Carlito, el “guajiro científico” de Indio Hatuey

Carlito, el “guajiro científico” de Indio Hatuey
Carlito, el “guajiro científico” de Indio Hatuey. Fotos: Raúl Navarro

A la entrada de la finca de Carlito, está marcado un camino de tierra. A medida que avanzas, solo encuentras abundante vegetación, casetas rústicas y el ganado pastando a ambos lados. Hay que recorrer un buen tramo hasta llegar a la casa del campesino. En ese trayecto, si eres buen observador, puedes distinguir a varios pavos reales, que salen espantados en cuanto sienten la presencia de un intruso.

Se podría decir que ese terreno no tiene grandes distracciones ni ornamentos, y precisamente ahí radica su magia. Es la naturaleza la principal protagonista, en su estado más salvaje. Las “cercas vivas”, hechas de plantas, predominan a intervalos para separar las áreas de crianza de animales y los cultivos. La vida silvestre fluye de tal modo que las reglas de convivencia entre especies se desvanecen en determinados casos.

Frente al patio de la vivienda, el fuerte ladrido de los perros advierte a su dueño la llegada de un desconocido. La escena parece algo común, hasta que la jauría avanza y sale una pequeña cabra, como si ese fuera su rebaño original y tuviese también la misión de proteger el territorio.

Carlos Manuel Rivero Alfonso, conocido también como El Gallego, posee un vínculo especial con los animales. Eso lo heredó de su padre Manuel Rivero Rodríguez, quien fue ganadero toda su vida, en el municipio de Perico. Siguiendo sus pasos, decidió dejar atrás su hogar en el Central España Republicana y adentrarse en el monte, para dedicarse a la ceba de toros y la producción caprina.  

El guajiro lleva una camisa roja y azul a cuadros, pantalón de mezclilla, botas altas y un sombrero de alas anchas; todo al más fiel estilo vaquero. Del campo lo sabe casi todo, y lo que no, se lo inventa, como el típico guajiro que no pierde ni a las escupidas. Muchas son las prácticas tradicionales que pone en marcha, pero el verdadero secreto está en la ciencia que lleva al campo.

Su finca El Renacer, ubicada en la Estación Experimental de Pastos y Forrajes (EEPF) Indio Hatuey, perteneciente a la Universidad de Matanzas, desde hace años deviene escenario de importantes proyectos de investigación basados en modelos agroecológicos, que integran la producción de alimentos y la energía.

LAS TEORÍAS DE UN GUAJIRO

En medio del microclima de la Estación, Carlito sale bien temprano a ordeñar las vacas y las cabras en su corral. Puede variar el vestuario para protegerse del frío o aliviar el intenso calor, pero nunca cambia la rutina. A veces, lo acompaña su sobrino Néstor, que ya conoce todo sobre el manejo de esos rumiantes. Luego, regresa a casa, donde lo espera su esposa Marisel. Allí preparan el queso de forma artesanal.

“Lo que siempre vi en mi vida fue eso, la ganadería. Sentí amor por este trabajo. Entonces, tuve el privilegio de coincidir con los primeros científicos de la estación y me mantuve aquí. Prácticamente, aprendí a caminar agarrado de la mano de los fundadores Fernando Funes, Nicolás Echevarría, Juan José Paretas y Sergio Torné. Me ha servido para aprender más sobre lo que hago”.

Reconocido por el Registro Nacional de Genética con la inscripción de las razas Saanen, Nubia y Alpina, el productor participa todos los años en la Feria Agropecuaria Nacional de Rancho Boyeros, donde demuestra los resultados de su crianza basada en la ciencia y la innovación.  

La introducción de sistemas silvopastoriles con la presencia de distintas especies arbóreas, como la leucaena leucocephala y la albizia procera, ha permitido mejorar la salud animal, la eficiencia productiva y reproductiva del rebaño caprino, que tiene múltiples ventajas con respecto al bovino.

“Donde come una vaca pueden comer hasta 15 cabras. Además, su crianza es menos costosa. El Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz decía que la solución inmediata para la alimentación del pueblo era el ganado menor, las cabras en específico, por la importancia de la carne, la leche y sus derivados”. 

No hay quien le hable mal del marabú, porque en su tierra brota como una oportunidad. Hoy en día logra el manejo de esta planta leguminosa sin ningún tipo de producto químico ni maquinaria, solo mediante la crianza de sus cabras. Un proyecto de asesoramiento, en colaboración con colegas brasileños, pretende mostrar que son muchos sus aportes en el consumo animal y, a su vez, es posible su control efectivo en áreas pequeñas. 

“Casi todo el mundo en el país le tiene miedo al marabú (dichrostachys cinerea). Lo ven como cosa rara, una planta invasora; cuando hay otras que también lo son, si no se intervienen de manera adecuada.

“A partir de las investigaciones de los expertos de Indio Hatuey, comprobamos que esta planta arvense actúa como antiparasitario y tiene un 30 % de proteína; además, es importante para el suelo porque le incorpora nutrientes, por ejemplo, fija el nitrógeno, entre otros beneficios”.

De un período de seca a otro, el rebrote de marabú se mantiene en la finca. El mayor consumo de las cabras es mediante ramoneo, que consiste en la alimentación con las hojas, brotes tiernos y frutos de plantas de alto crecimiento, que alcanzan muy fácil. Ellas prefieren este tipo de arbustos, evitan sus defensas espinosas.  

El agricultor defiende su propia teoría a la hora de manejar esta planta. Cuando muchos tratan de controlarla cortándola al rente de la tierra, él utiliza otro método: llevarlo al tamaño promedio del rebaño, el cual se encarga de mantenerlo al margen. 

“Lo ideal es cortarlo a 50 centímetros o a un metro del estolón, así todas las cabras pueden consumirlo. Si lo cortas al rente de la tierra, te saca la reserva de las raíces, y cualquier mata puede tener entre cuatro y ocho raíces. De cada raíz pueden salir tres o cuatro matas. Por eso, se hace tan difícil de controlar para muchos”.

DÍAS DE PASTOREO 

Gran parte del día se lo dedica al pastoreo. Basta con abrir las puertas del potrero para que salga un hervidero de animales con sus habituales gemidos. A algunos los llama por sus nombres, y hace alguna que otra exclamación hasta que consigue enfilarlos por un mismo trillo.

Siempre hay algún toro que pone a prueba sus habilidades de ganadero. De repente, dos ejemplares se enredan con una soga, tratan de destrabarse y destapan con sus trotes el polvo del camino. Uno de ellos empina sus cuernos en señal de advertencia a quien se acerque. 

En medio de una nube de tierra colorada, solo el dueño se aproxima y, en cuestión de algunos minutos, los desanuda con gran maestría, esa que lleva en la sangre por su padre y sus antepasados de Galicia, una comunidad española con tradición taurina.

De inmediato, se incorporan al grupo, siguen por un trillo hasta que se pierden entre la maleza. Los pastos naturales que se encuentran por el camino son su principal fuente de alimento. Alrededor de 35 toros se crían en este lugar para luego entregarlos a la Empresa Genética San Juan, del municipio Colón.  

La primera vez que se puso a sembrar diferentes especies arbóreas, incluso en el lugar donde descansan los animales, algunos vecinos pensaron que había perdido la cabeza. “Tú estás loco, sembrando palos en un potrero”, le decían. 

“Yo sí sabía lo que eso daba, por la sombra que brindan ante el intenso sol y su valor nutritivo. Por ejemplo, utilizo la leucaena. También empecé a probar la tithonia (tithonia diversifolia) para aprender. Según mi criterio, la comen mejor en pastoreo que en los comederos. Todo eso lo he aprendido en la estación. Llego ahí y siento un científico hablando y le presto atención.

La agroecología forma parte desde hace un buen tiempo de la vida de este productor, esa es la clave para hacer el campo un poco más verde. El empleo de fertilizantes naturales mejora el suelo de manera sostenible y nutre las plantas sin dañar el medio ambiente.

“Todo es orgánico, inclusive, los alimentos de la familia. Utilizo la excreta del ganado, sobre todo de las cabras, porque es un excelente abono orgánico; además, sirve para el control de las famosas bibijaguas, que eso mucha gente no lo sabe. 

“No uso químicos de ningún tipo, ¡vaya, ni para el control de la garrapata! Casi siempre la controlo con las aves, porque la vaca se echa en el corral y la gallina viene, la pica y le quita esos insectos molestos que transmiten enfermedades”. 

Carlito es buen jinete, las diferentes monturas que guarda en la caseta rústica hablan de su historia. No obstante, últimamente prefiere andar a pie, porque los años hacen lo suyo y también porque siente que le da más energía; no se resiste a la idea de montar de vez en cuando a caballo, de paso, darle algunas lecciones a los principiantes. 

Néstor trae a Yolanda, su yegua. El hombre experimentado comienza a dar una clase magistral. Detrás de cada palabra viene una acción, todo debe ser bien rápido. La yegua agacha la cabeza en cuanto lo ve; entonces, enseguida él da un brinco para subirse encima. En cuestión de segundos, Yolanda se inclina, ¡y lo tumba al suelo! 

“¡Cosas del campo!”, expresa con cierta pena. Un guajiro presumido, a veces tiene que estar preparado para que un animal te haga quedar mal. Detrás de aquel espectáculo, lo vuelve a intentar, hasta que sale andando sobre Yolanda. Así acompaña a los animales en su recorrido, luego, pasa a darle vuelta a “la seca” y, cuando viene a ver, ya se echa el día.

Confiesa sin rodeos que es también su propio guardia junto a sus obreros. El hurto y sacrificio de ganado menor y mayor lo ha llevado a asumir esa responsabilidad casi a toda hora, sin importar si está enfermo o cansado, con tal de proteger su finca.

Hace un tiempo desapareció una de sus cabras, que estaba gestando una cría. Alguien le comentó que en un grupo en Facebook vio la foto de un animal parecido al suyo en venta y sin pensarlo arrancó a buscarlo. Esa misma era. Logró que se la devolvieran y por el camino dio a luz a la cabrita que tienen ahora junto a la jauría. 

“Me he visto afectado por este problema, pero en menor medida. Estoy convencido de que lo que más daño le ha hecho a la ganadería, en sentido general, ha sido el hurto y sacrificio. Fíjate si es así que ninguna vaca necesita comer pienso para producir 10 litros de leche. Entonces, si la vaca pudiera comer y estar tranquila en su área de pastoreo sin que nadie abusara de ella, habría más disponibilidad de leche y carne”. 

SACARLE PROVECHO AL SOL

Varios paneles solares instalados cerca de su casa hacen que la vida de la finca y de la familia mejore notablemente. Una donación del proyecto Biomas Cuba en su fase III, coordinado por la EEPF, beneficia a esta finca con un modelo de producción sostenible.

“Esto es vital para nosotros, una producción de energía que no lleva costo alguno. Energía que da el sol, y que aprovechamos para el alumbrado de la vivienda y para el sistema de riego. Es una cosa que ojalá todo el mundo pudiera adquirir en Cuba. 

Marisel puede ver la televisión y cocinar con más comodidad gracias al funcionamiento de ocho paneles solares de 340 W de potencia cada uno, que suministran la energía eléctrica, en medio de la compleja situación energética que vive el país.

Un grupo de 20 paneles de 300 W de potencia cada uno conectados a una bomba sumergible también hace que funcione el sistema de riego por aspersión en dos hectáreas de la finca, donde se varían los cultivos para el alimento animal y el autoconsumo.   

Años atrás, cuando Carlito no tenía esta tecnología, era muy difícil que las cosechas se dieran por las condiciones del tiempo tan cambiantes. Cuenta que todo lo que sembraba, muchas veces, lo perdía por la falta de lluvia. Llegó el momento en que desistió de esa idea.

“Yo esperaba, inclusive, el tiempo lluvioso, para sembrar maíz, y me planificaba. Y cuando ya el maíz empezaba a florecer, que era cuando más agua necesitaba, venía una sequía, se acababa la lluvia, y ya perdía todo. 

“En ocasiones hicimos experimentos junto a los científicos de la estación en la siembra de leucaena, y se nos perdió por no tener agua para regarla en el momento preciso. Pero ahora ya resolvimos el problema, he tenido buenos resultados en varias cosechas.

“Un guajiro tiene que hacer ciencia, si no, está perdido”, dice en voz alta Carlito, mientras se ajusta de nuevo el sombrero a la cabeza, y mira a su alrededor todo lo que ha hecho bajo ese concepto definitivo movido por la pasión hacia el campo.

Su mayor deseo es que en un futuro su pequeño nieto y sus sobrinos sigan sus pasos, por eso trata de enseñarles cada truco. Reconoce que siente un orgullo tremendo cuando los ve adentrándose en este mundo, acercándose a los animales, haciendo preguntas sobre ellos, tumbando frutos de un árbol o manejando con destreza las riendas de un caballo. 

Cae la tarde en la finca y el paisaje toma otros matices. A medida que regresas por el camino de tierra, las luces que iluminan la casa se vuelven diminutas, la vegetación sigue imponente, pero ahora agitada por una fuerte brisa. Ya se escuchan las cigarras y el sonido de algunos animales que buscan resguardo en sus casetas. Mañana será otro día para El Renacer, un lugar que resurge con cada salida del sol.

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Sobre el autor: Anet Martínez Suárez

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