
A 68 años de la caída en combate de José Antonio Echeverría, desde Periódico Girón le proponemos volver a nuestros archivos para conocer más de uno de los sucesos menos conocidos, relacionados con la caída del eterno presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), aquel 13 de marzo de 1957, tras la toma de Radio Reloj y el asalto al Palacio Presidencial.
Amanece en el camposanto de Cárdenas. Un discreto rayo de luz llega hasta la bóveda donde descansan los restos de José Antonio Echeverría Bianchi. La escultura de un pequeño ángel detiene en el tiempo el gesto del ser alado, que mira hacia abajo con pesar, como si lamentara para siempre la pérdida de un alma tan pura. Al costado, una lápida rota recoge palabras dedicadas al joven cardenense, que un día el odio intentó arrancar del pecho de un pueblo.
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El sepelio de José Antonio quizás sea de los sucesos menos conocidos, relacionados con la caída del eterno presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), aquel 13 de marzo de 1957, tras la toma de Radio Reloj y el asalto al Palacio Presidencial.
Subiendo como un Sol la escalinata, de Ernesto Álvarez Blanco, se encuentra entre los libros más valiosos publicados sobre el líder estudiantil. Por primera vez una persona que no es contemporánea con el mártir narra su vida de una forma muy completa, incluido lo que aconteció después de su muerte.
Un equipo de Girón conversó con el autor sobre este último pasaje. Con la recopilación de testimonios y publicaciones más cercanos al momento en que ocurrieron los hechos, el investigador responde muchas incógnitas y aclara contradicciones.
Durante esa búsqueda de la verdad por más de 10 años en archivos y bibliotecas, fue clave la consulta del diario cardenense La Antorcha y los trabajos de Roberto Bueno Castán, quien salvó para la posteridad importantes entrevistas, resultado de su fructífera labor periodística.
EL CORTEJO FÚNEBRE
Hay una imagen en blanco y negro del dirigente estudiantil tendido en el suelo, después del enfrentamiento con los tripulantes de la perseguidora. No hacen falta colores para captar la crudeza del instante. El universitario yace bocarriba, acribillado a balazos, con el saco abierto y la camisa empapada de sangre.
Álvarez Blanco cuenta que el cuerpo sin vida permaneció varias horas expuesto en la vía pública, hasta que fue trasladado por los soldados de la tiranía de Batista al necrocomio. Al conocer la terrible noticia, sus padres, hermanos y demás familiares se sumieron en un profundo dolor. Rápidamente, sus progenitores viajaron a La Habana con el fin de darle sepultura en Cárdenas.
“Al principio se le prohibió a la familia recoger el cadáver, solo después de múltiples gestiones lograron que se les entregara, pasada la una de la tarde del 14 de marzo, revela un material de Bueno Castán. Fue vestido y protegido con flores por las mujeres del Frente Cívico Martiano, pues lo hallaron en completa desnudez. Finalmente, los familiares lo trasladaron hacia su ciudad natal”.
Con la demora, el régimen batistiano trataba de evitar que el funeral se convirtiera en una manifestación popular por parte de quienes defendían o simpatizaban con los ideales del Gordo, como lo llamaban sus conocidos.
El tránsito por la carretera se volvió interminable. Según relata el estudioso, solo se autorizaron seis carros con unas 15 personas para acompañar el cortejo fúnebre. Los demás dolientes no pudieron despedirlo en la funeraria, sino desde la carretera de Managua, a la salida de La Habana.
“Eugenio Humberto Lopategui, uno de los que realizó el trayecto junto al coche, contó que el ejército detuvo la caravana en varias ocasiones y registró los autos. En la ciudad de Matanzas obligaron a adelantarse. Toda la zona por donde pasó el carro se mantuvo apagada. Querían evitar a toda costa que el pueblo supiera que José Antonio pasaba por sus calles”.
LA DESPEDIDA EN MEDIO DE LA NOCHE
En Cárdenas ya lo esperaban. Álvarez Blanco comenta que el sepulturero Rigoberto Febles Varela, al enterarse de la triste noticia, recogió los instrumentos y marchó bajo el sol a preparar el panteón de los Echeverría-Bianchi. Él lo conocía desde la infancia porque su hijo jugaba con Manzanita en el parque.
“Justo en la noche llegó el cortejo. Las visitas quedaron prohibidas en el cementerio, lleno de policías que detenían los autos a la entrada para registrarlos nuevamente, mientras las puntas de las ametralladoras irrumpían por las ventanillas y obligaban a encender las luces interiores para ver bien las caras».
“Rigoberto sabía que su familia quería enterrarlo allí. Incluso, los militares preguntaron quién había mandado a preparar la tumba, porque nadie conocía a ciencia cierta hacia dónde se dirigía la familia. Entonces, respondió que como era cardenense se suponía que iba a descansar junto a su hermano Alfredito, fallecido en un accidente tiempo atrás”.
La ceremonia de enterramiento fue muy sencilla. Alejandro Portell Vilá en La Antorcha describe el suceso. “Solo con un breve y atropellado servicio religioso descendió a su tumba, poco después de las 8:30 de esa noche (…). Siendo medularmente civil, fue enterrado, por ironía del destino, en medio de armas montadas espectacularmente”.
Por mucho tiempo se replicó la idea de que no había asistido casi nadie al entierro. Sin embargo, la investigación demostró lo contrario. El periódico local refiere en otra edición: “Una gran muchedumbre esperó el cadáver del infortunado joven en nuestra necrópolis, a pesar de haberse prohibido el acceso al mismo por las autoridades”.
LAS GRIETAS DE UNA LÁPIDA
Hasta después de muerto le temían al líder estudiantil. Aquella alocución en la cabina de Radio Reloj quizá resonaba una y otra vez en la mente de los que no creían en el arrojo y la vergüenza de un alma tan joven. El disparo desde una perseguidora lo derribó, pero su pensamiento emancipador continuaba presente.
“Aunque impidieron a los cardenenses rendir homenaje póstumo, un grupo de mujeres iniciaron una colecta y, en nombre de ciudadanos de todos los sectores, encargaron la confección de una lápida de mármol, colocada sobre su tumba el 25 de mayo de 1957. Al día siguiente realizaron en la Iglesia de los Hermanos Trinitarios una misa dedicada al joven, cuya fe católica defendió hasta el final».
“Luego la pieza desapareció. En 1959 la encontraron destrozada en las cercanías del cementerio, en medio de una labor de embellecimiento. El periódico cardenense La Voz del Pueblo publicó el 26 de julio de 1959 que el libro que los esbirros sustrajeron de la tumba fue restituido a su lugar, una vez reconstruido por el mismo marmolista”.
Subiendo como un Sol la escalinata fue publicado por la Editora Abril en 2009. Desde entonces los ejemplares se agotaron y no se han hecho más tiradas. Este texto debería volver al pueblo, y sobre todo a las universidades, en una reedición con imágenes y materiales inéditos, para mostrar a los jóvenes de hoy la arista más humana del líder, en un momento donde resulta vital preservar la memoria histórica de Cuba.
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Las banderas cubana y de la FEU ondean desde lo alto. Cada 13 de marzo el pueblo camina hacia el camposanto con ofrendas florales. El digno homenaje que una vez impidieron, hace seis décadas, se convierte en tradición patriótica, con la peregrinación de los cardenenses. Colocan rosas frente a la bóveda de José Antonio, bajo la mirada del ángel de mármol, bien cerca de la lápida agrietada. (Texto y gráfica: Anet Martínez Suárez)
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