal durante los últimos dos años, se tuvo que hacer manual, a base de carretillas y esfuerzo sobrehumano, porque la cosechadora no se pudo rescatar. Esta maquinaria tiene más de 30 años y se ha reparado dos veces, en el 2017 y el 2019; pero esas paradas extensas afectan demasiado la producción”, asegura el directivo. 

Varios han sido los intentos de darle mantenimiento a esos hierros, con una que otra mano de pintura, para protegerlos de la corrosividad del salitre, pero son ínfimas las ocasiones en las que se ha logrado.  

“La planta es una nave grande; pudimos darle una manito de pintura azul y pintar otros equipos; pero la realidad es que no tenemos material para recubrir cada estructura de la empresa”. 

Como si se tratara de un cuerpo donante, ya sin vida, cuyos órganos solo resultan útiles para trasplantar, a la salina se le extirpan constantemente piezas para garantizar la producción de sal en otros lares. Es el caso de una carreta —la única que poseían—, una centrífuga que pasó a manos de la provincia de Camagüey, y hasta un molino, que ellos mismos tuvieron que rehacer para seguir trabajando. 

El mineral no es lo único que se produce en la Empresa Salinera de Matanzas. Montañas de sulfato de calcio, que se asientan y se extraen de los tanques de concentración, se transforman en cemento blanco Siguaney. También se elabora desodorante, talco perfumado e industrial, y peloide mineralizado tipo Caribe Alfa 92 (fango medicinal).

Montañas de calcio, que se asientan y se extraen de los tanques de concentración y se transforman en cemento

EL BARCO DE LA VOLUNTAD

El salitre es un comején de hierro que convierte a ese terreno árido lleno de arena en un cementerio de máquinas oxidadas y mutiladas por el tiempo y el olvido. No obstante, entre la destrucción y el desamparo, cada uno de los trabajadores lucha, porque esa es la palabra perfecta para describir su faena.

Las diferentes líneas de producción son una de esas vías para mantener a flote a los 102 empleados que se dejan el lomo en las carretillas y la visión en los destellos del sol del mediodía reflejados en la sal.

Los sedimentos de calcio asemejan cristales

“Aquí vienen brigadas de 20 trabajadores que se contratan por un sistema de pago, en el que, si la carretilla vale cinco o 10 pesos, yo la pago. Ellos han llegado a recoger 5 t diarias, un trabajo que tienen que realizar entre las siete de la mañana y las 11, porque el brillo de la sal junto con el sol de esa hora les afecta la vista”. 

En el 2024 la empresa sufrió una pérdida de seis millones de pesos, debido a las inclemencias del tiempo. Unas lluvias hicieron desaparecer unas cuántas toneladas de sal, trabajo que por más que se quisiese no se podía recuperar, y ello repercute en el salario. 

“Tenemos dos salarios, el básico, que puede llegar a los seis mil pesos, y el de cumplimiento. Siempre se procura garantizar al menos un extra para los trabajadores con las ganancias de las producciones alternativas, si se gana por un lado 2 500 se trata de aumentar hasta 4 000 pesos”. 

Blas Jesús lleva años dirigiendo este barco de sal en cada tormenta que se forma. Se preocupa por los suyos, tratando de ponerle alma y corazón al lugar donde trabaja. Lo mucho o poco que se logra en la salina matancera es gracias a cada hombre y mujer de la empresa. Una fuerza de trabajo que ha envejecido junto con la UEB. Solo 14 jóvenes integran el colectivo, mientras que decenas de trabajadores llevan una trayectoria laboral de más de 20 años.

Son ellos los que no pierden la esperanza y la fe, a pesar de los olvidos de otros; los que timonean bajo lluvia y sol un barco lleno de voluntad y sueños de un mañana mejor; los que logran que la UEB Salinera Matanzas, sobreponiéndose a infortunios, sobreviva en el tiempo. (Texto: Ana Cristina Rodríguez Pérez y Beatriz Mendoza Triana)


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